Drabble 4. Aurora/After Dark

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Aún no amanecía.

Pieck permaneció en la cama, sin saber por dónde empezar a moverse. Su cuerpo cada día estaba más adolorido y le costaba tremendamente hacer cualquier movimiento o estirarse. Cada músculo le dolía como si hubiera pasado siglos en una sola posición. Se movió un poco y se quejó sin poder evitarlo. Le dolían tanto los huesos que le resultó imposible de evitar.
Dos lagrimas se le escaparon mientras intentaba refregarse contra el colchón. Con los brazos cansados, alzó levemente la caliente y extrañamente suave manta que la cubría y descubrió que no era la suya.

Trato de verla con detenimiento en la obscuridad y no le pareció conocida.

Era una manta de caliente y suave flannel* con un tramado de motivos victorianos. Una sola persona en Erdia conservaba cosas así.

En tanto se preguntaba por qué tenía la manta sobre su cuerpo dolorido, Zeke despertó. Estaba junto a ella y conservaba las marcas de su transformación. Parecía cansado pero estaba completamente despierto. Vio el esfuerzo inmenso de Pieck para siquiera alzar la cabeza y se levantó haciendo crujir la cama, alzándola en brazos. Pieck lanzó un quejido de dolor y nuevas lágrimas afluyeron a sus ojos, que se abrieron, desorbitados. Luego apretó los párpados, su cuerpo se contrajo y se apegó contra el cuerpo fuerte de Zeke que la sostenía sin moverla, cual si su peso fuese el de una pluma para él.

- ¿Cada vez es peor, no es así? - Habló Zeke en la obscuridad. Podía adivinar la forma de sus gafas, aún sin poder verlo bien. El viento entraba por la ventana y movió ligeramente el cabello platinado del hombre, y Pieck hizo un esfuerzo sobrehumano levantando su mano para acariciarle la cabellera. Era una mujer silenciosa, pero más inteligente de lo que la mayoría de las personas pensaban. Para Zeke, Pieck era mucho más que sólo un transporte.

La acomodó en la cama, arregló sus almohadas y nuevamente la cubrió con la manta que le había dejado en el transcurso de la noche anterior. En tanto esto sucedía, los rayos del sol, tímidamente, comenzaban a salir.

Así, Pieck podía ver al hombre que la cuidaba con más claridad. Sus ojos del color del sol, serenos, contemplaban un futuro que ella era incapaz de ver y para el que no viviría mucho tiempo más.

Pero lo que Zeke veía era mucho más lejano que lo que Pieck pensaba. Zeke solo podía pensar en seguir buscando un método, una forma de evitar que sus subordinados murieran por la maldición de Ymir. Quería revertir el daño que Erdia le había hecho a tantos de los suyos, a él mismo desde que era un niño, haciéndolo parte de un conflicto en el que un niño no debería estar. Quería evitar ver morir a niños como Falco y Gabi... Y sobre todo, deseaba no ver morir a Pieck.

Le inyectó un calmante, mientras ésta aguantaba un grito, sofocándose a sí misma con la mano y la miró a los ojos. Pieck contempló a su vez con sus negros ojos los de Zeke, como si pudieran decirse todo más allá de las palabras.

Para Zeke era muy claro que Pieck sufría pero que toleraría todo con tal de hacer realidad la visión que él tenía del nuevo mundo que pretendía construir.

Un espasmo recorrió a Pieck y Zeke la tomó nuevamente en sus brazos sobre la cama y se recostó junto a ella para abrazar su cuerpo que sufría de arcadas y espasmos que resultaron incontrolables por algunos segundos.

Finalmente, la joven se quedó quieta, respirando apaciblemente, aspirando el aroma del hombre. Olía a vino barato, a tabaco y a colonia. Pocas veces Pieck había podido estar tan cerca de Zeke, por lo que la sensación le resultó encantadora. Se apretó lo más que pudo a su cuerpo y sintio la mano de Zeke acariciar su cabello. Por alguna razón, nunca había pensado que sucediera nada más. Ellos no tenían que pensar en eso.

El humo del cigarrillo que Zeke fumaba en la habitación, comenzaba a desvanecerse mientras la última parte de este, ardía en su última ínfima llama.

El viento arreciaba. Zeke cubrió más a Pieck con la manta y se apretó a ella. Sus labios recorrieron el cabello largo, suave y negro de la joven que alzó ligeramente el rostro para verlo a los ojos y dejarse perder en la sensación.

Zeke también la miró, casi como si le pidiera perdón, en una súplica muda; el efecto del calmante se había producido, y Pieck se acercó y depositó un beso en los labios del hombre, beso que Zeke respondió de manera harto más apasionada que la de ella, acariciando su lengua con la propia, olvidándose un poco de aquello de "no hay tiempo para eso".

El cielo parecía el mar aquel día. El azul era brillante y glorioso y las aves volaban y trinaban con singular normalidad.

Bajo la manta, Zeke acarició la espalda de la joven bajo su camisón y ésta lo miró con devoción y confianza ciegas, segura de que era un hecho que el triunfo de Erdia y su subsecuente levantamiento serían una realidad gracias a Zeke.

Ni un solo día Pieck se arrepintió de su decisión y Zeke hizo todo lo posible para evitar que lo hiciera. Annie Leonhardt había fallado en su tarea y Zeke pensó que quizá delataría todo, desde su intención hasta los mecanismos de defensa de Erdia pero no, no lamentaba haber enviado a Annie Leonhardt en vez de perder a Pieck.

Siempre había facilitado su tarea con amabilidad, disposición y diligencia y su alto sentido del deber y disposición para ayudarle, la habían transformado en su compañera incondicional, de manera que no se abandonaron en una sola batalla.

Zeke la besó en el cuello y ésta le sonrió a él, en tanto este la ayudaba a voltearse dándole la espalda. Con ambas manos y de forma habilidosa, terminó por dejarla desnuda y su barba le hizo cosquillas en el hombro pero no sus manos, que, gentilmente la acariciaron y atrajeron sus caderas hacia él, penetrándola.

Hacía mucho tiempo que no estaban solos y más aún que no tenían forma de estar juntos. Silenciosa, Pieck comenzó a moverse y no tardó en deshacerse en gemidos de placer que Zeke no podía ignorar, en tanto se perdía en besar la espalda de la joven, quizá eso aliviaría su dolor.

- Fuerte... - murmuró la chica entre jadeos que no pudo reprimir.

- ¿Estás... Segura?

A manera de respuesta, Pieck empujó lo más que pudo su cadera hacia el miembro del hombre que, siguiendo sus deseos, decidió moverse más fuerte en su interior, dandole lo que pedía. La chica lanzó un gemido profundo, sofocado, que de haber alguien además de ellos en aquel lugar, habría sido escuchado por cualquiera y a su vez, Zeke siguió moviéndose, cada vez más salvaje, tensándose, con las gafas desacomodadas, buscando con una de sus manos uno de los pechos de la joven, que al sentir los dedos de Zeke rozando su pezón, balbuceó algo, totalmente absorta en el placer, ya sin dolor alguno, y gemía una y otra vez hasta que, cansada de la posición, tomó su usual en cuatro piernas y subió sobre el cuerpo de él que nada dijo, sino que se acomodó bajo su cuerpo y la cubrió con la manta una vez más.

Aquel día permanecieron así, sin hablar. Sin intercambiar historias de lucha de los erdianos o mencionar sus planes ni estrategias. Su pacto pareció, aunque tácito, evidente.

Un día después, Pieck debía transformarse de nuevo, pues quizá muriera por fin, en esa última batalla, y nunca más pudiera mirar al alba por la ventana, con la manta de Zeke sobre su cuerpo desnudo y su cuerpo fuerte debajo de ella.

Vida de héroesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora