- Entonces, ¿estás segura?
- No, pero no puedo soportarlo más. Tengo que hacerlo.
- Eso no sirve. -suspiró el elfo de sangre, irritándole la inminente pérdida de tiempo que parecía que iba a sufrir.- O lo haces, con todas las consecuencias, con todo el aplomo que se necesita, o no lo haces.
- Está bien. -asintió Karadel. Suspiró.- Por los Illidari, por... mí misma, daré lo último que me queda de mi familia.
El elfo asintió. Varios otros iniciados a su alrededor formaban un círculo, una vez más. Junto al elfo, había dos braseros donde brillaba un fuego puro, para variar. Era reconfortante verlos crepitar, mientras su calor acariciaba el torso casi desnudo de la muchacha. Había cambiado más en los últimos días. Su piel se había oscurecido, acercándose al color morado de la piel de Sak'tsaroth. Sus huesos, sus músculos, habían cambiado también, haciéndola más robusta y fuerte. Pensó que alguno de esos huesos se le iban a salir de su propia carne, pero de momento sólo habían hecho que su pequeña complexión de elfa de sangre se hiciera mucho más esbelta. Le gustaba. Ahora sí podría llevar una armadura, aunque ya no la quisiera para nada.
Frente a los braseros, en el suelo, había un par de dagas. El metal era sencillo, sólo le habían grabado símbolos y runas para darles un toque ceremonial, para adornar ésta decisión como parte de un ritual. Tomó las dagas, acarició las empuñaduras, y las acercó al fuego. Dejó que las llamas calentaran suavemente el metal mientras las sujetaba.
- No serás capaz.-dijo la voz del demonio en su interior. - Es todo lo que tienes. Los ojitos de papá. Ningún mortal en su sano juicio haría lo que estás a punto de hacer. Estás loca.
Karadel hizo oídos sordos a sus provocaciones. Sak'tsaroth ya sabía a éstas alturas cómo había idealizado el recuerdo de sus padres, y todas las dudas que le asaltaban sobre lo que pretendía hacer. Pero no parecía funcionar. Seguía calentando el metal. Un repentino arrebato disparó sus brazos, empuñando las dagas, contra su pecho, como si fuera un demencial acto reflejo. Paró a medio camino, con los brazos temblando por el esfuerzo. Brotó sangre de la comisura de sus labios. Sollozó de forma entrecortada por el esfuerzo de frentar al demonio. Le había costado mucho, pero estaba empezando a conseguirlo. En los últimos días, ya no sólo las visiones se habían hecho insoportables, si no que Sak'tsaroth había ido ganando terreno. Cada vez que hacía algo mal en los entrenamientos, o se le caía la cuchara mientras comía, o cometía cualquier tipo de error menor, se abofeteaba así misma. Cuando se sintió más vigorosa, le empezó a sentir una curiosidad malsana por ver cómo eran los huesos ahora, arañándose la carne junto al hombro para ver si era capaz de llegar. Tal era la influencia que del guardia de cólera estaba influyendo sobre su cuerpo. Tenía que terminar. Dañarse así misma con las gujas de guerra era difícil, por su tamaño y el control tan directo que tendría que ejercer sobre ella, pero un par de dagas eran fáciles de estrellar contra su corazón, con un simple giro de sus codos.
Hubo murmullos y expectación. Algunos Illidari creyeron que la iban a ver suicidarse allí mismo. Otros, tras haber frenado el ataque suicida del demonio, no creyeron que fuera a tener valor para hacerlo. Tardaba demasiado. Volvió a poner las dagas en el fuego. El mundo volvió a cambiar. A su alrededor, Sak'tsaroth le devolvió a otro mundo destrozado por la Legión. O más bien, siendo destrozado por ella. A su lado, alguien cayó muerto, la sangre le salpicó el costado izquierdo mientras un manáfago saltaba sobre la víctima, intentando absorber la magia antes de que se perdiera junto con su vida. Los gritos y la desesperación se escuchaban por todas partes, mientras un par de señores del foso, apareciendo temerarios tras la seguridad de otro mundo conquistado, derribaban los edificios con sus enormes armas. Reconocía esos edificios con bóvedas de plata y agujas de mármol que se desmoronaban ahora sobre el llameante empedrado rojizo de sus caminos. Escuchó un grito de ira. Un mandoble partió aire, carne de demonio y sangre envilecida con un tajo a su izquierda. Mientras los Caballeros de Sangre morían y trataban de dar tiempo a los civiles a escapar, en un intento futil de evitar la destrucción total de Lunargenta y su pueblo, murciélagos viles cogían a los maltrechos supervivientes, los alzaban al vuelo y los dejaban caer contra el fuego o el piso, sólo para ser aplastados por la inminente Legión. Flaqueó un momento, antes de ver a su padre a la izquierda, con los colores de los Caballeros en el pecho, junto a su madre, a su espalda, preparando su último conjuro. Permaneciendo al lado de su mujer, Iradiel sujetó el mandoble con sus últimas fuerzas. No seguirían profanando su ciudad mientras les quedara vida en los suyos. La Legión venía hacia ellos, y el señor del foso, dispuesto a erradicar a esos pobres supervivientes, levantó su lanza de guerra.
Karadel gritó, un aullido terrible y desesperado, proveniente de la profundidad de sus propias entrañas. Sak'tsaroth no se haría con sus recuerdos y los mancillaría con sus argucias y su manipulación. El fuego lo arrasó todo, elfos y demonios por igual, que se desvanecían lentamente de su vista mientras sólo el purificador color del fuego bañaba su vista. Luego, no quedó nada. Jadeando y gruñendo gravemente, lanzó las hojas contra el suelo, que rebotaron y doblaron tras el impacto. Karadel cayó de rodillas, derrotada y gimiendo de dolor. Sintió pasos a su espalda, pero ella no quería que nadie se acercara tras lo que acaba de hacer, tras lo que había estado a punto de ver de nuevo. La figura se sentó a su espalda, mientras sentía que pasaba algo sobre su cabeza, la dejaba caer sobre sus ojos, y ataba tras la cabeza, bajo la melena.
- Se acabó. Tranquila, ahora no puede volver a hacerte daño de esa manera.
- Syanna...
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Karadel Lerenthalas
FantasiRelatos cortos sobre Karadel Lerenthalas, personaje de ficción del universo World of Warcraft