7. La casa subterránea

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Una de las primeras cosas que hizo Peter al día siguiente fue tomar medidas a Wendy, John y Michael para unos árboles huecos. Recordaréis que Garfio se había burlado de los chicos por creer que necesitaban un árbol por persona, pero lo hizo por ignorancia, ya que a menos que el árbol se adecuase a las medidas de uno costaba subir y bajar y no había dos chicos que fueran exactamente del mismo tamaño. Una vez que se encajaba, uno tomaba aliento en la superficie y bajaba justo a la velocidad apropiada, mientras que para ascender se tomaba aliento y se soltaba alternativamente y de esta forma se subía serpenteando. Naturalmente, cuando uno domina el asunto se pueden hacer estas cosas sin pensarlas y entonces nada resulta más elegante.

Pero sencillamente hay que encajar y Peter le toma a uno medidas para el árbol con tanto cuidado como para un traje: la única diferencia es que las ropas se hacen para que le encajen a uno, mientras que uno tiene que estar hecho para encajar en el árbol. Por lo general es muy fácil hacerlo, por ejemplo poniéndose muchas ropas o muy pocas, pero si uno abulta en lugares poco apropiados o si el único árbol disponible tiene una forma extraña, Peter le hace a uno una serie de cosas y tras eso uno encaja. Una vez que se encaja, hay que tener mucho cuidado para seguir encajando y esto, según iba a descubrir Wendy encantada, mantiene a toda una familia en perfectas condiciones.

Wendy y Michael encajaron en sus árboles al primer intento, pero a John hubo que alterarlo un poco.

Tras unos cuantos días de práctica podían subir y bajar con la facilidad de unos cubos en un pozo. Y cómo se encariñaron con su casa subterránea, especialmente Wendy. Consistía en una estancia grande, como deberían tener todas las casas, con un suelo en el que se podía cavar si se quería pescar y en este suelo crecían gruesas setas de bonitos colores, que se empleaban como taburetes. Un árbol de Nunca jamás se esforzaba por crecer en el centro de la habitación, pero todas las mañanas serraban el tronco, a ras del suelo. Hacia la hora del té siempre tenía unos dos pies de alto y entonces colocaban una puerta sobre él, con lo cual aquello se convertía en una mesa; tan pronto como lo recogían todo, volvían a serrar el tronco y así tenían más espacio para jugar. Había un hogar enorme que se encontraba casi en cualquier lugar de la habitación donde se quisiera encenderlo y encima Wendy tendía unas cuerdas, hechas de fibra, donde colgaba la colada. De día la cama se dejaba apoyada contra la pared y se bajaba a las 6.30, momento en el que ocupaba casi media habitación y todos los chicos menos Michael dormían en ella, como sardinas en lata. Había una norma estricta que prohibía darse la vuelta hasta que uno no diera la señal y entonces todos se daban la vuelta al mismo tiempo. Michael también tendría que haberla usado, pero Wendy quería tener un bebé y él era el más pequeño y ya sabéis cómo son las mujeres y, en resumidas cuentas, el caso es que dormía colgado en una cesta.

Era un lugar tosco y sencillo, no muy distinto de lo que unos oseznos habrían hecho con una casa subterránea en las mismas circunstancias. Pero había un hueco en la pared, no más grande que una jaula de pájaro, que era el apartamento privado de Campanilla. Se podía aislar del resto de la casa mediante una cortinita, que Campanilla, que era muy quisquillosa, siempre tenía echada al vestirse o desvestirse. Ninguna mujer, por grande que fuera, podía haber tenido una combinación de tocador y dormitorio más primorosa. El canapé, como lo llamaba ella siempre, era un auténtico Reina Mab, de patas gruesas y cambiaba las colchas según las flores de temporada de los árboles frutales. Su espejo era un Gato con Botas, de los que, que sepan los tratantes del mundo de las hadas, sólo quedan tres, sin desperfectos; el lavabo era un Molde Pastelero reversible, la cómoda un auténtico Encantador VI y la alfombra y las esteras de la mejor época (la primera) de Margery y Robin. Había una araña de Tiddlywinks por cuestión de efecto, pero naturalmente, ella misma iluminaba la residencia. Campanilla menospreciaba mucho el resto de la casa, como realmente quizás fuera inevitable y su aposento, aunque bonito, tenía un aire bastante engreído, de permanente desprecio.

Peter PanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora