Prólogo

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En las tierras de Therkel surgió un gran Imperio fundado por Alexis El Conquistador, un noble humano que colectó grandes victorias militares y que en cuestión de años se hizo Rey de un pequeño territorio de Therkel y que, gracias a su astucia e ingenio, fue expandiendo hasta abarcar gran parte de la tierra conocida, subyugando tanto Reinos Humanos como Reinos de otras Razas, pues ningún Elfo o Enano pudo derrotar a Alexis en los campos de batalla. Poco después de cumplir los treinta años, Alexis había logrado lo impensable, conquistar todo Therkel y mantenerlo unida bajo su mandato, por lo cual fue nombrado Emperador de Therkel, título que no pudo disfrutar demasiado pues a la temprana edad de treinta y seis años, la Peste Negra se llevó su vida, heredando el recién nacido Imperio su hijo, Ugger El Pasivo, nombrado así a lo largo y ancho del Imperio por dos motivos principales, el primero porque a lo largo de su reinado cedió muchos derechos a humanos, elfos y enanos, también a sus consejeros que parecían ser quienes gobernaban el Imperio en vez de Ugger, y el segundo motivo de ser llamado El Pasivo fue por los rápidos rumores de que el Gran Emperador, hijo de un gran Conquistador, no era solamente más que el muerde almohadas de Kales, su más cercano consejero, demasiado cercano para algunos pues muchos creían que ambos mantuvieron un romance y que ese romance fue el motivo del rápido ascenso de Kales en la Corte aun cuando venía de una familia plebeya. Aunque Ugger no gozó de gran fama durante su mandato, consiguió mantener el Imperio unido, aplastando a revueltas de razas que querían lograr su independencia del Imperio Therkel y volver a sus antiguas vidas y, sobretodo, antiguas costumbres pero no pudieron nunca derrotar a Ugger y a sus experimentados comandantes. Y así siguió el Imperio Therkel alrededor de quinientos años, habiendo tenido una totalidad de ocho Emperadores en su historia, todos y cada uno pudiendo mantener el Imperio unido gracias no a las batallas, si no a respetar a las demás razas y sabiendo cómo actuar para no provocar una guerra masiva hasta que Hergal, Noveno Emperador de Therkel tomó el mando con veinte años de edad, muchos intentaron aprovecharse de su joven edad para sacar poder del muchacho y tenerlo bajo su poder pero Hergal demostró con rapidez que eso no iba a ser así, ordenando la decapitación de toda persona que creyó conveniente, siendo llamado aquel evento sangriento el Día De Las Cabezas Sin Dueño, ya que hubo más de doscientos decapitados de personas de la Corte pero diez mil personas cogidas de todo el Imperio para demostrar al pueblo el poder de Hergal y que no pensaba en vacilar en coger las armas y matar a quien fuera necesario para mantener su gran poder. Pasaron quince años de aquel fatídico día, quien años en los que Hergal gobernó haciendo lo que quisiera, nunca escuchando a sus consejeros o al pueblo, subiendo los impuestos hasta el punto de hundir en la miseria a muchos de la buena gente de Therkel, entrando en una hambruna que sufrieron los más pobres y además acusó a Enanos y a Elfos de conspirar contra su vida, lanzando una campaña militar contra ambas razas, obligando a los habitantes del Imperio, solamente Humanos, a que se enlistaran en el ejército y creando un nuevo impuesto de guerra, creando más pobreza y malestar entre los habitantes. Y fue ese mismo año, el mismo año que empezó la guerra contra todo Enano y Elfo que el cielo se volvió rojo, las nubes, más oscuras de lo normal, taparan la luz del Sol y que empezaran a llover gotas rojas, sangre, mientras que en una pequeña casa se hallaban tres personas, un hombre, una mujer y un Druida. La mujer estaba dando a luz mientras que el Druida susurraba en voz baja, con sus ojos en un blanco absoluto, quemando unas hierbas manchadas con sangre en sus manos que creaban un olor putrefacto y maloliente, un olor que recordaba a la mismísima muerte mientras que el padre, la pareja de aquella mujer dando a luz, sangraba de un costado, apoyado en la pared de la pequeña habitación, mirando con nerviosismo tanto a su mujer como al Druida, esperanzado en una parte de que su sacrificio de verdad valiera la pena. La mujer dio un sonoro grito y el Druida alzó su voz, recitando con más fuerza unas palabras que nadie en aquella vivienda entendía, solamente el Druida y los Espíritus que le escuchaban entendían la profundidad de aquel ritual, no tuvo que pasar demasiado minutos para que los gritos de la mujer cesaran y fueran sustituidos por un llanto, callando el Druida al escuchar el sonido de una nueva vida, mirando al retoño sin expresión alguna en su rostro, cogiendo su cuchillo y cortando el cordón umbilical para luego poner entre sus brazos al recién nacido, dirigiendo su mirada a la madre del niño y luego al padre, ambos estaban muertos, ninguno respiraba y los Espíritus allí presentes se marchaban satisfechos de la finalización del Ritual del Druida, este cambió su mirada a los ojos del niño, rojos como el cielo en aquellos momentos, recordando a la más pura sangre que pudiera existir en aquellas infectas tierras por la crueldad de Hergal. El Druida limpió al niño y salía de la casa, dejando dentro los cadáveres del niño sin enterrar, llevándose al recién nacido a las profundidades del Bosque Aganosh, donde el Druida se escondía de la vista de los demás. Una vez llegó a su casa en las profundidades del Bosque, miró al niño una vez más, observando al niño con leve curiosidad, pensando si de verdad había merecido la pena el Ritual, pues a sus ojos el niño solamente era un ser insignificante que no viviría demasiado tiempo, demasiado frágil pensó el viejo Druida pero también pensó en cómo llamar al recién nacido, no tardando en encontrar un nombre para el retoño que había decidido cuidar como un hijo adoptivo.

- Te llamarás Cedrick, Líder En La Batalla, que los Espíritus te bendigan y los Antepasados te protejan.

Todo Imperio Tiene Su FinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora