Meses han pasado ya desde el incidente, no se intrigue por las lágrimas que pudiesen salir de mis ojos, es normal y ha sido así siempre que cuento la historia, cada que recuerdo los hórridos sucesos que viví. Siempre se nos ha dicho que viajar y conocer el mundo es un sinónimo de la felicidad, que es un modo de descubrir y descubriese a uno mismo, pero no; le recomiendo que si no tiene razón de peso suficiente para dejar la seguridad de la ciudad, no lo haga.
¿Por qué sigo vivo? ni yo mismo lo sé, me da más miedo pensar en ello, cuanto más me cuestiono la razón de que esa cosa me dejara ir, más me preocupa y más me convenzo de que, sea lo que sea, es inteligente; y quería que se contara la historia. Nunca realmente fui creyente de los cuentos que se relataban entre la gente de los barrios bajos, esa gente que transmite esos conocimientos arcanos a las futuras generaciones, en cuentos a la luz danzante de las hogueras, leyendas sobre aquello que se oculta en lo más oscuro del bosque y las sierras. Aun así, lo que esa noche nos encontró no existe en los cantos e historias, no hay registro histórico de ello, hasta ahora.
La tarde caía, en algún lugar al norte del estado, unos ochenta kilómetros al norte de la ciudad; viajábamos en caravana a vacacionar, como ya lo mencioné, buscando una aventura, el grupo se conformaba por unos cuatro vehículos. Buscábamos un lugar desértico y desolado para pasar la noche, para sentarnos al calor del fuego, cantar y relatar historias falsas de horror; de cuentos que escuchamos en nuestros viajes y andanzas. Nada en la vida te prepara para esto, yo presumía no sentir miedo, ser el valiente del grupo, aquel para quien todo tiene una explicación lógica; bien, esa noche tal habilidad sirvió para poco menos que nada.
Un aire inusualmente frió se podía sentir en la carretera, nada propio para esa época del año, el cielo estaba completamente despejado y en el ocaso, la hora en que la luz no ilumina, podía verse en el cielo una luna sangrienta, roja y macabra; como un presagio de muerte. Yo viajaba en una camioneta Pick up casi nueva propiedad de un amigo, entre platicas y risas sentí el irrefrenable deseo o instinto de mirar hacia atrás, hacia el desierto por el que pasaba la carretera; bajo el poder del alcohol, cualquier cosa tiene sentido, o por lo menos uno puede ver cualquier cosa ahí afuera; la visión proveniente de la penumbra me regreso de golpe a la sobriedad, me heló la sangre y paralizó mis piernas: Vi un ente, un ser extraño delgado y de color gris o azul claro, salía caminando en sus cuatro extremidades, de detrás de una gran roca, tenía unos largos brazos delgados con aparentemente tres articulaciones, huesudos y bastante bizarros, tenía también unas piernas de menor tamaño pero igual de desproporcionadas, con las mismas tres articulaciones, un cuello alargado y delgado rematado por una pequeña cabeza, no distinguí cara o rasgos faciales, aun a pesar de que estaba relativamente cerca, unos horribles treinta metros más allá de la orilla del camino, dudé de su existencia, hasta que esa cosa giro su cuello hacia nosotros, se levantó erguido en sus patas traseras, y salió corriendo en dirección a la sierra que se veía a la distancia, sacudiendo matorrales y levantando polvo en su apresurada carrera; traté de articular palabras, de moverme para que alguien más viera la horrible escena; se cual sea el caso, no me pude mover, y nadie más se dio cuenta; quise contarles pero tal impresión no me dejó articular palabra alguna.

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La cosa sin ojos
TerrorUn viaje a lo que debió ser las mejores vacaciones de una vida, terminaron como la peor pesadilla para quienes emprendieron el viaje, pero fue peor para aquel que sobrevivió.