"La mujer más bella del reino"

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Zaid no dejaba de temblar por la rabia al escuchar el anuncio del rey David, que cayó como sorpresa para la mayoría de los presentes. En especial para el príncipe Pete que se mostraba totalmente estupefacto. Luego de lo sucedido el día anterior entre Pete y Zaid, un fiel conde y amigo de David se presentó ante la familia real, habiendo otros nobles presentes en la sala del trono. Pues había hecho, hace diecinueve años, un acuerdo con el rey y estaba presentando, pues entonces, su parte. Eso era lo que a Pete lo desconcertaba: El conde Wilfried Ver no veía solo. Pues a su lado se encontraba una bella joven de quince años. Tenia unos hermosos ojos como el color del cielo despejado en verano, cabellos rizados y tan brillante como el oro, labios carnosos y rojos; Su piel lucía suave a la vista y era de un delicado tono aceitunado, y su aroma a vainilla había poblado por todos lados. La mayoría había suspirado al verla. Zaid echaba humo desde un rincón, apretando los puños contra su cuerpo. La doncella miraba con timidez a Pete y luego a la suela de sus zapatos. Pero el príncipe tenia la mirada clavada en su padre, quien se mostraba entusiasta.

  —¡Le agradezco, Noble amigo, ¡por traer a su hija Nadine ante nosotros! En especial ante mi primogénito, el príncipe Pete. —exclamaba el rey David, palmeándole la espalda a su hijo mayor, con una sonrisa traviesa— Nadine es realmente la mujer más bella del reino.

  —Voy a cortarle el pescuezo a tu padre. —murmuró a regañadientes la reina, con la mirada filosa, haciendo que solo la escuche su hijo Aneu.

  —Si es que mi hermano no lo estrangula primero, madre. —carcajeó Aneu, entretenido con la escena que estaba viendo desde su asiento.

  La reina Eider soltó un resoplido, cruzándose de brazos, molesta, no por lo que su esposo había dicho babosamente, sino porque se dio cuenta que Pete no podía buscar las cosas por si solo. Por el contrario, por las palabras del rey, en toda la sala se oyeron murmullos, encantados de la belleza de aquella muchacha. Pete no se mostraba para nada complacido. Se acercó lo suficiente al oído de su padre para poder preguntar:

  —Padre ¿Quiere obligar a enamorarme?

  —Hijo mío, sólo te ayudo. —le contestó el rey, sobándole con cariño la espalda, con una sonrisa paternal— Además ¿Cómo no te enamoradas de esa belleza? Mírala bien.

  —Ya lo hice, su majestad, y no me gusta. —escupió Pete, completamente ofendido.

  El rey se mostró alarmado.

  —Majestad, yo diría que el príncipe Pete debe de pasar más tiempo a solas con mi bella Nadine. ¡Ya sabe! para conocerse mejor. —interrumpió el noble, guiñándole un ojo al rey, pícaramente.

  —¡Me parece una espléndida idea, querido amigo Wilfried! —afirmó el rey David, y sintió un escalofrió recorriendo toda su columna vertebral, tras percatarse de la mirada fría que le había lanzado su primogénito. Tragó saliva y susurró:— Te amo, hijito.

〜∇〜∇〜

  Zaid caminó, pasando cerca de un armario donde se guardaban algunas escobas o trapos, casi al final del pasillo. Como vio que la puerta estaba entreabierta, se acercó para cerrarla. Pero cambio rápido de opinión al reconocer la cabellera platinara del príncipe Pete, quien estaba sentado con el rostro oculto entre sus rodillas.

  —¡Pete! ¿Qué haces aquí encerrado? —le preguntó inmediatamente, abriendo la puerta para sentarse a su lado.

  El joven príncipe levantó la cabeza, dejando al descubierto sus ojos hinchados de tanto llorar.

  —Zaid ¿Cómo puedo saber si estoy enamorado? —debido a los espasmos, se interrumpía a cada rato al hablar— No sé que es estar enamorado. Jamás me hablaron de ello.

  —Tengo una idea vacía de lo que es estar enamorado para mí, Pete. —respondió Zaid, apretando los puños sobre sus muslos, sintiéndose molesto con si mismo al darse cuenta de que no debía de hablar sobre lo que le sucedía dentro suyo en ese preciso momento— No quiero darte algo de lo que ni siquiera estoy seguro...

  —¿Se sentirá mucho más hermoso que lo ocurrido entre ambos? ¿Más mágico que lo sucedido en mis aposentos, Zaid? —preguntó con voz temblorosa el príncipe Pete.

  Zaid tomó con delicadeza el rostro pálido del príncipe, guiándolo a ponerse de pie al mismo tiempo que él lo hacía. Sin privarse de acariciar ambas mejillas, que se tornaron rosadas por el contacto cálido. El moreno visualizó al mayor, dándose cuenta de que este ya le llevaba una cabeza de altura. El perfume que emanaba el príncipe se coló por su nariz, como el olor de una rosa. Pete superaba a un rosal recién florecido en plena primavera por su belleza natural. Comenzaba a asustarse por la aceleración de las pulsaciones de su corazón. A ese ritmo pareció que terminaría escapándose fuera de su cuerpo, atravesándolo, y dejándolo caer al suelo. Quiso apartarse, pero logró lo contrario: Se acercó por completo a Pete, uniendo sus labios con los suyos, en un beso hambriento, consumido a la vez en la ternura. Pete no dudó en corresponderle aquel choque entre sus bocas. Cada bendito segundo que pasaba podía sentir una especie de cosquilleo en la boca de su estómago y, a la vez, en su pecho brotó una enorme calidez que parecía completarlo. Hasta que Zaid se hizo a un lado y se vació su interior. Era como si la tristeza lo aguijoneaba. Se sentía depresivo y, en especial, porque Zaid no lo miró en ningún momento.

  —Lo que tienes que sentir es mucho más fuerte que esto, Pete. Debes acercarte a esa bella doncella. —dijo Zaid, mirando el suelo, con una sonrisa amarga— Para deshacerte de esta maldición, debes enamorarte de la mujer más bella del reino. Ya he visto como ella lo miraba a su alteza.

  —¡Tú no me puedes pedir ello! —lanzó Pete, con la voz quebrada, dejando que las lágrimas cayeran por sus mejillas, sintiendo impotencia y dolor— ¡Yo resolveré que hacer! ¿Y sabes qué? Sólo te besaré a ti.

  Zaid al fin levantó la mirada para verlo, con una media sonrisa.

  —Pete, dice la profecía que...

  —¡Sé bien lo que esa estúpida profecía dice, Zaid! Sé, también, que si no me enamoro puedo morir. Sin embargo, no puedo obligar a mi corazón. —prorrumpió harto el príncipe, secándose torpemente las mejillas— A veces me pregunto que pasará contigo si yo llegara a morir.

  Zaid rompió en llanto, abrazándolo con fuerza, refugiando su rostro en el cuello de Pete.

  —Muero contigo, Pete.    

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