El Hombre en el Desierto (Historia corta)

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El hombre iba manejando a toda velocidad a través del desierto con su camioneta de lujo todo terreno, mientras bebía cerveza y platicaba a gritos con sus amigos, ya que la música estaba demasiado alta.

Nadie estaba poniendo atención al camino de dunas; nadie estaba poniendo atención a la piedra que se acercaba; y nadie pudo hacer nada mientras el mundo daba vueltas violentamente.

Cuando el hombre despertó, estaba tirado fuera de la camioneta, a la cual le salía humo negro. Entre los metales torcidos se encontraban sus amigos, aplastados.

El hombre sacó su celular último modelo, pero no había señal. Revisó la hora en su lujoso reloj con incrustaciones de diamante. No le quedó otro remedio mas que caminar.

Caminó y caminó, hasta llegar la noche.

Cansado, se iba a dar por vencido, cuando al bajar por una duna, vio la luz de una fogata, y un hombre sentado al lado.

Corriendo, llegó con él, y vio que era una especie de indio.

-Ayúdame, por favor- le dijo el hombre.

-En el fondo, crees que no podré ayudarte, porque me ves con nada- el indio respondió. El hombre sabía que era cierto.

-No importa- este le respondió-. Con lo que sea está bien.

-Tu reloj, teléfono y vehículo no dicen lo mismo. Debes aprender a vivir con lo que te dan. Los lujos no irán contigo a la siguiente vida, ¿sabes? Ven, recuéstate.

El indio se quitó su poncho y lo tendió en la arena.

Adolorido, el hombre se recostó, y poco a poco fue quedándose dormido. Las noches del desierto eran heladas, y la fogata se había apagado.

Al despertar, el hombre tenía una simple playera blanca, en lugar de su camisa de diseñador. Lo mismo pasó con sus demás prendas, incluso los zapatos.

Ya no tenía su reloj, ni su celular, ni nada. Solo tenía su ropa, que, hasta eso, no era la suya.

El indio se había ido, y no había rastro de pisadas.

El hombre se levantó, y comenzó a caminar sin rumbo, y así pasó todo el día, bajo un sol que no quemaba.

Llegada la noche, la luna se asomó, pero el hombre no sentía frío, y en todo el día no sintió hambre, ni cansancio.

Se sentó con las piernas cruzadas a reflexionar.

Nunca necesito realmente esos lujos en su vida; había pasado un día entero sin ellos.

Y el hombre pensó, y reflexionó, y volvió a pensar, y se preguntó, después descubrió y se fascinó.

Y el hombre no necesitó autos. Y el hombre no necesitó diamantes. Y el hombre no necesitó celulares. El hombre estaba en paz.

Y el hombre era libre.

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