II

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»Kara«

Un par de copas bastaron para hacerme sentir mejor, sin embargo me encontraba más embriagada por el encanto del supuesto Diablo que por el alcohol.

—¿Qué te llevó a querer estar dentro de este agujero oscuro?

Pregunté, refiriéndome claramente al lugar en el que nos encontrábamos, siendo sinceros, nadie viene aquí cuando tiene una vida maravillosa y feliz.

—Digamos que estoy esperando a que un idiota me permita poseerlo, para así poder destrozar la creación de mi padre, el cual siquiera muestra su rostro para evitar que lo haga.

La confesión del ajeno me dejo totalmente desconcertada. Quizás era por la bebida o porque muchas cosas no encajaban con la vida real que me quede en silencio, meditando sus palabras. ¿Poseerlo? ¿Acaso me estaba jugando una broma? No parecía decirlo de esa forma.

Mi cabeza daba varias vueltas y tengo la suposición de que toda esta confusión se debe al consumo de alcohol.

—¿Y a ti?

Al escuchar su pregunta, aparté el vaso vacío hasta el bartender, para que así me lo recargara con más de lo que estaba bebiendo.

—Mi vida es por completo un asco.

Suspire con cierto pesar en mi pecho, realmente estaba llegando al fondo, nunca caí tan bajo como hasta ahora. Mis ojos se aguaron, e intente con todas mis fuerzas retener la catarata de emociones que se aproximaban en mi interior.

—Tengo una hija de cuatro años, Isabelle. Quisiera estar con ella, quiero estar junto a mi bebé, pero su padre... ya lo conoces, es el del estacionamiento.

Realicé un gesto con mi cabeza apuntando la salida.

—Él no me permite verla o acercarme. La única manera de que suceda es que vuelva con él, y eso no va a pasar. Ya lo soporte lo suficiente.

Observé al rubio a mi lado, se veía interesado por la historia, o al menos eso parecía, lo cual agradecí más que nada.

—Podrán decir que soy la peor madre del mundo, pero no se encuentran en mi lugar. Solo espero a que, no lo sé,  un milagro ocurra y pueda tener a mi niña conmigo.

—Lamento decirte que los milagros no ocurren, tu eres la única responsable de tu vida.

Ese comentario me desconcertó por completo, tenía razón, tenía toda la razón, últimamente he estado evitando mi responsabilidad. Me levanté de mi banco dispuesta a algo, no sabia realmente a qué, solo necesitaba salir de ese lugar del infierno y empezar a reconstruir mi vida.

De mi bolsillo extraje dinero suficiente para pagar todo lo que consumimos, y diablos que si había sido mucho. El hombre a mi lado se quedó sentado, por lo tanto jale de él para que me siguiera.

Camine hasta la salida, e iba demasiado ebria pero podía caminar, que era lo importante.

—¿A dónde vamos?

Me detuve en el estacionamiento, no tenía ni idea si aquello que tenía en mente iba a funcionar, no me importaba en realidad. Quería recuperar a mi hija, y eso iba a hacer. Costara lo que constará.

—Si te apetece puedes acompañarme, no estas obligado.

El rubio me miró intrigado. Eso en parte me divertía, parecía una persona que no solía tener planes espontáneos, por lo que era más entretenido.

Sin pensarlo mucho, él aceptó, provocando que una sonrisa se dibujara en mi rostro.

—Ven, tengo algo que hacer.

Me dirigí a mi auto, dispuesta a enfrentarme con quién sea para recuperar a mi hija. Lucifer me siguió, por lo que entendí que tendría su apoyo. Aunque realmente no sabía por qué lo estaba haciendo.

Subí al vehículo y el rubio al asiento del copiloto. Me encontraba en un estado de ebriedad elevado, ya que sobria jamás haría esto.

—¿Puedes conducir en ese estado?

Desvíe mi vista hacía él, dudando un poco mi respuesta.

—De todos modos quién soy yo para detenerte, adelante.

Habló sin que yo siquiera le respondiera. Encendí el coche y me puse en marcha, concentrándome lo más que pudiera, así no nos mataba a ambos.

Aún procurando tener toda la precaución del mundo, en mi estado podía ocurrir cualquier cosa, y eso fue lo que pasó, casi chocó con un árbol, pero antes de hacerlo, mi acompañante me sujeto del brazo y, como si fuera por arte de magia, recupere mi sobriedad.

No sabría decir si fue realmente magia, no era posible, por lo que la razón más lógica es que fue tanto el susto de estrellarnos, que el alcohol en mis venas se disipó de mi cuerpo.

Llegamos bastante rápido a mi casa, mi antiguo hogar. Golpee la puerta una... dos, y hasta tres veces, pero nadie abría. Entré sin invitación topandome con la madre de Erik.

—¿Qué haces aquí?

Preguntó como si no fuera obvio que venía a buscar a mi hija.

—¿Qué haces tú aquí? ¿Dónde esta Erik?

Él no era para nada un buen padre.

—Eso mismo te iba a preguntar.

La miré extrañada.

—Yo no soy su madre, y no tengo el mínimo interés en saber dónde se encuentra.

Quise ir hasta la cuna de mi niña pero Anna se interpuso en mi camino.

—Él dijo que no te dejará verla si venías.

—Y quién demonios eres tú para prohibirlo.

Intenté pasar nuevamente pero seguía evitandolo a toda costa. Escuché la risa de mi pequeña mientras bajaba en los brazos de alguien por las escaleras. No habían muchas luces de la casa encendidas, por lo que no podía observar quién era.

—Mira lo que me encontré.

Esa voz la conocía, era Lucifer ¿cómo había entrado a la casa? La última vez que lo había visto se encontraba en mi auto.

Sin embargo no me cuestionaría eso, tenía a mi bebé frente a mí. Una vez me reconoció, estiró sus manitas hacía mí.

—Mamá.

Dijo alegremente y aquel sujeto me la entregó. La abracé delicadamente para no hacerle daño. Luego de ello me dispuse a irme.

—Le diré a Erik que te la llevaste.

Mi vista fue hacía la señora odiosa junto a mí, y luego a mi pequeña.

—Cariño, él te llevará al carro ¿Sí?.

Le expliqué a ella y a Lucifer a la vez, confiaba lo suficiente para creer que no le haría daño a Isabelle. Se la entregué nuevamente, la niña no quería despegarse de mi pero necesitaba buscar unas cosas en la casa antes de irnos.

—Ya voy con ustedes, solo esperen en el coche.

Terminé de decir, y ellos salieron de la puerta. Esperé a que entrarán en el vehículo y luego observé a mi ex suegra.

—Escuchame una cosa, yo me iré con mi hija, ni tú y ni el idiota de tu hijo podrán evitar que hagamos nuestra vida otra vez.

Intentó hablar pero se lo hice imposible.

—Y si quieren impedirlo, me veré obligada a meter a la policía en esto. Recuerda que mi hermana lo es, por lo que no me será difícil meter a tu hijito tras las rejas.

—¿Tu hermana?

Seguido de sus palabras soltó una risa burlona.

—¿La que te odia? Lo dudo.

No me odia... o eso creo.

—Solo metan sus narices, y vean lo que les pasa.

Sin más fui hasta la habitación de mi niña, tomé algo de su ropa metiéndola en una mochila, también agarre sus documentos, y ya con eso me largue de la casa que tanto odiaba, aquella casa que había sido mi hogar alguna vez.

Con un pie en el InfiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora