Reto #5: Amor virtual

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Todo está relativamente perfecto: dos usuarios han decidido dar un gran paso. El clero, si es que así se le puede llamar, es una multicuenta de, a su vez, el padre de la novia. Los testigos son seis usuarios más: cuatro procedentes de parte del novio y dos de la novia ―sus padres y una compañera―. No hay palomas ni arroz. Eso sí, las campanadas resuenan en los cascos inalámbricos de las dos partes y las gafas de VR prácticamente dejan sentir la brisa. Y quizás el tacto sea, además del gusto, el único sentido que no está involucrado en esa experiencia. Unos pequeños tubos que los asistentes se colocan a la altura de las fosas nasales hace que se sumerjan en el ambiente y que puedan distinguir los olores que se suceden. Y qué demonios, es el momento virtual más feliz de la pareja.

El chat se inunda de mensajes varios. Entre conmociones, nadie se atreve a usar el chat de voz. Por ese canal únicamente se escuchan los gritos de emoción contenidos por parte de la novia. El avatar femenino pone un pie en el altar y se sitúa frente a su compañero. El clero enciende el e-book y... ¿que demonios? Todo está oscuro. Las luces se han apagado y el sonido se ha desconectado. ¿Será cosa de mis periféricos? Lo reviso, pero lo dudo. Y cuándo acabo de hacerlo, las sospechas inclinan la balanza a mi favor. Escucho un grito en la habitación contigua. Al novio le ha sucedido algo similar, según parece.

―¡A la mierda todo! ―escucho― ¿Y ahora qué pasa?

―¡Joder! -continúa la sarta de insultos― ¡Y se ha tenido que ir justo ahora.

Miro mi smartwatch y este me indica que no tengo señal de wifi. ¡Hace años que no sucede esto! Estoy desesperado. Histérico. ¡Cómo es posible! Entro en su habitación gritando que se ha caído el wifi. Mientras asimila la noticia, pasa unos segundos cavilando hasta que me dice al borde del llanto:

―Bien, ya sé que hacer. Vete a por la impresora y enciéndela, que hay que imprimir.

A mi si que se me escapan las lágrimas. Y aunque no entiendo a dónde quiere llegar, le sigo la corriente. Desempolvo la impresora láser y rebusco por una caja en busca del toner. Cuándo ya está todo listo, se lo digo con un grito y escucho como la impresora empieza a trabajar. Y dos minutos con trece segundos más tarde, exactamente, la impresión finaliza. Es un banner hecho a medida. Teóricamente estaría adherido en una pared del escenario virtual, pero por alguna razón lo ha querido imprimir. Algo tan simple como su nombre acompañado de un "&" y el nombre de su amada. Esa con la que ha estado hablando por seis años y solo tiene una foto de su cara, exacto.

Entra en la habitación y toma el cartel en una mano, mientras en otra sostiene el móvil contra su oreja. Ya no parece tan compungido.

―¿Estás llamando? ¿Por teléfono? ―no salgo de mi asombro, a decir verdad― ¿En los tiempos que corren?

Él me hace un gesto con la mano que viene a significar "¡silencio!" y me callo. Básicamente porque de una embestida podía tirarme al otro lado de la habitación, no por otro motivo.

Una voz femenina sonó desde el otro lado del artefacto. Mantienen una conversación a lo largo y tendido de casi un cuarto de hora ―que no pienso incluir en este texto por ser... sumamente explícita― y, tras ello, cuelga el teléfono.

―¿Y bien? ―digo, aludiendo a su conversación.

―En veinte minutos en el parque.

―¿El parque que hay yendo recto tres manzanas?

―El mismo. Y en veinte minutos.

Que ambos son de la misma ciudad no me sorprende, puesto que juraría haber oído eso varias veces. Pero no me da tiempo a pensar. Me agarra por un brazo y tira de mí hacia la puerta.

―Coge el banner, que yo voy a vestirme como es debido.

Así lo hago y, cuándo vuelve, está vestido de frac negro y una corbata roja que destaca sobre todo el conjunto. Horrible, pero destaca. Empezamos a bajar las escaleras y, tras encontrarnos tres rellanos abajo, grita:

―¡Mierda, las llaves! ¡Que no he cerrado el piso!

―¿¡Acaso vas a volver ahora!?

―¡Dame cinco minutoooos!― mientras lo dice, se aleja escaleras arriba.

Decido esperar dentro. Veo que una mujer baja, en zapatos de tacones, y al llegar al último rellano, se da la vuelta bruscamente y vuelve escaleras arriba mientras dice:

―¡Mierda, el bolso! ¡Que me lo he dejado en el perchero!

Pasan cinco minutos, diez, quince y hasta veinte minutos. Cuando decido que ya es suficiente, voy escaleras arriba gritando.

―¿Es que para conseguir las llaves hay que luchar contra un dragón o que?

Llego a la entrada del apartamento y mi boca se descompone. Ahí están los dos, besándose, el que olvidó las llaves y la que olvidó el móvil ¿o era el bolso?.

―¿Pero qué? ―es lo único que alcanzo a articular.

―¿Sabes que? ―dice el novio― No va a ser necesario ir al parque. Aquí tienes a la novia.

Y se dan otro beso en los labios. Pienso que está loco, a lo que él me responde con una mirada. Ya han intercambiado palabras. Veinte minutos de palabras, siendo más exactos. Me pregunto si no se equivocará.

Y aún así, viéndolos a los dos, sé que no lo hace. Uno se olvida las llaves y otra el bolso. Ajenos a todo el desbarajuste de gritos exteriores, entre los conductores que están perdidos por no tener a Google maps y los niños enrabietados, están ellos. Esperemos que no se pierdan el uno al otro, tal y como van las cosas.

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En el parque, una mujer y su padre esperan por un hombre. Con un cartelito en mano del padre que pone el nombre del novio, siguen esperando. Quieren proseguir con la boda.

Retos de humorWhere stories live. Discover now