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Confieso que era más adictivo que la nicotina,
tal vez porque siempre la portaba en sus labios
o porque él mismo lo era.
Te ataba a su voz,
a sus ojos,
impidiéndote escapar.
Él era nicotina.
Nicotina pura.
Pero la mía.

caosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora