¿Animal Favorito?

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La finca de mi tío Arturo está en un pueblo de Cundinamarca llamado La Vega; todos los años para el 31 de diciembre teníamos la tradición de pasar toda la familia allá como por una semana, pero no éramos solo nosotros eran todos los Mendez y todos los Rojas. 

Las mujeres adultas siempre estaban en el comedor, en la cocina o en el lavadero hablando no sé de qué, los hombres estaban en la sala, en la bodega o en frente de la casa donde se estacionaban los carros, ellos siempre estaban tomando cerveza y haciendo chistes con los que se reían a carcajadas; los niños siempre estábamos jugando por casi toda la finca,

Nos gustaba más ir a un potrerito que quedaba como a diez o quince metros de la casa, ahí mi tío le hizo una cancha de fútbol a mi primo Andrés; él era mayor que mi hermana y yo, pero parecía menor ya que él era más chiquito además se veía muy tierno porque era delgado y su cabello era liso, rubio lo tenía peinado como un hongo; él era mi primo favorito porque la mayor parte del tiempo nos la pasábamos jugando con él.

Al despertar cada mañana no había nadie más en la pieza, así que mi hermana y yo doblábamos las cobijas y guardábamos las colchonetas. 

La rutina de todos los días era la misma, si al salir por la mañana al comedor estaba ahí mi tío Arturo era buena noticia porque no teníamos que quedarnos encerrados en la casa hasta desayunar; íbamos a la cocina por unos vasos que parecían de metal. 

En la mañana mi tío salía con todos los niños que estuvieran levantados, la primera labor era ordeñar las vacas para sacar leche para el chocolate y para vender, como los potreros de las vacas quedaban muy lejos nos poníamos a jugar durante el camino, otras veces le hacíamos preguntas sobre cualquier cosa a mi tío; sabíamos que habíamos llegado cuando encontrábamos a los terneros amarrados frente a alguna cerca.

Siempre estaban en potreros diferentes; mi tío decía que tocaba cambiarlas para dejar que se recupere el pasto, lo primero que hacía mi tío era meter a los terneros –por turnos de vaca- al potrero donde estaban las vacas.

Él enlazaba a las vacas y las amarraba con la cabeza casi pegada a un árbol y les maneaba las patas traseras; enseguida mi tío aflojaba el lazo de los terneros para que empezaran a tomar y llamaran la leche ubre por ubre y luego lo volvía a amarrar y lavaba las ubres y empezaba a ordeñar a todas las vacas hasta llenar un balde rojo y dos cantinas, cuando ya estaban llenos todos hacíamos fila con nuestros vasos. Regresábamos a la casa para dejar la leche en la cocina e íbamos por los huevos.

Mis tíos tenían muchos pollos, unos en casas y otros caminaban por donde quisieran; así que para darles de comer íbamos primero a la casa grande de cemento.

Junto a la casa de los pollos había otra casa donde habían marranos, así que mi tío les daba de comer a ellos también, después de darles la comida íbamos a la casa de las ponedoras, para llegar teníamos que subir una loma hasta el lavadero, mi tío les daba el maíz y sacaba los huevos y entre todos los llevábamos en las manos o en las camisas.

Al regresar a la casa esperábamos a que terminaran de embotellar la leche y poner los huevos en cubetas para que mis primos -los hermanos mayores de Andrés- los salieran a vender. 

Después nos íbamos a darle de comer a los caballos, a los peces rojos del laguito y al resto de toros y vacas ¡eran muchísimos!; cuando acabábamos regresábamos a la casa para desayunar, primero era caldo y después huevos, chocolate, pan y queso.

Por las tardes montábamos a caballo, pero primero le tocaba a los grandes y después a nosotros;  los grandes montaban solos y a nosotros nos llevaban las riendas o nos tocaba compartir la silla.

Montábamos hasta muy de noche, después de eso la rutina era jugar parqués; los juegos de parqués eran eternos, el tablero era para ocho jugadores, los adultos se turnaban cada noche para jugar y el juego no terminaba hasta que todos ya hayan sacado sus cuatro fichas del juego, los juegos podían durar hasta las tres de la mañana, era de lo más divertido.

Un día le pedí a mi tío montar a caballo por la mañana; le dije que yo ya sabía montar, así que me dejó montar a Shimmy; ella es la más vieja de todos los caballos, actualmente tiene 29 años, su color es como un café desteñido.

La monté pero al poco rato entramos a uno de los potreros y Shimmy ya no hacía caso a las riendas por estar comiendo pasto, yo tiraba de las riendas y me movía en la silla, pero ella no reaccionaba; me moví demasiado y me caí en el pasto, al levantar la mirada Shimmy me miraba hacia abajo, se veía muy hermosa con el cielo de fondo. 

Ya en el suelo creí que la culpa de su desobediencia se debía a las riendas que estaban mal puestas así que me levanté y se las quité, pero ella no me dio oportunidad de volvérselas a poner, porque antes de que me diera cuenta salió corriendo; hasta ahora no sé mi tío cómo encontró a Shimmy solo sé que desde entonces no me volvió a dejar montar a caballo sola.

Todo lo que pasaba en La Vega me gustaba, todo allá son gratos recuerdos, pero lo que más me gusta recordar es esa vez que me caí de una yegua y decidí que el caballo sería para siempre mi animal favorito.

Un perro; ¿Mejor que yo?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora