Uno

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El asfalto de la carretera me raspaba el brazo mientras que intentaba alcanzar el cuchillo que tenía delante de mí. Apenas estaba a unos cinco centímetros de la punta de mis dedos pero, con el paso del tiempo, parecía que estaba a kilómetros.

 La luz del atardecer se filtraba por los árboles a ambos lados de la carretera. El aire,  caluroso a pesar de estar en otoño, entraba en mis pulmones a una velocidad alarmante, aspirando por la nariz, apenas se quedaba dentro de mí una milésima de segundo para ser expulsado nuevamente por la boca. Notaba el sudor de mi frente caer por cada lado de mi cara mientras el cerebro trabajaba a mil por hora, tratando de pensar en una forma en la que salir de esta situación.

 Estiraba y encogía los dedos en un amago de coger el arma que estaba tan cerca, pero a la vez tan lejos. Mi bota izquierda apretaba la cabeza del ser intentando apartarlo de mí. Su mandíbula se abría y cerraba en busca de un trozo de carne que llevarse a la boca. Un trozo de mí. Agarraba mi pie derecho con una fuerza que, yo pensaba que no podía ser normal para estos seres. Ambos gruñíamos, yo por el esfuerzo que estaba haciendo y él por el hecho de tenerme tan cerca y no poder morderme. Nunca, desde que esto empezó, pensé que me encontraría en una situación así.

 Hace dos meses, hacía tanto calor que pocos eran los valientes que salían a la calle. El poco aire que hacia te quemaba la piel haciendo que te arrepintieses de haber salido en primer lugar, así que, lo único que podíamos hacer era quedarnos en casa, delante del aire acondicionado, esperando a que pasase el tiempo. Habíamos venido a pasar las vacaciones en la casa que tenía mi tía en el pueblo, pensando que el tiempo no podía ser tan malo como en la ciudad.

 Una de esas tardes en las que no podíamos salir, mi madre, mi tía y yo nos encontrábamos jugando a las cartas en la mesa del café, buscando el frescor que el suelo podía proporcionarnos, mientras que mi tío y mi padre veían una película de vaqueros en la televisión.

–Parece que os voy a dar la paliza de vuestras vidas.– Dijo mi tía con una sonrisa mientras nos mostraba sus cartas, enseñándonos así, que por quinta vez, nos había ganado a mi madre y a mí.

 El sonido de disparos y gritos proveniente de la televisión paró de repente, y la imagen de vaqueros disparando pasó a ser a la de una mujer rubia con el pelo a la altura de los hombros que vestía un vestido azul marino, sentada tras una mesa.

–Interrumpimos la programación para informarles de que un nuevo virus se expande entre la población, la policía recomienda a la población que se quede en sus casas y no salgan a pesar de que sea de vital importancia -. Mi padre, en ese momento soltó una risa, como diciendo "si, claro, no pensábamos hacer otra cosa que salir de aquí" –Asegúrense de tener lo necesario para pasar los días y respeten el estado de cuarentena. Por el momento no tenemos más información pero, esta noche analizaremos la situación con más detalle y consejos de profesionales. Buenas tardes, ahora pueden seguir disfrutando de la programación.– Entonces la pantalla de la televisión volvió a mostrar a vaqueros disparándose unos a otros.

 Aquella noche fue, dentro de lo que cabe, tranquila. Cenamos, vimos un DVD aburridísimo, que contaba la historia de no sé que presidente, y nos fuimos a la cama.

En nuestra estancia en casa de mi tía, me habían asignado la habitación en el piso de arriba que una vez fue de mi primo, el cual hacia unos años que se había ido a viajar por el mundo intentando "encontrar su verdadero yo" y hasta el momento solo sabíamos que seguía vivo gracias a las postales que nos mandaba. Mis padres, en cambio, dormían en la habitación de invitados que había al pasar la cocina en el piso de abajo, era una habitación pequeña, con una cama de matrimonio en el centro y una cómoda a la izquierda, bajo la ventana.

 Tenía la ventana y la puerta abiertas con la esperanza de que entrase un atisbo de corriente, pero cuando vi el reloj digital de la mesita que marcaba las 4:36, sabía que eso no iba a pasar. Llevaba horas dando vueltas en la cama y ahora estaba tumbada de lado, con la mirada fija en una foto que había en la mesita al lado de la cama, junto al reloj. En la foto salía mi primo con cada brazo encima de los hombros de sus dos mejores amigos. Cada uno sostenía lo que era su diploma de graduado del instituto y tenían las sonrisas más bonitas que jamás había visto. No me refiero a bonitas de "oh dios, que dientes más perfectos", si no a bonitas por la forma en que transmitían la felicidad que ellos mismo sentían en ese momento a pesar de que sucedió hace varios años. Los envidiaba, cuanto más observaba la fotografía, más los envidiaba, se veían tan felices juntos que sólo podía preguntarme si, algún día, yo llegaría a ser tan feliz como lo fueron esos tres muchachos.

Run [l.h]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora