Capitulo I

3 0 0
                                    


      Siempre que abro los ojos veo lo mismo, sueño con despertar un día con otro panorama.

La veo a Morita con su frazada raída, sus mejillitas rojas por el frio que hace afuera. Se cuela por los huecos de la pared, helando hasta los huesos. Siento que si hago un movimiento brusco, me voy a partir.

Yo haría lo que fuera porque Morita tuviera una mejor vida. Lo intento todos los días.

No puedo evitar ver más abajo, sobre aquel colchón medio podrido, medio roto que nos encontramos tirado al costado de la calle. Ese día, la emoción que mi madre tenia al saber que Morita iba a dormir mas comoda.

Me levanto, dejando caer mis pies al suelo. Juego un rato con los bicho bolita que encuentro al lado de mis dedos. Desde que tengo memoria, ellos son mis amigos.

Mamá se despierta al escucharme. Ella nació con el super poder de escuchar hasta el más mínimo ruido; Al menos eso creía de chico. No tuvo otra opción.

Hice lo mismo de siempre; Me puse mi ropa de todos los días. La única que tengo. Mamá la lava todas las noches y la deja para el otro día.

Esta muy fría; o muy mojada. Con el frio de esta época no se alcanza a secar del todo.

Sigo con mi rutina. Agarro el bidoncito de agua, el de siempre. Me gustaba el dibujo de la etiqueta, era un sol con carita feliz. Ahora la etiqueta es blanca de tanto que se usó.

Me voy a llenar el bidón. Salgo afuera.

-Otra vez lo mismo- pensé. El agua casi no salía, se habían congelado las cañerías.

Vuelvo adentro pensando que hacer. Veo que había quedado el vasito de las princesas de Morita con un poco de agua de ayer.

-¡Genial! - Me dije a mi mismo. Me dirijo al estante de machimbre, en el que guardamos los paquetes de arroz y la leche en polvo.

Mamá siempre dice que hay que racionar bien todo para dure mucho. A mamá le cuesta mucho conseguir todo.

Abro el paquete y se me transforma la cara. Quedaba poco mas de una cucharita de té. No podía usarlo, Morita no iba a tener qué tomar cuando se despertara.

Así que me tomo el agua, y agarré mi bolsita. La de siempre.

Tuve la suerte de que una vez vino un seño a nuestro barrio. Vino todos los días durante dos meses. Con la seño aprendí a leer y a hacer cuentas.

Yo me siento muy orgulloso de eso. Pero hay muchos nenes que no tuvieron esa suerte.

Siempre que llego a ese banquito al costado de la calle, ellos ya están ahí esperándome.

A pesar del barro que se forma luego de las lluvias, y el frio que paraliza el cuerpo, ellos están ahí, firmes a la espera del conocimiento. Las ganas de aprender dan batalla a cualquier obstáculo.

Me siento ahí por horas, ayudando en lo poco que sé, pero que para ellos es un mundo enorme y fabuloso.

Se me dibuja una sonrisa al verlos ahí, con ganas de nutrirse de saberes.

Cuando llega la hora de irse, se van felices. Felices de haber aprendido algo nuevo. Felices de saber que mañana hay otra aventura maravillosa para descubrir.

Yo también me voy feliz. Feliz de haber contribuido con el futuro de esos nenes. No será mucho, pero al menos pongo mi granito todos los días. Sé que luego de tanto riego, algo germinará y dará frutos mas adelante.

Vuelvo a casa. Pero mi día no termina ahí.

Todavía falta la parte difícil.

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Jan 23, 2019 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

El amor no comprende de clasesWhere stories live. Discover now