Todo lo que (no) quiero

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En Illinois, Mark conoció a John Seo un chico sólo dos años mayor que él y de descendencia también coreana.

Ellos no llegaron a relacionarse desde un comienzo, pero fácilmente cada uno había capturado la atención del otro por portar aquellos rasgos mongoloides propios de la raza amarilla.

Unos meses más tardes de que Mark haya sido transferido a Glenbrook North High School, por primera vez cruzaron palabras gracias a Thomas, un compañero del canadiense que parecía conocer a todos los concurrentes de la escuela.

Lee siempre sospechó de la orientación sexual de Johnny, por su forma de hablar, de expresarse con sus manos, caminar, incluso por lo delicado que podía llegar a ser, además de lo inquieto que se notaba cada vez que Alex, (el único chico en todo el instituto que abiertamente demostraba su sexualidad y arrastraba una enorme personalidad) pasaba cerca.

Tal vez él no sea un gran conocedor de personalidades homosexuales en chicos, pero no podía evitar notar que muchas de sus propias reacciones que a veces contenía, eran las misma que tenía Johnny frente a la misma situación. Mark podía verse a él mismo en el mayor, con la mínima diferencia que ese chico sería el inconsciente en su interior.

Con los días pasando y ellos volviéndose más cercanos, utilizando su segunda lengua para hablar en su propio lenguaje secreto frente a muchas personas y que estas no comprendieran ni una sola palabras; la relación entre ambos logró fortalecerse en muy poco tiempo.

Compartieron sus mejores anécdotas del pasado y confiaron demasiados secretos, consiguiendo transformar al contrario en un gran confidente y soporte.

Y los sentimientos extraños, felices e incómodos no tardaron en salir a flote.

El contacto físico accidental entre ambos era cada vez más contante, sus cuerpos se sentaban cada vez más juntos cuando se reunían con sus demás amigos, y sus charlas parecían siempre guardar un código clave que hablaba por ambos y dejaba pequeños mensajes claros para el otro: su atracción sexual apuntaba al mismo lado.

Pero sobre todo, esa atracción se concentraba en su acompañante.

Ambos eran correspondidos.

Jamás lo hablaron directamente, ni tampoco se tocaron de forma directa. Jamás aclararon nada, ellos eran inocentemente felices con las emociones cargadas en sus pechos causadas por las acciones compartidas.

Al cumplir Mark catorce años, y al igual que cada año, su madre organizó una fiesta de cumpleaños en el patio trasero de la nueva casa. Asistieron famiares de parte de su padre (quienes eran estadounidense así como su progenitor), y algunos compañeras y compañeros de la escuela, así como de sus clases de catequesis.

Durante toda la fiesta no pasaron mucho tiempo juntos, y aunque ganas no faltaban, se contuvieron y se limitaron a enviarse pequeñas sonrisas cómplices cada que sus ojos se encontraban.

La tensión era demasiado alta, incluso para un niño con apenas catorce años vividos era palpable. Sus manos picaban por tomar las contrarias, sus anatomias pedían sentir el contacto ajeno y sus labios tal vez estaban queriendo hacer algo más que sólo hablar entre ellos.

Claro que podían soportarlo, claro que sí lo harían por unas horas. Porque para esa misma noche, Johnny ya había conseguido permiso de quedarse a dormir en casa de su amigo.

El colchón que en el suelo se tendió, perfectamente cubierto por el juego de sábanas y dos mantas, se encontraba frío y vacío, exactamente en las mismas condiciones en las que Mark lo dejó al acabar con sus preparativos para que descansara el mayor.

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⏰ Última actualización: Jan 23, 2019 ⏰

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