Prólogo.

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Y es que Percy estaba cansado.

Cansado de la vida de semidios y de las constantes amenazas de muerte, harto de ver morir a quienes apreciaba, agotado de soportar un peso que no le era correspondiente.

Pero no se rendiría solo por eso, aguantaría nuevamente y de rodillas el peso del cielo si así su familia se mantenía en pie , volvería a luchar contra aquellos que había derrotado si con eso lograba protegerlos.

Volvería a navegar en mares prohibidos, a luchar en tierras sagradas sin protección de los dioses, a viajar a lugares donde nadie debería ir, se perdería en el Laberinto sin dudarlo, entraría en el Tártaro cuántas veces fuera necesario.

Probaría venenos, caería en trampas, lameria su heridas como lobo solitario si con eso aseguraba que ellos estuvieran a salvó.

Su familia.

Su único motivo para seguir luchando.

El dolor carcomía su alma. Saber que no podría protegerlos por mucho más tiempo.

Que el sería el primero en partir, dejándolos indefensos.

No porque fueran débiles, sino lo contrario.

Sabía lo que significaba su propia muerte, el dolor que causaría a su familia, por eso luchaba.

La lucha más difícil que había llevado a cuestas hasta el momento.

Ni siquiera Gaia le había perturbado tanto.

Era doloroso.

Una lucha contra sí mismo, contra su cuerpo.

Y contra el obvio deterioro que poco a poco le obligaba a perder la capacidad de luchar, de cuidar de ellos.

Percy nunca había sentido verdadero odió hacia nadie, al menos nadie mortal.

Hasta ese momento.

Donde todo el odió que su corazón podía soportar estaba dirigido hacia el mismo.

•~•~•♦•~•~•

El tiempo se agota.

Su tiempo está llegando a su fin.

Y tiene miedo.

Miedo al dolor que causará al verse indefenso, cual infante nuevamente.

Miedo a que sus enemigos lo tomen como una oportunidad para cazar a su familia.

Miedo a no ser suficiente, a ser la causa del dolor de los que ama y tal vez de su muerte.

Miedo.

Impotencia.

Frustración.

Desesperación.

Las Moiras lo han visitado. Han hablado con él.

Ha visto su hilo y como cada segundo que pasa el color se pierde.

Nadie debe saberlo.

Lo ocultará hasta que su cuerpo deje de responder.

Hasta que el hilo de vida sea cortado.

Su hilo.

Su vida.

•~•~•♦•~•~•

Las Moiras son extrañas. Percy siempre lo ha pensado, pero ahora tiene pruebas de qué es cierto.

Le han ofrecido un trato.

Mejor dicho, un deseo, un regalo. Uno ajeno a las reglas de Zeus, uno donde el Olimpo no podrá intervenir.

Percy sabe lo que las Moiras quieren que haga, es obvio después de las advertencias que le han dado.

Pero no puede.

No puede ser egoísta, no se encuentra en su naturaleza.

Ellas lo saben, pero aún así guardan la esperanza de que él cambie de opinión.

La esperanza, aquello que Percy tanto protegió y agradeció.

Oh, ironía. Ha muerto esa esperanza nacida en cuerpos inmortales, poderosos. Pero ellas lo aceptan, lo sabían desde un inicio y aún así le ofrecieron aquel majestuoso regalo.

•~•~•♦•~•~•

La enfermedad que carcome su autonomía y con ello su cuerpo, carecen de relevancia al tener frente a si la oportunidad de cambiar las huellas que las guerras dejaron en su familia.

¿Cómo desaprovechar esa oportunidad?

Y tiene la idea perfecta.

Letras por vidas. Una a cambio de la otra.

Con resignación, las Moiras cumplen su petición, esperando que así, la vida de su protegido también cambie para bien.

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Cambiando vidas por letras. El legado de la lealtad.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora