Capítulo Tres

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Otra vez él. Hace dos meses que viene a la librería, revisa el mismo libro, me sonríe y se va. Le he dicho a doña Catalina, la dueña del Paraíso, que creo que nos utiliza como biblioteca, pero me dijo que son cosas mías, que nadie haría algo así, que no me preocupara. Pero son dos meses de lo mismo, suficiente tiempo para sospechar de que nunca lo comprará. 

Estoy tranquila, trabajo la mayoría del tiempo ahorrando dinero para algo que todavía no tengo claro, no he sufrido ninguna crisis de pánico y, por mi sanidad mental, me he desvinculado de la investigación del caso de mi padre, mi tía es la que recibe toda la información y no me dice mucho sobre el asunto, cosa que de alguna forma agradezco. Pero toda mi paz interior termina cuando este hombre cruza el umbral de la tienda, busca la página donde se quedó la semana anterior y se instala a leer una media hora parado en el mismo lugar. 

No entiendo por qué me molesta tanto, no es mi tienda ni mis libros, pero aun así me enerva mirar la despreocupada actitud que tiene. Si fuera por mí lo obligaría a comprar el libro y si se negase le prohibiría la entrada. Pero no soy la que decide qué hacer con la clientela, sólo soy una vendedora y mi trabajo se remite a eso, vender y no involucrarme en algo que ni a doña Catalina le importa. 

Miro mi reloj y ha pasado casi media hora desde que entró al Paraíso, lo miro esperando que deje el libro en el mismo lugar de siempre y se vaya. Así lo hace, comienza a caminar hasta la salida, pasa por mi lado y me sonríe a modo de despedida, desde donde estoy puedo sentir el olor a cigarro que tiene impregnado en la ropa, y se me hace familiar, me recuerda a mi papá cuando todavía era mi papá, fumaba cada vez que el negocio de la inmobiliaria no iba bien, lo cual era bastante seguido. Cuando se cierra la puerta siento como mis ojos se llenan de lágrimas, no esperé que el simple recuerdo de unos cigarros pudiera hacerme tambalear. Me encamino hacia el mueble que está debajo de la caja registradora, saco un desodorante ambiental y esparzo su aroma por sobre la peste que dejó ese hombre. 

A las ocho de la noche llega doña Catalina y me ordena cerrar el local, por mientras ella hace las cuentas del día. Luego me manda a limpiar y organizar los libros para que mañana no tengamos problemas cuando abramos. 

—    Busca los libros de Benjamín Hurt de ediciones Coleccionista, y pégales un descuento del veinte por ciento — agrega cuando me ve desocupada. 

—    ¿No se han vendido bien? 

—    No, tenemos sin vender uno desde antes de que llegaras a trabajar aquí. 

Me pasa los papelitos de descuento, y comienzo a pegar libro por libro, hasta que llego a título que siempre mira ese hombre: Voz Pasiva. He escuchado de Benjamín Hurt, es un escritor de mediados del siglo XX, alcohólico, drogadicto, loco y anarquista, se suicidó el mismo día de su cumpleaños, que creo que era en abril; su libro más conocido es El Suicidio de Caín. Nunca antes me había planteado la idea de leerlo, ni siquiera de tomar entre mis manos uno de sus libros, pero aquí estoy, pegándole un cupón de descuento al menos conocido de todos.   

Lo dejo en el estante con los otros, tengo suficiente con las visitas semanales de ese hombre como para terminar leyendo el libro que lo obsesiona tanto. Termino rápido para poder irme a mi casa, no me gusta estar mucho rato en la calle cuando está de noche, me siento vulnerable y creo que las demás personas se dan cuenta de mi miedo, de mis manos sudadas temblando en el tren, de mi mandíbula apretada y mis ojos inquietos. 

Cuando llego por fin a la casa ya van a ser las diez y me sorprende ver luz en la cocina, a esta hora mi tía está acostada viendo un reality show en la televisión, reclamando hasta que termina el programa por todo lo que hacen los participantes. Avanzo preocupada con el corazón apretando mi garganta, al cruzar el umbral veo que mi tía está sentada con dos tazas de café encima de la mesa de diario. Con un gesto con las manos me invita a sentarme al frente de ella, y a beber de una de esas tazas. 

Las Intermitencias de la VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora