"Al Tercer Día, Morirás"

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Pete caminó con Nadine en la orilla del río. Se encontraban a un metro de los rosales cuando el príncipe se giró hacia la doncella que se estaba algo cabizbaja.

  —Lamento haberla hecho perder el tiempo. —se disculpó Pete, luego de explicar que su corazón ya tenía dueño.

  —Lo entiendo, su alteza. Pero me preocupo por usted... —le dijo ella, apenada— La profecía no hablaba de otro hombre.

  —Lo sé. Aún así, no se trata de cualquier otro hombre. —replicó el príncipe Pete girándose a los rosales— Zaid estuvo conmigo durante trece años y me protegió de cada minúsculo peligro.

  —¿Cree usted que él puede salvarlo de esto? —Nadine lo interrumpió, intentando convencerlo.

  Pero Pete ya tenía en claro lo que sentía.

  —Lo que creo es que Zaid es el único que puede hacerme feliz el tiempo que viva. Él es mi guardia de honor, mi fiel amigo y mi amante. Quiero pasar lo que reste de mi vida junto a él.

  —Comprendo lo que dice su alteza. —sonríe Nadine, abrazándolo con cariño— Oraré por su protección.

  Hizo una reverencia, sosteniendo un poco su vestido, y se alejó del jardín, de camino al castillo. Pete suspiró y se adentró a los rosales. Allí había una gran variedad de rosas: Rosas rojas, rosas blancas, rosales arbustivos, rosales miniatura, entre otros. Pete conocía cada rosa gracias a las lecciones de Zaid, quien le enseño desde el primer día que llegó al castillo a llevarle a Prince. El príncipe se sentía seguro porque ninguna de las que yacían ahí tenía la descripción de la rosa maldita.

  —Oh, Zaid. No te imaginas lo tanto que te extraño. —musitó el alteza al no borrarse la imagen de su amigo en mente, a la vez que acariciaba con suavidad los pétalos de una rosa roja, cuyo tamaño era pequeño.

  Escuchó unas fuertes pisaras detrás de él, por lo que se volteó inmediatamente, espantado. Del otro lado, una silueta pasó a gran velocidad.

  —¿Quién anda ahí?

  Un cantico comenzó a escucharse, haciendo que se le erizada la piel, acompañada de risas maliciosas.

  —La profecía dice... que cada ocho primogénitos nacidos del linaje real... Estará maldito...

  Pete se asustó y comenzó a correr. Dobló por una de las esquinas y, al mirar por arriba de su hombro, terminó tropezándose y cayendo al suelo. Intentó ponerse de pie, pero se sintió mareado, a la vez que un zumbido llegaba a sus oídos, produciéndole dolor de cabeza. Se puso de pie finalmente, sosteniéndose de uno de los postes que sujetaban un rosal. Le dolía mucho la mano derecha, la cual se miró y, aterrado, observó la sangre que brotaba de ella. Levantó la mirada y en el sitio donde cayó vio que yacía una rosa idéntica a la profecía (Blanca de espinas negras, con manchas rojas similares a la sangre). Su alrededor se tornó negro y terminó desmayándose. 

Sol Y LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora