Prólogo

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El silencio fue lo que le despertó.

El príncipe abrió los ojos, y por primera vez desde que había puesto pie en aquella maldita isla, permitió que la incertidumbre le consumiera.

Las antorchas habían cesado de iluminar el campamento. El fuego de la fogata que anteriormente se balanceaba de derecha e izquierda a causa de los suaves soplidos de la brisa de la noche, yacía apagado, tan solo permanecía la ceniza. El humo, se alzaba blanco, danzando de forma hipnótica mientras ascendía hacia el cielo oscurecido.

El fuego se había consumido recientemente, sin embargo, esto no había sido por obra del viento, pues esté ni siquiera mecía el humo. En realidad, pareciera que cualquier corriente de aire hubiera cesado por completo, dejando paso únicamente a un silencio ominoso, de aquellos que suelen dar lugar al comienzo de batallas que certeramente van a ser perdidas.

El príncipe, aún con su cuerpo entumecido, permitió que sus ojos, dorados como los rayos del sol, observaran la noche que se extendía por todo el campo sobre el que se hallaba recostado. El muchacho jamás había visto tanta oscuridad reunida en un solo lugar, y el color negro, que en algún momento le había producido gran orgullo al ser el símbolo de su amada patria, ahora no hacía más que acrecentar la confusión y el miedo irracional que subían por su garganta.

No recordaba qué había ocurrido. Había sido una jarra de licor, una serie de carcajadas... Pero no recordaba haber cerrado los ojos en ningún momento. ¿Por qué entonces todos se encontraban sobre el suelo? ¿Por qué había tanto silencio? ¿Por qué su cuerpo estaba tan frío?

Apretando los dientes ante un repentino estallido de dolor, el muchacho de negros cabellos hizo un esfuerzo sobre humano para girar su cabeza, tan solo deseando no haberlo hecho en cuanto pudo verdaderamente apreciar el caos que a su alrededor se esparcía.

El campo entero se hallaba desolado por las armaduras y los estandartes negros que portaban el ojo dorado de los (vulgarmente nombrados) "Oscuros", el pasto verde cubierto por el negro de los soldados, y por sangre...

El joven Kalima, pues este era el verdadero nombre de su casa, jamás había visto la muerte hasta aquel momento. La multitud de hombres y mujeres de negras y poderosas armaduras de metal, recordaban ahora al mar ennegrecido que habían tenido que cruzar para llegar hasta aquí, y varias gotas de sudor frío se deslizaron por la frente del príncipe al este notar, que su mano derecha se hallaba atrapada entre las de un cadáver de helados guanteletes negros.

Haciendo nuevamente un gran esfuerzo, el muchacho se posicionó sobre sus cuartos traseros, notando una vez que estuvo erguido, las nuevas heridas que había adquirido. Habiendo liberado su preciada mano del agarre del soldado, el muchacho volteó el cuerpo que parecía haberle cubierto, y se detuvo a examinar las vestiduras del hombre frente a él.

Como si despertara de una pesadilla, su corazón comenzó a latir con fuerza, y un nudo se ató en su garganta al comprender a quién estaba observando.

-Beonan...

Las llanuras sombrías de Ballater, como los niños Kalima conocen a aquellas tierras alejadas de las manos de los dioses, de repente se volvieron asfixiantes y más siniestras que de costumbre, un aire capaz de helar las almas mismas comenzó a apoderarse del ambiente, abofeteando el rostro lloroso del joven, y las nubes que hasta el momento habían permanecido oscuras y silenciosas, dejaron paso a varios truenos que parecieron representar el dolor que el muchacho estaba sintiendo.

Aquel soldado había compartido toda una infancia con él, y no hacía menos de dos días, había jurado protegerle. Aquel soldado entre sus brazos no era otro que su propio hermano, y el heredero a la corona de sus padres.

Los Herederos - SueñosWhere stories live. Discover now