Al fin había llegado al bendito mercado cuando sentí la fuerte presencia de los cristales. Sin perder tiempo me adentré entre la gente y pude ver al mismo tipo que los tomó atrás de una mesa llena de piedras preciosas y en un apartado... Los benditos cristales robados.
Como había muchas personas a mi alrededor, sería bueno que nadie recuerde mi rostro robando piedras valiosas.
Entré a un callejón convenientemente oscuro e ignorado y empecé con un simple hechizo que aprendí de casualidad.
¿Alguien sabrá lo divertido que es convertirse en un zorro?
Salí en 4 patas rápido del callejón directo a la mesa del tipo ese y sin que se diera cuenta tomé los cristales con mi hocico y corrí. Sólo tenía que seguir así hasta donde mis patas dieran.
Seguí corriendo hasta una zona sin mucha gente, lo suficientemente lejos para no oír ningún ruido del mercado.
Todo salió bien, el re-robo estuvo de perlas y sólo tenía que ir a entregar los cristales a un alcón en la entrada del bosque. Cuando me iba acercando escuché al ave llamarme y me apresuré más, al final lo entregué sin problemas. Regresé lo que nos habían quitado.
Volví a mi forma original después de alejarme un poco del bosque y caminé tranquilamente a la casa de Ania, sin prisa, recordando los años que pasé en el bosque y el miedo que tenía de volver a la ciudad. Pasé tanto tiempo entre bestias y plantas que su principal motivo de vida era la magia que aprendí a controlarla un poco y a su vez aprendí a pelear a puño limpio contra bestias que amenazaban la armonía del lugar.
Llegando con Ania nos saludamos, cenamos y dormimos, ella estaba cansada de su empleo y yo simplemente no quería molestar.
Las horas pasaban y eran eternas, miraba el techo de su casa. ¿La madera podía tener esa forma tan recta? Me preguntaba a mi misma, teniendo vagos recuerdos de cuando vivía en las habitaciones del bar. Intenté dormir, me movía en la cama e intentaba cerrar los ojos para relajarme y poder descansar al fin, pero nada de eso funcionó.
Sabes qué, a la chingada. Tomé mi ropa y salí al techo, quería ver las estrellas, los miles y miles de puntitos brillantes adornando el cielo de una forma espectacular. Como si fueran lunares en la piel de la existencia, un granito pequeño pero tan bello.
La noche estaba tranquila, no había ruido, estaba sola mirando la infinidad del cielo y eso era tan pacífico para mi corazón.
Recuerdos de mis primeras noches en el bosque viendo exactamente el mismo panorama venían a mi mente, un sentimiento cálido llenó mi pecho, la alegría de estar lejos de la gente que detestaba era enorme. Mi felicidad la encontraba en el bosque donde no había nadie quien me dijera que no podía hacer algo, simplemente me sentía fuerte en ese lugar.
Poco a poco fui divagando, pensando en cómo sería si pudiera mostrar ese lado mío en la ciudad. Pensamientos se paseaban en mi mente, diciéndome que era imposible. Me convencía a mi misma de que jamás podría mostrar a la gente de esta ciudad que podía hacer cosas increíbles. Probablemente ni siquiera Ania me creería si le dijera que puedo cambiar de forma u ocultar mi presencia a base de un manto de magia o cosas así.
Pronto mi tranquilidad fue interrumpida por un pensamiento abrupto que no parecía mío;
¿Y si demuestro a todo mundo mi poder?
Me levanté de golpe, esa voz en mi cabeza no era del todo mía. La sensación de tener a alguien cerca, llamándome por mi nombre pero sin saber quién era. Desde que encarné no la experimentaba y no sabía quién era esa voz.
"Por aquí, Quinn."
¿Derecha? No, izquierda. Tal vez.
"¿No vas a avanzar jamás?"
Poco a poco fui moviendo mis pies, casi inconscientemente y comencé a seguir la voz, al inicio era una caminata lenta, pero de un momento a otro estaba corriendo lo más que podía buscando la jodida persona que me llamaba. Hasta que una puerta gigante se puso en mi camino; la biblioteca.
Me quedé parada en frente de la prominente puerta, de esas viejas que tenían una altura de 3 o 4 metros y anchas como para que pasara un elefante. Ya me iba, pero las puertas se abrieron de repente y vi a un joven moreno salir y verme. No quería que me hablara, no me gusta hablar con alguien que no sea Ania.
-¿Necesitas algo?
Ah, valió madre.
Me voltee a verle; era un chico muy alto, de cabello negro algo ondulado, tenía músculos resaltando de forma no muy exagerada y llevaba en su espalda una gran funda con la respectiva espada en su interior. Era un típico cazador de fortuna que iniciaba como un héroe apuesto y demás, como la mayor parte de los hombres aquí. Tal vez el tipo era agradable, pero la verdad ganas de descubrirlo no tenía.
Tenía planeado irme sin contestar, pero la voz de aquel anciano me lo impidió, congelando mis movimientos en el momento en que me llamó.
-¡Quinn! Puta madre, ¡Saluda a este viejo al menos, malagradecida!
Giré la mitad de mi cuerpo para ver a un señor cincuentón saludándome con esa maldita sonrisa que siempre me daba mala espina.
El único hombre de esta Ciudad que no odiaba por ser un hombre idiota, si no por ser un señor sabio que tenía el enorme derecho de dejarme a mi como la idiota.
Me dolía en mi orgullo admitirlo, pero ese desgraciado viejo canoso tenía todo mi respeto y odio a la vez y por eso tenía que saludarlo sí o sí.
No sería una visita corta en absolutamente nada.Kiubo.
Qué tal? Me pareció un capítulo un poco corto, pero pues jala.
Yo sé que nadie lee esta basura más que una amiga :v pero me gusta cómo va quedando (?
Nos vemos el próximo milenio
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Quinn
FantasyCapital del espíritu. Un pueblo en medio del bosque de la zona más segura y calmada de todo Zens, un mundo de, literalmente, magia. Donde la disposición y fe es todo lo que necesitas. Un mundo donde la fuerza quiso dejar de ser sólo eso, quería enca...