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Sentía mi cabeza impactar levemente contra el cristal del tren repetidas veces, pero me daba igual. Sólo podía mirar a la morena que tenía delante mirándome con suficiencia desde arriba. Sus ojos oscuros me observaban con diversión y lujuria, su labio labio inferior se veía atrapado entre los dientes y sus manos se entretenían dando golpes en las barras de metal inertes que se encontraban sobre su cabeza.
Natalia tenía algo que no sabría explicar. Era atractiva, magnética en todos los sentidos. Inteligente, guapa, sensual, alta y llena de tatuajes. Todo ello le hacía increíblemente interesante. No sé si era su mandíbula notoriamente marcada, el septum que adornaba su nariz o si era lo recta que se hacía la raya del ojo pero a mí me tenía loca desde hacía mucho tiempo. Me imponía.

Toda ella era una Diosa egipcia a la que no te atreves a desafiar, y yo me moría de ganas de desafiarla.

Bajé la mirada hacia mis manos que se movían frenéticamente no sin antes visualizarla un poco más. Su cara, el cuello, las clavículas marcadas y un top que le cubría el pecho dejaba a la vista un abdomen tonificado digno de mirar.

Joder con la puta Natalia, me quería matar a calentones ¿o qué?

No pude contenerme y observé su figura. 1,2,3... Miles de lunares adornaban su blanca piel dibujando una constelación que jamás seré capaz de olvidar. Intrigada y deseosa de saber si tenía más lunares en alguna parte de su cuerpo me mordí el labio inferior, y ella pareció notarlo porque su sonrisa se ensanchó y con ella su ego.

- ¿Te gusta lo que ves, rubia? - contestó con la voz un tanto divertida. Y, como al universo le gusta la ironía una oleada de personas atravesaron el vagón, empujando y sin pedir disculpas. Natalia se tambaleó y adelantó un pie para mantener el equilibrio pero posando su pelvis a 5 centímetros escasos de mi cara.
Tragué saliva.
- Perdón... - contesté avergonzada. - Lo siento.

Me había pillado dándole un buen repaso y esque... como para no hacerlo. Natalia era pura perfección con cada uno de sus rasgos. Se agachó, se puso a mi altura y me susurró al oído con la voz rota.

- Yo siento no estar contigo a solas en este momento. Te haría mil cosas.

Me estaba matando y ella lo sabía. Me estaba tentando y yo no aguantaba más. Estaba a punto de quemarme y no podía importarme menos.

La desafié.

- ¿Ah sí? ¿Y qué cosas? - pregunté inocentemente.
- Cosas de mayores, ya sabes.

Me reí.

- ¿Cosas de mayores? - volví a preguntar.
- Sí, rubia, eres demasiado pequeña para entenderlo - contestó guiñándome un ojo.
- Si soy demasiado pequeña para entenderlo más lo sería para que me lo hicieras. En ese caso tendrías que conformarte con tu mano aunque algo me dice que ya tienes que tener hasta tendinitis de tanto usarla.
- Bueno bueno qué espabilada ¿no? - cambió de tema.
- Aprendo rápido.
- Tienes una buena profesora.
- Mmm no lo sé - dije coqueta.
- ¿Ah no? - preguntó a la vez que fruncía el ceño sin entender muy bien la situación. - ¿Y eso por qué?
- Digamos que... No acabo de lograr mi objetivo.
- ¿Y cuál es ese objetivo? - preguntó a escasos centímetros de mi boca.
- Si no lo sabes ya es que no estoy cerca de conseguirlo, definitivamente - dije observando sus labios deseosa de probarlos.
- ¿Y si lo creo pero estoy equivocada?
- No creo que lo estés Nat.

La conversación había terminado y ahora un silencio para nada incómodo se había apoderado de nosotras. Y aunque todo el vagón estuviera rodeado de un ruido aterrador, para nosotras solo existía el ruido del silencio. Un ruido estremecedor, casi ensordecedor que duró segundos pero que a mí me parecieron horas.
Natalia seguía en la misma posición: de cuclillas y con las manos en el asiento de al lado; a escasos centímetros de mis labios y con los suyos entreabiertos esperando una señal. Con mi mano apoyada en su mejilla acaricié la comisura de sus labios finos, y ella, llena de dudas acarició mi mano. Estaba preciosa, siempre lo estaba. Pero aún con el semblante lleno de dudas y miedo a que la rechazara me pareció la mujer más guapa del universo.
Pareció reaccionar a mí tacto porque acercó su boca a la mía y posó un tímido beso en ella. Un pico. No me aguanté más y volví a acotar la distancia que nos separaba. Quería besarla y así lo hice. No hubo lengua, no hubo intercambio de saliva, solo un pico más. Un pico más largo con el que quería demostrarle todos mis sentimientos hacia ella, un pico que le hiciese ver cuánto la quería.
Sin el contacto físico de nuestras bocas y aún con los ojos cerrados no pude evitar sonreír. Estaba enamorada de ella.

ONE SHOT ALBALIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora