(2) - Perdida

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Logré dejar la oscuridad atrás y para cuando abrí mis ojos me encontraba en una camilla, estaban llevándome a la enfermería. Mierda, miré a mi alrededor y me llevé el peor susto de mi vida. Las personas ya no eran humanas, eran animales ultra tiernos, peluditos y con caras super sonrientes. Quise tocar la cara de la enfermera que me llevó al baño que ahora era un sonriente patito, pero ella amarró mi mano a la camilla.

-Disculpe, Daisy. Me está haciendo daño en la mano- ella me ignoró y siguió su camino. Todos en este psiquiátrico deben estar preguntándose cómo me corté, yo guardé el lápiz dentro de mi ropa interior así que nadie ha podido encontrarlo-. Bueno si no me va a ayudar llamaré a su esposo, sí, el pato Donald que seguramente es mucho más amable que usted.

Removiéndome en la camilla intenté acomodarme el cabello, debo verme con estilo en todo momento y nada ni nadie me lo va a impedir. Soy una diva no una marrana.

-¡Traigan un tranquilizante! Y sean rápidos por favor- esa perra me las va a pagar.

-¿Pero qué le sucede? Yo solo quiero verme bien, voy a demandarlos por maltrato al cliente- dije sintiendo como mi pecho se llenaba de una sensación muy conocida, ira. Sentía como me quemaba, era fuego, estaba muy enfadada.

-Si se relaja, será mejor para todos- dijo la maldita Daisy cuando llegaron más animales. Había una gallina, un perro, un puerco y un gatito.

Llegamos a la enfermería y allí había un hombre vestido de doctor con una mascara de conejo. Sacó una inyección con dentro un liquido verde, me estaba muriendo del miedo pero entonces volví a perder la razón.

-Suéltenme locos- chillé cuando vi la aguja acercarse a mi brazo-. Oh no, ni se les ocurra hacer eso.

Comencé a reírme como una loca desquiciada, es porque lo estaba, pero me gustaba simular que no lo sabía. Abrí mis ojos, que los había cerrado cuando comencé a gritar, y ya no había nadie. Pataleé con todas las fuerzas que tenía, pero cuando me di cuenta de que eso no servía de nada, comencé a morder la cuerda como si de un ratón se tratara hasta lograr cortarla. Salí de la habitación y corrí, corrí y seguí corriendo, pero no podía avanzar.

Era momento de volver a la pradera y pedirle ayuda a mi único amigo. Me alegré cuando vi el cielo lleno de nubes rosa, hoy llovería algodón de azúcar.

-¡Zu! Amigo no te escondas, necesito tus consejos y un poco de té de chocolate, ¡oh! lo olvidé, eso no existe- llamé y llamé, pero lo único que encontré fue a Sio tirado-. Hola pequeña bolita de pelos, sé que no te agrado, pero tú debes saber en donde se encuentra Zu ¿Me lo dirás?

Puso su manita a un lado de boca dándome a saber que sería un secreto:

-Él se fue a la realidad para ayudarte- susurró con una vocecilla chillona.

Intenté con todas mis fuerzas volver a la realidad pero no podía estaba estancada. Corrí por los prados y mi ropa se transformó en un vestido de princesa. Entré al invernadero y recordé.

*Comienzo flashback*

-¿Qué sucede si un día no puedo volver?- dije probando una rebanada de pastel de fresas.

-Yo te ayudaré a regresar- dijo Zu como si fuera lo más fácil del mundo.

-¿Y si tú no estás?- dije concentrada en cómo el azúcar se disolvía en la taza de café.

-Siempre estaré- dijo sonriendo con suficiencia.

-Eso es imposible- bufé- ¿Cuál es tu secreto, Zu?

-Deberás buscar una hierva con olor a fresas, que su color sea como el del té y su forma sea como la de un algodón de azúcar- dijo el revelando su mayor secreto-. Pero cuando la comas te será muy difícil regresar con nosotros. Que sea solo en una emergencia, pequeña.

*Fin del flashback*

Cuando encontré una planta que cumplía con los requisitos corté una ramita y me la comí. Luego de unos segundos comencé a sentir una sed insaciable. Me dirigí al lago de leche y tomé todo lo que podía, pero como no me saciaba, me acerqué más y caí. Me hundí en un agujero sin final.

Volví a mi cuerpo, pero lo que sucedía fue horrible. La puerta estaba a unos centímetros de mí, los enfermeros ya no eran lindos animales, ahora eran monstruos horribles que me llevaban de regreso a la enfermería y Zu estaba delante de mí, al lado de la puerta de salida. Él nunca me ayudaría, él había sido el detonante de mi cordura. Y en ese momento, pataleando como una niña por una sueño perdido la vi. ¿Qué fue lo que vi? La realidad, la vida que me perdí por esta exquisita locura y lo más importante, la sonrisa macabra del culpable de todo eso.

Alucinaciones ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora