Rojas.

10 0 0
                                    

Entré por los grandes pasillos, por aquellos eternos bulevares llenos de casilleros. La gente cree que es especial decorar tu casillero, porque ahi te desenvuelves y comienzas a tener un poco de ti en la escuela. Existían chicas como Rosa, que llenaban su casillero con fotos de ella y su novia, otros chicos como Franco, que llenaban hasta el ultimo espacio vacio con etiquetas de jugadores de futbol. Y yo... bueno, nunca hice un esfuerzo por decorarlo, solo tengo una foto mia con Daniel, y un par mas de fotos grupales. Los tenia ahí solo porque pensé que en algún momento llegarian a inspirarme algo, no lo sé, hay hombres que llevan fotografías de sus parejas en la billetera y es una manera de llevarlas siempre con ellos. Me aterran ese tipo de cosas, me imagino cientos de escenarios graciosos y hace que me lo tome con menos seriedad. El caso es que esos detalles no eran muy relevantes para mí, um casillero era solo eso, un lugar donde guardar libros y esconder golosinas, no un cuarto de los secretos ni la puerta a mi personalidad. Podria pensarse que me importan poco las personas y no lo vería así. Solo las considero como algo que el planeta tierra no pidió, y que sin embargo aquí estamos, tratando de dar lo mejor de nosotros a cada momento.
Me dispuse a entrar a mi clase de filosofía, no era lo mas divertido y dinámico del mundo, pero algo en la clase me entretenía. La clase la impartía el Profesor Sánchez, que según me cuentan, comenzó impartiendo en la escuela la clase de deporte a los chicos menores, pero por alguna manera terminando siendo un "filósofo divergente", o es así como el se llama.
Cada vez que llegaba al salón me sentaba en el lugar de adelante, solo por la pereza de caminar, no tenia un grupo de amigos especial al cual esperar, en esta clase todos se vuelven súper silenciosos, y sacan su lado mas educado y egocéntrico de una manera muy extraña.
Cuando la clase parecia que comenzaría, el director irrumpió de manera inesperada.

-Atención muchachos- pronunció mientras entraba en el aula -Quiero que le den la bienvenida a su nueva compañera-.

En esos momentos pensé:
"Seguramente es otra niña de plástico". No me malentendiendan, no quiero ser grosero, pero a estas alturas del semestre suelen llegar chicas y chicos de otras escuelas debido a que no la "armaron", y sus padres los meten a esta escuela.
Mientras todo esto pasaba por mi cabeza, se escuchaban unos pasos acercándose.

-Fernanda, puedes presentarte ante la clase- sugirió el director.

-Si, esta bien- dijo mientras entraba dando unos pasos lentos y tratando que el ruido de sus zapatos fuera el mas mínimo posible. -Me llamo Fernanda, vengo del Instituto Norte, tengo 16 años, soy algo tímida y espero poderme llevar bien con todos ustedes- concluyó.

Yo hacia como que escribia, no le preste mucha atencion ni importancia al hecho de mirarla, al fin que estaria en clase un buen tiempo. 

La clase comenzó y todo fue normal ese día, tomé el autobús y me fui a casa lo mas pronto posible, aun tenía que disculparme con mi madre por mi comportamiento, y sé que le habia causado un daño, y eso corría en círculos por mi mente.

Toqué la puerta, aunque tenía mis llaves, solo queria sentir un poco de cariño cuando abriera la puerta.

-Mamá, olvidé las llaves, ¿estas ahí?- dije mientras tocaba la puerta.

En um momento  la puerta se abrió y no puedo negar que sentí emoción como si fuera Santa Claus el que me estuviera abriendo.

-Lo sien...- antes de terminar la frase, me dí cuenta que había abierto papá.

-¿Si hijo?- dijo mientras abría.

-¡Oh!- con una voz quebrada. -Hola papá-

-¿Pasa algo?-

-No, sólo ya sabes, la tarea-

-Si entiendo, y ¿vas a pasar o quieres que traiga el té?

-Si, voy-

Cuando pasé a la casa noté que había un poco de desorden, la comida olia extraño y el ambiente un poco desolador.

-¿Y dónde está mamá?- le pregunté a papá

-Se fue con tu abuela, dijo que necesitaba algo de tiempo, aunque no pronunció muchas palabras-

-¿Sólo te dijo que se iria?-

-¿Acaso he dicho algo más?-

Noté que hablaba con mucha rabia encima, como si hubieran tenido una fuerte discusión, aunque es extraño porque nunca las tienen, sus problemas solo se arreglaban con papá durmiendo en el sillón durante una noche y al siguiente todo regresaba a la normalidad, pero nunca mamá había ido con la abuela por un tiempo.
Tal vez lo que dije le haya afectado, o pudo haber sido otra cosa. Son de esos momentos tipicos de cualquier novela melodramatica donde deberia sentirme triste y coger el autobús camino a casa de la abuela.
Pero algo en mí me impidia hacerlo, una estúpida voz que te aleja de hacer lo correcto y ser un idiota total.
Me acerqué al teléfono, lo miré con cierto odio, como una barrera de lo que queria y lo que debía. Un simple dilema.
Decidí descolgarlo, y comencé a teclear el número de la casa de la abuela.
Pulsé en llamar mientras el sonido de espera me comía de ansias por dentro.
¿Qué debia decir?
"Perdón mamá por pensar que eras un robot, regresa pronto a casa que la pasta que cocina papá apesta"
No, no, suena como si quisiera una cocinera en casa.
"Fui un tonto, no te merezco, regresa".
Sueno como alguien a punto de suicidarse, pero puede colar.
Mientras ese sonido molesto en el telefono proseguía, veía la cara de papá, parecía muy frustrado, y como si algo en si lo aquejara más de lo normal.
Entonces escuché que alguien al otro lado de la línea por fin habia contestado.

-Bueno- debo admitir que aquella voz no me sonaba familiar, no se parecia a la de la abuela, ni a la de mamá. -Bueno, ¿hay alguien ahí?-.

-Hola- dije como un niño, -¿Se encuentra la abuela Mina?-

Se escuchaba mucha interferencia en la llamada, y creí normal que la otra persona tuviera problemas para poder oírme.

-¿Bueno?, ¿podría hablar mas fuerte?-

-Mina, ¿se encuentra Mina?-

-Disculpe, aquí no vive ninguna Mía-

-¡Mina!, se llama... ¿sabe algo?, olvídelo, numero equivocado- concluí .

Me sentia tan confundido, digo, no frecuento visitar mucho a la abuela, pero si se fuera a mudar, nos lo habría dicho.
Creo que en los detalles que cobran mas fuerza son donde peor iniciativa tengo, no era problema de mi abuela que pudiera haberse cambiado de domicilio, ella y yo no fuimos una relación de abuela-nieto como las que hay en esas series estadounidenses con la abuela que vive en tu misma casa y su chiste es tejer sueteres y hacer diversas actividades .
Ella la mayoría del tiempo se encontraba de viaje, era una azafata. Cuando se jubiló, pareció tan cansada de aquella movida vida que le exigía su trabajo se mudó a una casa en el campo, hasta que el abuelo murió de un ataque cardíaco.  Recuerdo ese día, yo estaba en el instituto, y una señorita me dijo que recogiera mis cosas rápido, porque tenía que retirarme. Yo no entendí lo que pasaba, solo de un momento a otro mi uniforme estaba botado en el suelo, y llevaba un atuendo que parecía diseñado por la propia muerte. En su funeral, su lápida se lleno de flores rojas. Me gusta pensar que cada vez que veo una, es mi abuelo, dándome una señal. Algunas personas lo llaman Ángel, yo lo llamo como un espía secreto del cielo que se dedica a cuidar de la gente. Un nombre demasiado largo pero que exenta de dudas.

Si hay algo que puedo aprender de la muerte, es que nunca se sabe demasiado, nunca se es un experto.

Ser espectadores del destino que fue creado para cada uno, y saber que habrá flores rojas que te guiaran, flores que son diferentes a las demás, porque en su color, en su tez, guardamos un secreto. 

El rojo.

¿Gracias por significar algo?







Stuck On The PuzzleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora