"Mi guardia de honor y personal"

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—Es muy guapo. —murmuró una de las chicas, hija de uno de los nobles que se encontraban con el rey.

  —Casi como el príncipe Pete y el príncipe Aneu. —le siguió otra, hija de un duque.

  Zaid estaba de brazos cruzados, con la espalda apoyada sobre la fría pared de piedra del castillo, del lado externo. Desde la altura en la cual se encontraba, podía observar con detalle su querido pueblo de Chambord. Aun así, disimuladamente, lograba escuchar todo lo que las cinco jóvenes, que lo espiaban desde las puertas abiertas de la fortaleza, andaban diciendo entre suspiros. No era algo en la que podía estar en desacuerdo, pero no le interesaba. A sus quince años, Zaid ya era considerado como uno de los chicos más hermosos del reino y tenia seguidoras por doquier. Había ganado mucha fuerza por los entrenamientos que se daba, desde los once años, por el sueño de querer ser convocado como un soldado a la edad de dieciséis. Anhelaba poder proteger a su pueblo y al rey David. Aunque debía de admitir que invertiría a propósito su tiempo en el castillo porque eso significaría que vería siempre al príncipe Pete. Más de lo que se encontraban, ya que prácticamente estaban todos los días juntos; Cabalgando por el pueblo, explorando las colinas, o charlando en el rio, que corría detrás del jardín del palacio.

  Sonrió inconscientemente. Otra vez estaba pensando en Pete. En su dulce sonrisa, en su inocencia y curiosidad, en aquellos ojos dorados que lo hacían perderse y en aquellos finos labios rosados que tanto deseaba... Sacudió su cabeza, ligeramente. Otra vez esa idea volvía a atormentarlo. Le costaba comprender porque pensaba de esa manera sobre su príncipe. Quería entender que se debía al incondicional cariño que le sentía. Le hacia erizar la piel. ¿Cómo se lo tomaría Pete? No era lo mismo que los abrazos o las caricias en el rostro o en su cabello platinado. Zaid tenia en claro que ese impulso acarreaba más allá de lo que era su amistad. Temía a que el príncipe no se lo tomara bien ya que era inocente, pero no un tonto.

  —Zaid. —la voz dulce de Pete llamándolo, fue como una suave brisa llegando hasta sus oídos para Zaid, sacándolo de sus pensamientos.

  El moreno se volvió hacia la entrada del castillo y sonrió. Pete se acercaba a él con el semblante sereno, cosa que lo sorprendió.

  —¿Sucede algo, su alteza? —le preguntó con preocupación, luchando por mantener la mirada fija en los ojos de Pete.

  El príncipe frunció el ceño. Zaid se estremeció, pero no fue por el gesto. Sino por la forma en la que Pete venia vestido: Una camisa blanca pegada al cuerpo, un pantalón negro y ligero con sus habituales sandalias de madera. Pete había ganado la costumbre de vestir cómodo, para encontrarse con él, desde que se habían hecho muy buenos amigos. A principio, Zaid pensó que eso le traería problemas porque Pete debía de vestir como príncipe (Con los trajes y demás). Pero los reyes parecían a gusto con que su hijo hiciera lo que le parecía bien para si mismo y adoraban a Zaid. Así que este callaba sus dudas y se sentía complacido.

  —¿Cuántas veces debo repetirte que dejes de llamarme "Alteza" o "Príncipe"? —lo regañó Pete, con indignación plasmada en su pálido rostro— Soy tu amigo, Zaid. Llámame Pete o de alguna otra forma.

  —¿Qué tal... —Zaid adoptó una posición pensativa, llevándose la mano al mentón— "Mon amour"? —se sonrojó ante su propia idea.

  —Ta-tampoco exageres, Zaid. —pidió el príncipe Pete, con las mejillas tan rojas que Zaid temió a que explotaran.

  —¡Mis disculpas, mi bello príncipe, alteza Pete Vincent! —exageró, divertido, el moreno, poniéndose de rodillas a los pies de Pete que rodó los ojos y sonrió, sacudiendo la cabeza con suavidad— ¡Le suplico que perdone a este fiel y tonto servidor vuestro! —Zaid lo sujetó de la mano izquierda para depositarle un beso— Daré mi vida ¡Haré lo que sea con tan solo recibir su compasión!

  —Sólo llámame Pete y levántate, Migniou. —Pete hizo un ademan con su mano libre para que Zaid obedeciera.

〜∇〜∇〜

  El agua parecía brillar con la luz que recibía del sol. Ambos jóvenes refrescaban sus pies en el río, aguardando silencio. No era incomodo estando juntos. Pero Zaid estaba desconcertado porque, al ver a Pete, este mantenía la cabeza gacha, algo desanimado.

  —Pete ¿Le sucede algo? No me ha respondido cuando te pregunté hace rato. Te notó medio molesto ¿Le ocurrió algo que le resultó frustrante?

  —Deja de dirigirte a mi como príncipe. Sabes que no me gusta que lo hagas. —le pidió Pete, mirándolo con reproche.

  —Es que eres un príncipe. —y agregó con un suspiró, bajando la mirada:— Y a la vez mi amigo...

  —¡"Amigo"! —bufó Pete, dándole una sorpresa a Zaid que se volvió a él, alarmado.

  —S-sí. ¡Oh, Pete! Por favor ¿Hice algo que te haya molestado enserio? —interrogó Zaid, con la voz temblorosa.

  Pete suspiró, maldiciéndose por lo bajo por haber hablado. Aguardó silencio antes de continuar hablando. Mantuvo la vista en el agua. Le avergonzaba verlo al rostro.

  —¿No te gusta una chica?

  —¿Eh? —Zaid hizo una mueca, sin entender el punto del príncipe.

  —¿Ninguna? —siguió preguntando Pete, sin levantar la cabeza— ¿No te parece hermosa alguna de ellas?

  —Oye, si es por la maldición de Belle Mort, lo debes descubrir por tu cuenta. ¡No yo! —contestó Zaid, ofendido, dándole una patada al agua que llegó a salpicarles los pantalones.

  —Lo lamento... No me refería a eso. Olvídalo. —murmuró Pete, cubriéndose el rostro con las manos.

  La verdad era que el príncipe había escuchado a las cinco chicas que espiaban a Zaid. La idea de que, si ninguna lograba estar con uno de los príncipes o algún otro chico, Zaid era un muy buen partido. A Pete no le molestó saber que perdería la atención de las jóvenes, porque no estaba en su interés tenerlas detrás de él. Lo que le fastidio era el hecho que se fijaran en Zaid habiendo infinitos de chicos en el pueblo. Entendía que Zaid era muy atractivo, pero era suyo. Le costaba tan solo pensar al moreno dándole mimos a una de ellas: Abrazándola o haciéndola reír. O para peor, besándola. Ya sea en las mejillas o en los labios. Pete exigía a Zaid solo para él, aunque eso lo hacia sentir egoísta.

  —Pete... —lo llamó Zaid, tomándolo con suavidad de la barbilla para que girara el rostro hacía él. Se estremeció al ver su mirada angustiada.

  —Quiero que cuides siempre de mí. —parecía una orden aquella suplica del príncipe.

  Zaid se giró, en busca de algo. Pete se le quedo viendo, extrañado. Finalmente, Zaid encontró lo que quería, a lo cual sonrió y fue arrastrándose a gatas a un metro de donde estaban, cerca de un manzano. El príncipe observó como tomaba una rama de no más cuarenta centímetros de largo. Zaid se puso de pie, para enderezar su espalda y caminar con firmeza hacía Pete. Ya estando frente a él, se agacho, con la rodilla izquierda en el pasto y la otra articulación flexionada; La cabeza la mantenía gacha y con ambas manos, como si se tratara de una espalda, levantó la rama para ofrecérsela a Pete.

  —Sería un gran honor para mi servirle a su alteza. —aclamó el moreno, robándole una carcajada al príncipe.

  Pete sacó los pies del río, y se incorporó, carraspeando, para mantener la compostura. Se acercó a su amigo y tomó la punta del palo. A medida que hablaba, puso la rama sobre la cabeza de Zaid y la apoyaba con cuidado en cada hombro.

  —Yo, el príncipe Pete Vincent O 'Sullivan Tocqueville del reino de Chambord, del valle de Loira, lo declaró a usted, Zaid Migniou del pueblo de Chambord, como mi guardia de honor y personal. Y le ordenó —golpeó con fuerza a Zaid en la cabeza. Este se quejó y lo miró, indignado— ¡Que me llames Pete!

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