¿Cuál es ese hecho, que en menos de un segundo, puede cambiar toda una vida?
Empezó todo una noche de invierno. Era muy tarde, las calles estaban desoladas y el frío se apoderaba de toda la superficie de Oslo.
Siempre había sido una capital muy rutinaria, la gente por la mañana iba a trabajar, los niños iban al colegio, y entre café y café se podía aguantar esa vida todos los días sin muchas quejas.
Alyssa era así, una chica bastante tímida pero con una fuerza alucinante. No destacaba por su inteligencia o carisma, pero sí por las marcas que caracterizaban todo su cuerpo. Desde pequeña, cada noche de su vida, se resumía en tremendas pesadillas que la hacían gritar a pleno pulmón en su habitación, despertando a cualquier individuo cercano provocándole el desvelo.
Eran gritos de pánico, terror, tal vez angustia, y lo único que dejaba entender era que no era nada placentero. Pero esas pesadillas, esos incubos que tenía Alyssa, no eran como todas; esas pesadillas creaban marcas temporales en su cuerpo diminuto, ese cuerpo que con un solo hilo de viento podría coger y llevarse la corriente. Pero esas marcas solo las podían ver esos ojos color miel, que tenían cada mañana una despreciada visión de todo lo que venían a ser sus piernas y sus caderas. Una visión tan desquiciada como espeluznante. Pero que solo podía ver ella, y nadie más.
