Capítulo Uno

184 4 2
                                    

Corrí lo más fuerte que pude, no quería que me atrapara. Tenía la suficiente fuerza de voluntad para no mirar atrás, sabía que si lo hacía mis piernas podrían no reaccionar y caería por el terror que me provocaba saber que mi papá podría alcanzarme y hacerme lo mismo que le hizo a mi mamá.

Nunca lo había visto así, tan enojado, era como si de un momento a otro le hubieran pegado con algo en la cabeza y se hubiera vuelto loco. Hace unas horas atrás estábamos cenando todos juntos, mirando las noticias, y luego, a mitad de la noche esos gritos, el llanto de mi mamá, y ese especie de rugido que pegó mi padre que hizo que me levantara asustada y me dirigiera a su pieza. 

Mi mamá ¿Por qué ella? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? No entiendo. 

Salí corriendo escaleras abajo, sintiendo cómo él corría detrás de mí, rugiendo al igual que con mi mamá, avisándome que tendría el mismo final. 

Mi mamá ¿Por qué ella? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? No entiendo.

No sé muy bien cómo logré salir de mi casa, creo que rompí uno de los ventanales que daban al patio, y escapé por allí. Y mi papá a mi espalda rugiendo de vez en cuando, balanceando unos de los cuchillos de la cocina, el mismo que ocupamos para hacer los asados, tratando de darme caza. 

Si fuera lista estaría gritando, llamando a los vecinos para que me salvaran, pero no puedo, es como si tuviera una pelota de carne en mi garganta, como si el grito que dio mi mamá antes de que la matara se llevara su voz y la mía con ella. Corro y llego hasta la carretera principal, que por la hora está desprovista de automóviles, y me siento débil, pensaba que cuando llegase hasta este punto alguien se daría cuenta de lo que había pasado y me salvaría, pensaba que podría llorar y por fin gritar. Pero no, estoy sola todavía y los rugidos se sienten cada vez más y más cerca, tanto que sé que en menos de un minuto me atrapará. 

Decido voltear mi cabeza y ver si mis temores son ciertos. Está tan cerca de mí que mis piernas se doblaron y caí rondando por el pavimento. No tuve tiempo para pararme, mi papá estrelló mi cara contra el suelo antes de darme vuelta y acostarme de espalda para que lo pudiera mirar a los ojos. 

—    ¿Sabes cuánto tiempo estuve esperando tenerte así? — me susurró acercando su boca a mi oído para que lo pudiera oír ‑ Hoy fue el gran día. ¡Sí! por fin me decidí a hacerlo. Te amo hija. 

Me hubiera gustado cerrar mis ojos, haberme desmayado o algo, pero mi cuerpo sigue tan lúcido como siempre y me deja ver a mi papá aproximando el cuchillo cada vez más cerca de mí, con una expresión de tranquilidad que me hacía sentir el terror en cada partícula de mi piel. Todo fue infinitamente largo hasta que dio el primer corte, en el antebrazo, una línea recta que empezaba en mi muñeca y llegaba poco más abajo del pliegue de mi codo. Lloré, pero aún no podía gritar por ayuda, de hecho sabía que mi resistencia era casi nula, podría forcejear, obligarlo a soltarme, o por lo menos intentarlo, en cambio, era como si fuera una muñeca de trapo, él me levantaba los brazos y me cortaba, yo lloraba pensando en mi mamá.

¿Por qué yo? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? No entiendo.

Lo volví a mirar a la cara, seguía tranquilo, incluso al sostener mis brazos ensangrentados su expresión cambiaba sonriendo a veces. 

—    Si quieres a tu padre deberías gritar. No es divertido si no gritas — volvió a susurrarme en el oído. 

Pero aunque me lo pidiera no podía, lo único que podía hacer era llorar  en un silencio que me ahogaba. Quisiera gritar pero no puedo. 

De un momento a otro, el semblante de mi papá cambió, ya no estaba feliz. Se levantó y me miró desde arriba, suspirando cansado. 

—    Eres patética — me dijo antes de agacharse e intentar apuñalarme. 

Justo antes de que la punta del cuchillo llegase a tocar mi torso, vi a lo lejos un par de focos que se dirigían hacia nuestra dirección, y sin que me propusiera, mis manos se movieron solas y tomaron las de mi papá luchando para que botara el cuchillo. 

—    ¡Eres patética! — me gritó, mientras ponía más fuerza al golpe. 

A cada segundo el automóvil se acercaba más y más hacia nosotros, cuando la luz de los faros mostraran la escena el conductor tendrá que bajarse y ayudarme, o por lo menos alertar a alguien que pueda hacerlo. Sin embargo, a sólo unos metros de que nos pudiera ver, el auto dobla hacia la esquina contraria y nos deja sumidos en la oscuridad otra vez. Miro hacia mi papá, y este me sonríe, yo no aguanto más, con los ojos estilando en lágrimas, abro mi boca y pego el grito más fuerte que he dado en toda mi vida. 

Temo que sea lo suficientemente tarde, pero pronto me doy cuenta de que no es así. Las luces de las casa aledañas comienzan a encenderse y las cortinas a abrirse buscando el origen del grito que escucharon a mitad de la noche. De pronto la fuerza que ejerce mi papá aumenta considerablemente y mis brazos flaquean, lo que provoca que la punta del cuchillo se entierre justo en el centro de mi pecho. Pego otro grito, y otro más, cada vez más fuertes, porque sé que mis manos van a ceder y si alguien no viene a salvarme será mi fin. 

A lejos, en la misma esquina por donde dobló el automóvil, veo correr a un hombre con un fierro en su mano, directo hacia donde estamos nosotros luchando. Cuando llega al lado de mi papá sin preguntar siquiera, le propina un fuerte golpe en la cara. Yo sigo gritando, acostada en el suelo con el cuchillo clavado y las muñecas sangrando. Desde otras direcciones, los vecinos se acercan, y miran la escena desde un rincón, y no los culpo, ver al vecino de toda la vida intentar asesinar a su hija a mitad de la carretera no es algo fácil de digerir.  

El mismo hombre que me ayudó, le ordenó que alguien se hiciera cargo de llamar a la policía. Mientras, se acuclilló a mi lado, y me sacó el cuchillo de mi pecho. Sé que ha comenzado a salir sangre, porque de pronto siento un líquido caliente en mi cuello, y escucho al hombre maldecir, como si se arrepintiera de haberlo hecho. No sé cuándo paré de gritar, pero de pronto siento como si el suelo fuera de agua y me absorbiera. Estoy a punto de quedarme dormida cuando escucho a la multitud reunida al fondo gritar, y luego unos puños se incrustaron en mi cara. Alcancé a abrir mis ojos y darme cuenta que mi papá se había parado desde el rincón donde lo había tirado el hombre con su fierro, y que había corrido a golpearme. 

—    ¡Eres patética! ¡Patética! — comenzó a gritar, mientras me propinaba algunas patadas antes de que la gente reaccionara y lo inmovilizaran. 

Intento volver a gritar, pero otra vez no puedo. Cierro mis ojos y me dejo absorber por el suelo.

Las Intermitencias de la VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora