Capítulo 1: El camino

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¿Y qué otra cosa podría hacer?

La pregunta flotó en el aire, como si la oyera, cuando en realidad estaba sólo en su cabeza. Trataba de buscar otra opción, cualquiera, para evitar esa locura. De repente, la armadura pesaba más de lo que creía, y el aire enrarecido y vil de Sombraluna se le atragantaba, acumulándose como un nudo en su pecho, haciéndose difícil de respirar. Miró hacia abajo, no cansada, ni procurando evitar la mirada del elfo, si no para encontrar, defraudada, los colores del príncipe que adornaban su armadura. Sonrió con amargura ante la imagen del fénix que la decoraba.

Todo mentiras.

Su vista cayó para recordarle una vez más la cruda realidad, cómo la esperanza de enderezar su vida tras la masacre de su pueblo y su familia por la Plaga se desmoronaba al descubrir a qué fuerzas y señores servía Kael'thas. Aún una parte de ella se sentía aliviada de haberlo descubierto a tiempo. Ethas le miraba, con la mano tendida, expectante.

     - Vamos, Karadel. Ya no podemos volver, hemos llegado demasiado lejos.

No creerían que fuera casualidad que su misión de patrulla se retrasara por tantos días, y tratar de urdir una excusa para justificar su camino hasta Sombraluna y el regreso desde ahí era, como poco, arriesgado. Las Filoespada habría tenido sentido, rondar la Marisma de Zangar o quizá la Península de Fuego Infernal, aunque descabellado, podría resultar creíble. ¿Pero ir más allá, atravesar el bosque de Terokkar y llegar hasta el Valle de Sombraluna? Intolerable. Los mandos jamás lo habrían permitido. No... Ethas teniá razón. No había vuelta atrás.

Karadel levantó la vista, y asintió. Sus grandes ojos azules le miraban, odiando por un momento que tuviera razón, esperando profundamente que se equivocara y hubiese otra salida que hubieran pasado por alto. Pero no la había. A éstas alturas, ya habrían serían tratados como desertores, y la posibilidad de llegar al Portal Oscuro sin ser vistos, eran escasas. Karadel suspiró, sacudió la cabeza mientras se pellizcaba el puente de la nariz.

     - Tienes razón... tienes razón - asintió de nuevo.-. Venga, vámonos.


Continuaron la marcha por un sendero desolador. El vil bañaba cuanto alcanzaba la vista en aquella región, desde el suelo, hasta ríos y lagos enteros. Las montañas tenían una imagen resquebrajada, fruto del cataclismo que destruyó la imagen del antiguo Draenor, y el aire, empapado de esa esencia oscura, era tóxico. Pasaron la primera noche entre temblores. Era imposible encontrar maná limpio en Terrallende, y en Sombraluna estaba aún más saturados de vileza que en la Tormenta Abisal. A la mañana siguiente, los elfos de sangre tuvieron que rendirse a lo evidente: necesitaban maná de donde fuera.

Creyeron que lo más seguro sería extraerlo de un animal corrupto, que mezclado con la esencia vital de alguna criatura estaría atenuado. Se equivocaron, pero no por mucho. Tras caminar un poco más con pasos titubeantes, un jabaspín corrupto se cruzó en su camino. Su piel era gruesa y gris, y sus estrechos ojos verdes ya dejaban claras sus intenciones de atacar a la pareja. Sus colmillos no eran el único peligro que suponía la bestia, pues sus embestidas estarían reforzadas por las púas que el vil había deformado en el cuerpo del animal. No fue difícil acabar con él, mucho menos entre dos guerreros. Karadel esquivó su primera acometida con un paso a la izquierda, mientras sujetaba su espada con ambas manos a la altura de su cintura, paralela al suelo. La hoja entró rápido en la carne del jabaspín, y Karadel tuvo que afianzar los pies sobre la marchita tierra para no caer por la inercia del animal, y sujetar el arma con firmeza para no dejar que se la llevara clavada en su carrera. Cansado y gravemente herido tras la que sería su última carga, Ethas golpeó con dureza la cabeza del animal con su maza. El jabaspín apenas pudo hacer nada por esquivar el golpe. Un desagradable sonido de huesos rotos sonó tras el impacto, dejando a la bestia tendida en el suelo.

Karadel LerenthalasWhere stories live. Discover now