Quid pro quo - Cuatro

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Llevaba tumbada en la cama un rato, porque, por mucho que mirara por la ventana, Luna no iba a llegar antes. Así que se resignó y decidió ser paciente, aunque llevaba un rato imaginando cómo sería el momento. Le dijo que ni se le ocurriera escalar, que ella bajaba en silencio y le abría la puerta, pero aún no le había avisado de nada. ¿Y si le había pasado algo? Giró la cabeza hacia el reloj de la mesita de noche y vio que eran las 1:59 a.m. justo cambiando a la hora en punto, y entonces la vio de reojo. De normal se habría caído al suelo por el susto, y algo le decía que la sonrisita que puso era porque esperaba esa reacción, pero no lo hizo. No se asustó, porque la deseaba demasiado. Dos años enteros.

Se levantó mientras Luna empujaba la ventana para que se abriera del todo y la vio entrar a la habitación con cuidado de no hacer ruido. Mordió su labio inferior derritiéndose con la mirada oscura de la chica de pelo rizado, que se quedó apoyada contra la ventana tras cerrarla. Entonces avanzó hacia Luna, dispuesta a besarla porque había cogido el coche y había aparecido ahí de verdad. Lo había hecho por ella, porque tenía ganas de ocurriera eso y mucho más.

—Hace un frío de cojones ahí fuera.

Eso fue lo que salió de los labios de su compañera de clase cuando tan solo le quedaban un par de pasos para estar pegada a ella. Tuvo que reírse, porque era muy del estilo de Luna.

—Hola a ti también.

—Hola —dijo de forma más cálida mientras se miraban fijamente.

—Estás aquí de verdad.

—Para que luego digas que no soy romántica.

—Bueno, creo que cuando has cogido el coche no tenías como objetivo algo «romántico» precisamente.

Luna se mordió el labio y dio un paso hacia delante para quedar bastante pegadas, borrándole la sonrisa burlona del rostro de inmediato, porque claro que su objetivo era otro muy distinto. El calor corporal de la chica era intenso, lo sentía por todos lados, pero cuando apoyó una mano en su cuello se estremeció.

—Joder, tienes las manos heladas.

Se apartó de ella, y soltó una risita al ver su cara de sorpresa, antes de que adoptara otra de sus sonrisas. Esas que conseguían que sus piernas fueran de gelatina.

—Es el precio que tienes que pagar, nena. ¿Un viaje de cuatro horas y escalar por la ventana con una temperatura de bajo cero ahí fuera y tú no eres capaz de soportar que unas manos ligeramente frías te toquen?

—No me llames «nena», eso para empezar —dijo con media sonrisa—. «Ligeramente» se queda corto para describir lo frías que están, y, por último, has venido porque has querido.

—Porque llevamos una semana entera hablando, varios de esos días hemos follado por teléfono y porque llevo dos años queriendo follarte de verdad.

—Ya me has follado de verdad.

—Joder —murmuró, y acabó acorralándola contra el escritorio—. Pues quiero saber si besas tan bien como me imagino mientras me toco pensando en ti.

Su voz ronca le provocó un escalofrío, y como todo en la extraña relación que tenían, no la besó primero en los labios, sino que se agachó un poco y se dedicó a conocer su cuello, deslizando los labios por él muy despacio antes de añadir lengua y conseguir que se aferrara a su cuerpo, inclinando la cabeza a un lado para dejarle espacio y que se entretuviera todo lo que quisiera.

Separó los labios cuando la nariz de Luna acarició la suya tras realizar un camino por su mejilla, pero al final tuvo otro plan y le agarró del cuello de la chaqueta para llevarla a su cama. Observó la sonrisa de la chica de pelo rizado y se mordió el labio cuando encontró el interruptor apagó la luz antes de lanzarla al colchón. No tardó en colocarse sobre el cuerpo de la chica y cerró los ojos al notar cómo le apretaba las caderas con las manos. La iniciativa que tuvo dominando la situación desapareció, porque Luna la puso contra la cama y le quitó el pantalón rápidamente antes de tumbarse sobre ella.

Quid pro quo - un relato sensualDonde viven las historias. Descúbrelo ahora