Héroes del Sábado

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Hacía cinco minutos que el cigarrillo se había consumido. Tus dedos lo mantenían alzado, rozando tus labios, envuelto en tus suspiros. Era curioso como aquella escena inocente reflejaba tan bien como me sentía en aquel momento, apagada. Fuiste el paréntesis que no quise cerrar.

- Creía que no fumabas - Estabas apoyada contra la barandilla y tus ojos brillaban por las estrellas que Madrid no nos quería enseñar.

- No lo hago.

El calor nos abrazaba aquella noche de septiembre, mientras una leve brisa despeinaba tu larga melena. Empezaste a jugar con el filtro del cigarrillo, haciéndolo rodar entre tus dedos mientras evitabas mirarme.

- ¿Entonces? - Susurré la pregunta, sin saber muy bien porqué. Sonreíste de medio lado, mirándome desafiante.

No respondiste. Mis ojos se posaron en los tuyos, curiosos, buscando una respuesta que en aquel momento no obtendría. Lanzaste la colilla calle abajo, perdiéndose en la oscuridad de la noche.

Rompiste el silencio con un pequeño bufido.
- ¿Has estado en Barcelona? - Me sorprendió tu pregunta. Era la una y media del último sábado de aquel verano y nos encontrábamos en la terraza de un bar que olvidaríamos entre botellas de ron y ginebra.

- Yo... No, nunca.

Retiraste tu mirada de la mía para observar cómo dentro del pequeño local los que pronto se convertirían en mi segunda familia bailaban a descompás de la música, sudando vodka y riéndose sin control. Los miedos no existían aquella noche.

- Allí habríamos acabado en la playa, haciendo el imbécil con el mar como banda sonora.

- No creo que ellos necesiten ni arena ni olas para hacer el imbécil - Seguí tu mirada hasta posarla en una chica que bailaba como si se lo fueran a prohibir, encajando patadas entre movimientos discordantes. Maravillas del alcohol, como no.

- Supongo que tienes razón - Reíste bajito, dejando el rastro de una pequeña sonrisa en tus labios.

Solo entonces me permití observarte. Vestías a juego de la noche y te escondías en ella descaradamente, retándome a perderme entre las sombras que adornaban tus palabras.

- ¿Conoces a alguien? - Volviste a encenderte un cigarrillo. No le diste ninguna calada.

- A María. La rubia de los tatuajes - Reí al ver que mi amiga abrazaba a una desconocida - Decidí seguir la carrera en Madrid y ahora vivo con ella.

Hubiera dicho que también te conocía ti, pero era mentira. Te había visto por primera vez el día anterior, después de la reunión introductoria de segundo de Bellas Artes. Estabas recostada sobre un árbol, ajena al murmullo nervioso ya característico de aquel primer día de clase, jugando con un mechero en tus manos. Te pregunté, con un cigarrillo mal liado entre los dientes y un moño caído, si fumabas. Con esa sonrisa de medio lado negaste la cabeza. Idiota.

- Natalia- Tu nombre me devolvió a la realidad y sin pensarlo mucho me lanzaste un mechero que cogí torpemente - Quédatelo. Así estamos en paz.

Caminaste en mi dirección con cuidado, como si intentaras alargar los segundos, y paraste frente a mí. Tiraste el segundo cigarrillo sin consumir, llevándose el humo de todas aquellas caladas sin dar y mi pregunta sin respuesta.

Pasaste junto a mí para volver a entrar al local. Tu presencia me había embriagado más que cualquiera de los tres cubatas que ya me había bebido.

- ¡Alba! - Grité mi nombre y sin frenar me miraste de nuevo, tan sólo un segundo. Sonreíste perdiéndote entre la gente. Entonces no sabía que la que estaba perdida era yo.
Miré en dirección contraria sin entender nada. Saqué el móvil del bolsillo de mis pantalones, las dos de la madrugada.

Joder. Media hora y apenas habíamos intercambiado tres frases mal encajadas.
Y el mechero. El mechero que aún rondaba entre mis dedos, dando golpes contra la barandilla al ritmo de la canción que sonaba dentro de aquel bar perdido entre las calles de Madrid.





———
Holaaaa. Siento si es un poco horrible pero no he sido capaz de resistirme.
Espero que os guste.

IcebergDonde viven las historias. Descúbrelo ahora