Los esmeraldinos levantaron el campamento al lado de una aldea llamada Kahalo, era una aldea grande con una importante población de ifritis, los hermanos oscuros de los ángeles. Parecía una buena idea que enriquecería a la aldea y reabastecería al ejército.
Los ifritis, también llamados diablillos del humo, eran muy quisquillosos con los ángeles y viceversa, pero era subsanable con leyes civilizadas que se cumplieran.
La gobernadora de la aldea, una ifriti de avanzada edad con un aura de juventud eterna, aplacó a los diablos del humo que se quejaban del campamento esmeraldino.
—Nos traerán problemas con el emperador, son desterrados —dijo uno.
—No podemos echarlos porque en la aldea no tenemos guardias y ellos podrían saquear la aldea si no colaboramos, esa es mi última palabra, se quedan —dijo la gobernadora.
Los diablos del humo se fueron a sus casas decepcionados con la gobernadora.
—Te agradecemos la hospitalidad —dijo Lorna.
—No os quedéis mucho tiempo —dijo la gobernadora.
—Si necesitáis algo, yo soy su secretario, mi nombre es Vahsel —dijo un ángel.
—De acuerdo, Vahsel.
—Los trueques e intercambios comerciales son cosa mía —aclaró Vahsel.
—Hemos traído cinco kilos en monedas de oro y algunas piedras preciosas, un botín que podemos compartir con la aldea a cambio de recursos quiméricos —dijo Lorna.
—La aldea dispone de un estanque con un surtidor mágico que produce lágrimas quiméricas, nuestras reservas no son muy elevadas, pero podemos hacer un intercambio con una proporción de una a diez, por cada lágrima diez monedas de oro —dijo Vahsel.
—Es un trato justo —dijo Lorna dándole la mano a Vahsel.
—No sois el primer ejército que nos reclama recursos quiméricos, comprendo que mantener tanta tropa es muy costoso, más si os expulsaron de vuestro feudo.
El estandarte torcido de los esmeraldinos indicaba que era un ejército errante en el lenguaje de las banderas.
—Señor, soy Togurz, un ifriti que ansía luchar para la marquesa Lorna —dijo un diablo del humo a Uveel.
Uveel le llevó ante Lorna.
—Este muchacho de veinte años quiere unirse a los Ángeles de Santa Esmeralda —dijo Uveel
Lorna se volvió a mirarlo.
—Eres un ifriti.
—Lo sé, marquesa, pero mi madre fue salvada por una decisión suya en la gran cruzada de los pájaros cantores y así pude nacer yo hace veinte años —explicó el ifriti.
—Vaya, me siento halagada, pues bien. Tenemos algunos mecanicaballos de sobras, y como perdimos algunos ángeles de momento serás escudero de Uveel —dijo Lorna.
—Gracias, marquesa —dijo Togurz.
Uveel acompañó a su escudero a que escogiera un mecanicaballo de los que había sin jinete.
—¿Cuál me aconsejas? —dijo el chico.
—Te recomiendo este, perteneció a un amigo, el mecanicaballo le salvó unas cuantas veces y finalmente murió el dia que mi amigo se apeó para luchar por voluntad propia.
—Entonces no me descabalgaré nunca en combate —dijo Togurz con una sonrisa.
—Lorna es demasiado comprensiva, yo no te habria dejado unirte a nosotros, pero no temas, te trataré bien —dijo Uveel.
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Los Ángeles de Santa Esmeralda
FantasyLa guerra civil entre ángeles era para algunos una desgracia y para otros una oportunidad para hacer nuevos tesoros.