Margarita, una cocodrila de mediana edad, limpiaba fervientemente su casa mientras esperaba a su hijo Manuel. Ya tendría que haber regresado; hacía horas que había salido con sus amigos y no volvía. Llegar tarde se había convertido en su nuevo hábito favorito.
Una vez más volteó a ver el reloj y posteriormente la puerta. Nada. Con un gran suspiro, dejó caer sus hombros, y se fue a la cocina. -Ya volverá. -Pensó.
Horas más tarde, mientras Margarita preparaba una deliciosa tarta de manzana; la favorita de su hijo, escuchó abrirse la puerta, seguido del crujido de la escalera.
Rápidamente Margarita se limpió las manos en el delantal y a pasos agigantados, se asomó en el lumbral. -¿Gustas tarta? Preparé tu favorita.
A medio camino, Manuel detuvo su marcha, miró a su madre con fastidio, y contestó. -No quiero nada... déjame en paz.- Dio media vuelta y continuó su camino.
Margarita no volvió a molestar a su hijo en toda la noche.A la mañana siguiente, junto al fregadero, se encontraba la tarta, y un plato sucio. Nuevamente Manuel había salido de casa sin dejar nota alguna del lugar en el que estaría, o su hora de regreso. Desde hacia tiempo, Manuel hacía todo lo posible por evitar a su madre, posiblemente por su reciente divorcio, o simplemente por mera rebeldía, digna de su edad. Seguramente nunca lo averiguaría, pero a pesar de eso, Margarita no podía culpar a su hijo, ni guardarle rencor por ello; sólo le entristecía que cada día se apartara más de ella.
Ensimismada en sus pensamientos, decidió que no era tiempo de deprimirse, hacía un maravilloso día y no podía desaprovecharlo. En cuanto hubo desayunado, tomó sus instrumentos de jardinería, y salió al patio.
Margarita se encontraba sumamente concentrada trabajando con sus rosales, cuando el timbre del teléfono sonó. De golpe se levantó y corrió a la casa, tuvo que batallar un rato encontrando las llaves. Cuando por fin pudo entrar, alcanzó por milésima de segundo, la llamada. Era del comité deportivo de la ciudad, hablaban para avisarle que habían detenido a su hijo en medio de una pelea, se encontraba inconsciente y en el hospital.
Con un nudo en la garganta, Margarita suprimió las lágrimas que querían salir, se abrazo el cuerpo y se obligó a mantener la calma. No se podía dar el lujo de perder el control, pues ella era la única que podía ayudarlo.
Margarita tomó sus pertenencias, sacó dinero extra del ropero, tomó varias prendas de ropa, empaco comida y se puso en camino.
El viaje no era largo, pero si complicado, su casa se encontraba a las afueras del pueblo, en medio del bosque, el recorrido se tenía que hacer a pie, y duraba aproximadamente dos horas.
A medio camino, Margarita sacó su porción de comida, decidió comer algo ligero para no perder el tiempo en pararse. Después de una hora y varios minutos, pudo visualizar la ciudad, cuando llegó a está, tomó un camión en dirección al hospital.
El hospital estaba tranquilo, el personal se encontraba distraído viendo un partido de hockey; la sensación de la temporada.
Margarita caminó directo al mostrador y preguntó por su hijo, le indicaron el camino y la habitación. Al llegar, encontró a la enfermera revisando los signos vitales de Manuel; a simple vista su hijo parecía dormido; por un momento tuvo la sensación de viajar al pasado, y estar frente a su bebé cantándole nanas para dormir; el tiempo, simplemente pasaba muy rápido. Sonrió levemente y tocó a la puerta. La enferma volteó y con un leve gesto le indicó que pasara. Margarita obedeció, caminó a lo largo de la cama hasta llegar a la cabecera, dejó sus cosas en la mesita y se sentó junto a su hijo. Tomó entre sus manos las suyas, un momento, y después posó una mano sobre su frente, no tenía fiebre; buscó con la mirada a la enfermera buscando algún indicio del diagnóstico. La enfermera comprendió, y con la voz más tranquilizadora que encontró, le habló. - Le diré al doctor que ya se encuentra aquí. Él le explicara a detalle su condición. Margarita asintió.
La enfermera salió y minutos después entró el doctor. -Buenas tardes, señora... -checo en su bitácora el nombre de la tutora. -Margarita... Un placer en conocerla. -Le estrechó la mano.- Gusta tomar asiento?
Margarita obedeció.
-Bien... -Se aclaró la garganta. - Su hijo Manuel se encuentra estable ahora, le colocamos algunos sedantes para el dolor y en algunas horas debería recobrar el sentido. Hemos tratado los golpes y las heridas superficiales con las que fue encontrado... -Hizo una pausa.
Margarita observaba con detenimiento las heridas de su hijo, no serían alarmantes sino fueran tantas, sin embargo, tenía el presentimiento de que el doctor estaba omitiendo algo. Escudriño su rostro.
El doctor miraba a Manuel cuando se percató de su mirada, continuó el diagnóstico. - Hemos atendido todas sus heridas tratables, pero... Hay una herida de más cuidado, encontramos a su hijo con una perforación en su costado y tememos que deba necesitar cirugía, más medicamentos especiales en caso de infección. Uhm... Nosotros... Bueno, usted sabe que... Vivimos en un pueblo pequeño y, no contamos con todo el equipo necesario.
-¡¿Quiere decir que mi hijo está en peligro?! -Interrumpió Margarita.
-No! Bueno, aún no... Si la herida responde bien con el tratamiento que le estamos proporcionando, no habrá problema, sin embargo, si no llegase a mejorar... Necesitaría trasladar a su hijo a otro hospital, a la ciudad, donde podrá recibir el tratamiento adecuado.
-Pero... Sólo en caso de que no respondiera al tratamiento, ¿Verdad, doctor?
-Eh, si claro, por supuesto.
-Pero eso no será necesario, ¿Cierto? -Con voz melosa le hablaba más a su hijo que al doctor. - ¿Verdad que no, mi amor? Tú eres muy fuerte, saldrás de esto.
-Bueno, si... Me disculpa, necesito checar a los demás pacientes.
-De acuerdo. -Contesto sin prestarme mucha atención al doctor.
Margarita observo con recelo la venda ajustada alrededor su cintura; como si por medio de la mirada, pudiera hacerla desaparecer. Se mantuvo pensativa. Apartó la vista y se levantó. Dejando atrás la habitación, se fue en dirección a la recepción. Estuvo largo rato estirándose para poder ver detrás del mostrador, buscando a la encargada; la cuál comía plácidamente dentro de su oficina; cuando por fin la vio, dejó su almuerzo y caminó al mostrador. -¿Hay algo qué pueda hacer por usted?
-Sí, mire, soy la mamá de Manuel, él de la habitación de enfrente.
-Si, claro.
-Podría informarme con exactitud ¿Qué fue lo que pasó? Realmente no me dijeron mucho al respecto.
-Ah, señora, la verdad yo no...
-Por favor! Cualquier cosa que sepa, sirve.
-De acuerdo... La verdad no sé mucho al respecto, pero logré escuchar por ahí que hubo un disturbio en el club deportivo con un grupo de jóvenes, hubo un enfrentamiento, o algo así, y al final terminaron en golpes.
-¿Tiene idea de quién lo inició?
-No, la verdad no sabría decirle.
-Está bien, no se preocupe, investigaré por mi cuenta.
Margarita regresó con resolución a la habitación, tomó su bolso y metió sus pertenencias; echó un vistazo a los signos de su hijo; no entendía mucho de esos aparatos, pero al menos sabía que si no oía alarmas, es que todo iba bien. Cuando hubo terminado, tomó su bolso y buscó al doctor.
-Doctor, necesito retirarme unas horas, aquí tiene mi número. Si llegase a haber alguna urgencia o si llegase a despertar, llámame de inmediato, yo vendré lo más rápido posible.
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Margarita
Short StoryLa vida suele darnos experiencias que no sabemos controlar, pero podemos aprender de ellas.