3.Elizabeth

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¡Pero que imbécil!
Mientras mi chófer cruzaba la ciudad de vuelta a casa, era difícil sacarme de la cabeza las últimas horas que había vivido en el bar con el idiota de los ojos grises por que hasta eso ni su estúpido nombre sabía pero ¿como se podía ser tan idiota y capullo al mismo tiempo?. Odiaba tanto a los hombres así, que suelen creerse mas que una mujer por el simple hecho de ser hombres y tener un par de pelotas entre las piernas.

Una vez llegue a mi casa fui directo a mi habitación, camine al balcón y en el camino dejé mi bolso en la cama, abrí la puerta corrediza, con la oscuridad el mar que me encontraba llorando desconsoladamente en el piso del baño de la mansión en la cual vivía, mientras chorros de agua caían por mi cuerpo desnudo y destrozado, me sentía sucia, me sentía una basura. Mis manos Jalaban mi cabello con fuerza, sin apenas ser consciente del daño que me estaba haciendo, yo misma, mis ojos estaban cerrados con fuerza, las imágenes del cuerpo de ese tipo sobre mí me atormentaban cada vez que abría los ojos... Aún podía recordar mi frágil cuerpo bajo el suyo y sus manos tocando mi cuerpo con brusquedad y quitándome la ropa con ellas.

-por fin serás mía - me decía mientras pasaba su lengua por la piel de mi cuello, y sus manos me recorrían las piernas.
Yo intentaba con todas mis fuerzas apartarlo pero era demasiado fuerte para mi y decidí darme por vencida y dejar que hiciera lo que quisiera, nada me ayudaría.

-Pero mira que piel suave tienes- susurro en mi oído con su voz ronca y asquerosa.

Sus manos demasiado ágiles para mi gusto me despojaron de mis pantalones de pijama con un solo tirón y de inmediato alzaron mis manos para sacarme la blusa. Mi cuerpo yacía en tan solo ropa interior.
No podía pensar en nada bueno, no podía creer que Justo en aquel instante el se llevaría lo único que aún me pertenecía a mí.

Abrí mis ojos con brusquedad y logré distinguir un par de gotas color carmesí rodar desde la palma de mi mano hasta el suelo del balcón, abrí mi mano y sentí ardor no había sido consciente de que me estaba enterrando las uñas en la piel, mi vista se nublo un instante y cerré los ojos con fuerza para ahuyentar las estúpidas lagrimas que amenazaban con escaparse una vez más en este día. Di un último vis tazo al mar que se encontraba más bravo de lo normal y me sentí identificada con él.

Entre de nuevo a mi habitación y agarre mi móvil eran Justo las 3 de la mañana según indicaba la hora en la pantalla de este.

-¿Elizabeth?- dijo una voz al otro lado de la puerta tocando un par de veces.
No quería hablar con nadie quería estar sola, eran las tres de la mañana por favor ¿quien esta despierto a esta hora?, yo por supuesto pero parte de mí quien más. Al ver que no respondía abrió la puerta sin más.

-Eres tú, creí que alguien más se había metido a la casa- hablo despacio mirándome a los ojos y pasando la mirada por la palma de mi mano manchada de sangre.-¿Pero que te ha pasado?-hablo con preocupación acercándose a mí.
-No, no es nada -hablé fuerte poniendo mi mano en su pecho para que no se acerque más a mí.
Sus ojos azules me miraron con preocupación, sabía que estaba a punto de decirme algo, pero no lo hizo y solo dio la vuelta y salió de la habitación, sabía perfectamente que no lo quería cerca y menos ahora, camine hasta la puerta de mi habitación y me asome vi la silueta de su cuerpo su cabeza estaba pegada en la pared y tenía las manos a cada lado hechas puños estaba enojado pero como siempre no me importaba como se encontrara y no lo haría hoy.
-No vuelvas a entrar a mi habitación sin mi autorización - hablé con autoridad.
Su cara se giro hacia mi y pude ver el color rojo en sus glóbulos oculares.
-No volveré a acercarme- dijo recuperando la compostura y mirándome con desprecio como siempre hacia.

Entre a mi habitación dando un portazo fui al baño y me lavé la sangre que tenía en la mano y me puse un par de curitas. Me despoje del vestido y me quede en ropa interior, como todas las noches hacía me paré frente a la pared de espejo que había en mi baño y observé mi cuerpo lo odiaba, odiaba cada parte de mí, no podía amarme aunque yo creyera que lo hacía, cuidaba mi alimentación y mantenía una buena figura para tratar de sentirme mejor conmigo misma pero ayudaba muy poco. Después del día que había vivido solo quería acostarme entre las sábanas blancas de mi cama y dormir unas cuantas horas. Cerré los ojos y perdí noción de la vida real una vez más.

Inocencia perdida +18 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora