Introducción

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Escritos de Taphio – de la tribu de Jalmai, 538 escriba de Edrela, Traducción de un manuscrito referente a los Guardianes.

La lluvia descendía a medida que los apresurados transeúntes se movían de un lado a otro, cubriéndose a sí mismos y a sus vástagos con adornados paraguas que parecían brillar con luz propia a pesar de las grises y oscuras nubes que cubrían el radiante sol de la ciudad de Kendam. No había distinción entre ellos salvo por sus capas, llevando las damas telas de bellos colores para cubrir sus cuerpos y engalanados cabellos de la humedad.

De entre la multitud, vimos surgir a un anciano, y esto supusimos pues sus callosas y venosas manos sujetaban un bastón que le hacía de apoyo, (aunque por la forma en que se erguía, mejor nos hubiera sido pensar que más bien se trataba de un hombre herido de guerra más que de un anciano), y esté, apoderándose del centro de la plaza, comenzó a clamar a grandes voces, palabras que en otro entonces habríamos considerado los desvaríos de un enfermo.

Su voz era ronca y áspera, casi como si llevará semanas sin catar una gota de agua, y tal vez fuera la profundidad de su voz lo que hizo que todo aquel que le escuchará se detuviera a prestar atención:

"Temo que mis palabras tan solo sirvan para calmar temporalmente vuestros nervios ante las guerras ya cercanas.

Qué horrible costumbre la de los nuevos hombres el dejar al lado su soberbia y orgullo, tan solo cuando recuerdan que sus hijos sin destetar y sus hermosas esposas están ligados a los destinos de sus acciones."

De entre las multitudes, había un gran número de familias quiénes ante la mención de sus pequeños, apresuraron a acercarlos a las faldas de sus capas, protegiéndolos de algún modo contra el calor de sus cuerpos mojados.

El hombre pareció observar con profundidad los ojos y las almas de la creciente multitud que se reunía a su alrededor, y una vez satisfecho al ver el temor en los rostros de su audiencia, continuó, alzando su dedo índice para reprenderles tal y como haría un padre con sus hijos:

"¡Gentes del Reino! Os incito a que os arrodilléis hasta que vuestras cabezas perfumadas y vuestras coronas de oro se manchen de barro y estiércol, pues es vuestro orgullo lo que os conducirá a la tumba. Temblad, y tal vez así recordéis que hay batallas mucho peores, libradas en silencio en esferas que a los hombres no nos es permitido conocer.

Teméis ahora por las guerras de vuestros reyes mortales. Lloráis desamparados ahora por el qué será de vuestros valientes hijos que corren a la batalla, y de vuestras sabias hijas que quedan viudas, y aun así ¡no suplicáis lo suficiente a nuestros dioses! Aun cuando sois castigados con el látigo de la guerra, ¡no veis los verdaderos horrores que se ciernen sobre vosotros a velocidad vertiginosa, demasiado enfrascados en sufrimientos pasajeros que pronto no serán mejores que las cenizas de vuestros antepasados, largamente ya olvidados!

No es la primera vez que terribles augurios y el sonido de la guerra llegan a nuestros oídos, no es la primera vez que aquellos que se creían muertos y derrotados emergen de entre los brazos de la noche, y debido a mi condición como anciano y sabio, temo el pensar que esta no será la última vez. Al menos no todavía.

Esto ya ha ocurrido con anterioridad, y siempre hemos dejado pasar la gravedad de las señales, como un padre deja pasar los miedos infantiles de sus hijos. Pero ahora, al borde del precipicio, ¡ahora que miráis a los ojos a la muerte! os incito con el lema de mi propio pueblo para que cambiéis vuestros destinos: Nosotros no podemos olvidar.

Hemos de recordar, que las historias de nuestros ancestros son reales, sí, aun cuando existan entre vosotros incrédulos y hombres temerosos de los dioses que se niegan a admitirlo, pues la propia historia de nuestras tierras es testimonio más que suficiente.

¿O acaso hemos olvidado lo que nuestro Reino, el gran Reino de Edrela en las prósperas tierras de Tedril tuvo que pasar? ¿Acaso hemos olvidado como muchos de nuestros abuelos y padres tuvieron que labrar su libertad? ¿Ha sido olvidado el fuego en los cielos, o los desolados parajes consumidos por las llamas que traían consigo los ejércitos de los Riukae? ¿Ha sido olvidado el nombre del joven emperador *Lidán, décimo de su nombre, de nuestros labios?

Hermanos han vuelto a alzarse contra hermanos, y la gente teme encontrarse sin refugio al anochecer, por los demonios y las criaturas que están comenzando a surgir de entre las tinieblas. Todo esto, a causa de las artimañas de esta nefasta criatura, nacida de una magia antigua y prohibida, a la cual, muchos simplemente nombramos como Sautar, dado que no hay sobre la tierra hombre, mujer o criatura que recuerde ya su primer y original nombre.

Había desaparecido, sí. Hacía edades que nada se sabía de este, causante de las penurias y primeras guerras de los hombres, habiendo sido desvanecida hacia la Nada, sin posibilidad de retorno, y sin embargo, volvió.

Volvió de lo desconocido como hace ahora, para llenar la mente de aquellos de débil espíritu que le escuchen, con un futuro bajo su dominio, lleno de grandeza y riquezas. Engatusando a todo aquel que le preste atención, con hechizos oscuros que cantan acerca del orden que cubrirá toda Iabis si permitimos que nos domine.

Pero, habéis de saber qué bien es mejor ser castigados por los Dioses antes que ceder a sus dulces y tentadoras palabras, pues esta criatura, sabe recompensar como es debido a aquellos que le entregan sus poderes y voluntades, con dones aún más oscuros que sus intenciones.

Corromperá vuestros corazones y retorcerá vuestras mentes, y permitirá que seáis consumidos por una oscuridad que se extiende como la fiebre, haciéndoos sufrir de tal modo, que vuestras carnes se rasgarán y vuestras apariencias se verán afectadas. Y no podréis ser recordados por otro nombre que no sea Tujar, "Terror del cielo", pues así es como son llamados aquellos que se unen a su causa.

Y junto a vosotros, traerá espíritus corruptos y perdidos, almas de seres y hombres merecedores de sus sueños eternos, ganados en épocas pasadas incluso para nosotros los hombres mortales, y con estos, la criatura alzará su estandarte, y una guerra comenzará nuevamente.

*Amankai, "las mañanas de la desesperación", volverán nuevamente, y tiempos oscuros regresarán. Los *Kaylindair no brillarán, demasiado ocupados llorando desde el firmamento. Los *Uintas no darán vida a los árboles y las flores, y nosotros los hombres, temerosos de nuestros destinos y del de nuestros hijos, desearemos devolver nuestros *Rajashas a *Kileos, "El de la luz Imperecedera", en busca de un descanso que no podremos encontrar sobre la tierra.

No obstante, ¡alegrad vuestros corazones! pues a pesar de que sé que esté nuestro pueblo no es digno de salvación, hay otros a nuestros alrededores merecedores de intervención divina, que comparten sus buenas nuevas con nosotros, insulsos pecadores.

Se oyen trompetas triunfales a través del velo que nos separa de nuestros Dioses, y los rumores de que existe una salvación se esparcen como el agua derramada en una mesa recién pulida.

¡Los rumores son ciertos! El rey Lladas, soberano del trono de Othon en las desconocidas tierras del Este, sigue los consejos de muchos sabios, quienes por locura, o por verdadera sabiduría, se hacen llamar el Consejo. De entre estos, hay uno conocido como Fydar, "El Profeta", quien ha ordenado el reunir un ejército que combata contra la maldad que nos acecha.

Y así hace el rey, quien ya ha formado una notable alianza de gente de diferentes sangres, quienes están armados con los poderes que sus antepasados les han otorgado. Y ellos son verdaderamente nuestra única esperanza. Los únicos capaces de finalmente encerrar a la criatura tras la Gran puerta, donde le espera un castigo en los tormentos de Orild, los Reinos del más allá.

¡Gentes del Reino! Nuevamente os llamó a que no dudéis, pues si otros pueblos son capaces de dar la vida por nosotros, no podemos darnos el placer de ser menos.

Aferrad ahora a los bebés que tenéis contra vuestros pechos, y calmadlos con canciones de cuna si así debéis hacerlo, más pensad, que muy pronto vendrán los años del miedo y la noche.

Pronto vendrán los años del clamor de la batalla y el sonido del choque de espadas, los cuáles, no podrán ser acallados ni con la más dulce de las canciones..."

Los Herederos - SueñosWhere stories live. Discover now