4. Quatre

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Al llegar a Montmartre decidí ir directo a casa por el camino largo para después bajar con Summer a las escaleras del Sagrado Corazón en las que había un grupo de violinistas jóvenes seguramente estudiantes, junto con un grupo de muchachas las cuales bailaban a su alrededor.

Vivir en el barrio del artista te hacía creer que podías hacer lo que quisieras con tan solo imaginarlo, así que al llegar a casa coloque la correa de Summer y casi Salí corriendo con ella para ver el espectáculo, que, aunque había muchas personas y eso no le gustaba, lo notaba en la forma en la que algunas personas paraban a acariciarla y se ponía tras mis piernas, pero había otras ocasiones en las que parecía que se convertía al recibir los mimos de los transeúntes que pasaban y la acariciaban, a veces eso me ponía celosa porque así como ella, me encantaba que fuera feliz por mí no por alguien más.

El espectáculo duro cerca de una hora en la cual los violinistas, que eran tres, interpretaron melodías clásicas de Chopin, Debussy y Tchaikovsky que eran de mis compositores predilectos, la danza que los acompaño engalano las melodías y me hacía preguntarme si yo sería capaz de hacer algo así, con toda mi torpeza y poca sutileza, jamás había podido coordinar mis pies y cuerpo con una pieza musical sin importar que clase de música fuera, ni quien fuera mi pareja, no podía más que apreciar como aquellas chicas coordinaban sus movimientos con la música y además con las otras, era una armonía perfecta, digna de apreciarse.

Al terminar, espere a que los espectadores se dispersaran para comenzar a subir el tramo de escaleras que me separaba de la iglesia, bordeando los mismos jardines que acompañaban la espectacular vista, se me antojaba en ese momento lo más idílico que había visto con el atardecer de paisaje y el aire parisino que siempre estaba lleno de magia y romance, no dude en dirigir mi vista a donde el sol se ocultaba; las estatuas de la iglesia proyectaban sombras difusas en las pesadas lozas que eran los suelos, pero había una de ellas que siempre había admirado, y claro no era la única, la estatua del Arcángel Miguel en la cúpula era una maravilla, no importaba en que sitio te pararas a observarla siempre lo podías ver con su mirada fija matando con su espada al diablo, era una joya de la escultura, no superando a la piedad de Miguel Ángel.

Al avanzar por las calles empedradas llenas de pequeños cafés, restaurantes y pâtisseries que se llenaban continuamente de turistas en busca de tranquilidad y comida, el aroma inundaba las calles, las risas y platicas en diferentes idiomas te hacían querer voltear a todos lados para averiguar cómo se sentían las personas, todo mundo sonriendo, parejas tomadas de la mano, niños comiendo sus dulces con sonrisas instaladas en el rostro, sin duda, era algo que te contagiaba de buena energía y mucha felicidad, ganas de saborear todo lo que tenías a tu alrededor a pesar que de que para ti, siempre estaba al alcance.

De pronto un pequeño niño paso corriendo haciendo que la correa de mi pequeña se soltara de mi agarre, y claro que fue así pues venia absorta en mis cavilaciones sobre perspectivas, y por lo tanto ella corrió tras él pensando que estaban jugando y yo salí tras ellos para que no sucediera ningún accidente, ya que la cara del niño ahora reflejaba miedo, pero la pequeña Summer se veía feliz con la lengua de fuera y una sonrisa que llenaba sus pequeños ojos.

- ¡Siempre pierdes o tiras tus cosas! - me dijo una voz delante mío que sujetaba la correa de Summer, la cual ya daba pequeños saltitos

-Gracias- dije con el aliento cortado no sé si por la impresión o la carrera

-Así que ¿vamos por el café? - sonrió, pero se borró cuando vio que no comprendía de que hablaba- La apuesta

- ¡Oh! - exclame nerviosa, aunque recupere compostura al recordar la otra parte- Solo te falto un pequeño detalle- le dije guiñando el ojo- ¡Gracias por recuperar a Summer extraño!

Quizá llegamos tardeWhere stories live. Discover now