Un café para llevar

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Era su cafetería favorita, o lo había sido hasta que había llegado ese pequeñajo rubio.

Su rutina por la mañana era una de las cosas que más le agradaban. Era una rutina simple, antes de ir al trabajo entraba al lugar, pedía un café grande con poca leche y sin azúcar, se lo daban relativamente rápido. Le gustaba sentir el calor que el café emanaba entibiar sus manos mientras recorría el camino hacia su trabajo. Era una buena rutina, o lo había sido hasta que él había comenzado a trabajar en ese lugar.

El tiempo en que tenía que esperar el café se había alargado demasiado, era algo que podía entender pues quizás el chiquillo era nuevo, pero perder el tiempo así era algo que lo enervaba sobre manera. Además, esa sonrisa traviesa que siempre ponía mientras lo atendía le hacía pensar que su lentitud en servirle era muy adrede.

Pero lo que más odiaba, es que de alguna forma u otra siempre escribía mal su nombre, o como últimamente había comenzado a hacer, ponía una palabra que empezaba con la inicial de su nombre.

Al inicio fue algo simple y sin importancia. Su nombre lo había visto escrito tanto con K o C y era imposible para un desconocido saber cómo estaba escrito en sus papeles oficiales, así que las primeras veces no paso de un incidente que le había pasado infinidad de ocasiones antes.

Pero pronto en su vaso ya no ponía “Víctor” o “Viktor” sino “Vitor”. Alzó la ceja al ver las letras y miró de reojo al chico, quien solo le devolvió una sonrisita.

Quizás solo había sido las prisas al escribir, supuso esa mañana, sin pensar ya en eso durante el resto del día. Sin embargo, al día siguiente en el vaso estaba escrito claramente “Vector”

De nuevo levantó la mirada hacia el chico y estuvo muy seguro lo había visto reírse disimuladamente. Gruñó por lo bajo pero no hizo más alboroto, no tenía tiempo y al final de cuentas el café sabía exactamente igual pese a qué estuviera escrito en el bendito vaso.

Pero tras varios días siguió y siguió pasando, y a decir verdad estaba colmando su paciencia. Extrañaba su tranquila mañana donde ningún barista se reía de él solo para buscar molestarlo.

Creía que había resistido muy bien a no quejarse, hasta ese día, donde su vaso decía “Vicky” y así fue llamado por la chica que le entregó el café mientras el mocoso rubio se controlaba para no carcajearse, eso lo pudo ver muy bien. Tomó el café y salió del lugar, con la cara bastante roja por la anterior, y muy planeada, burla.

Su paciencia, que en verdad era muy poca, se había acabado. Había soportado cada extraño apodo, incluso ese raro que le había puesto “Vic VapoRub” ( se había dado cuenta los nombres más raros los ponía cuando era él quien debía entregar en persona el café, así que tomaba desprevenido el café para luego darse cuenta de la “bromita” ) Sin embargo ya estaba harto de ese juego que arruinaba su mañana, y realmente no quería dejar de ir a esa cafetería, en primera el café era rico, segunda la locación era perfecta en su ruta al trabajo pero sobre todo y lo más importante era que ¡no iba a dejar que el maldito engendro post-milenial le ganara!.

Lo primero que debía hacer era poder hablar en privado con el mocoso, pero durante la mañana no podía hacerlo, así que debía esperar a que saliera de su turno.

Así que de acuerdo a su plan, esa tarde salió antes de la hora de la comida hacia la cafetería, debía estudiar los horarios del chico si quería tener una oportunidad para encontrarse con él a solas. Aunque el sentirse un acosador al mirar desde la calle de enfrente no le hacía sentir muy cómodo si era sincero.

Fue en ese momento donde se dio cuenta de qué era lo que más le molestaba. Desde que había empezado eso no podía quitarse de la cabeza al muchacho, cada que pensaba en él no podía dejar de ver en su cabeza esa sonrisa burlona suya. No podía dejar de pensar en el chico, ¡¡ese era el maldito problema!!.

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