Campos de sangre III

11 1 0
                                    


Una iglesia, no muy grande, sus techos y pilares internos adornaban hermosos vidriares con temática católica, el aroma a incienso y la gente reunida para la misa colmaban el lugar. Yo estoy sentada en el último banco de la esquina izquierda cubierta con la capucha de mi gabardina. El sacerdote realiza la misa sin ninguna interrupción, hablando de como la decadencia de fe que tenía la humanidad causo la aparición de todos estos seres y que este es nuestro justo castigo, que los cuervos somos los enviados de dios para purgar al mundo de esta plaga y que nuestro trabajo le dará el perdón a todos, la gente mira con ojos llenos de esperanza al sacerdote.

 Cuando finalmente acaba la ceremonia me levanto y me acerco al sacerdote. Un hombre viejo su pelo blanquecino y piel manchada y arrugada, cuando finalmente estoy en frente de él me mira con una sonrisa, pone su mano sobre mi hombro, dice con una voz calmada y alegre.

-Todas las armas que me entregaste ayer ya están bendecidas y bañadas en agua bendita. Imagino que no necesitaras más por ahora-

-No padre, con lo que hizo es más que suficiente-

El hombre pone sus brazos detrás de él y saca el pecho, me mira de frente.

-Son los cuervos de Caín, mis antiguos hermanos y hermanas. Ayudar en la misión que les fue encargada a todos ustedes es lo mínimo que puedo hacer-

El sacerdote señala uno de los bancos para que nos sentemos. Me siento y él se sienta a mi lado.

-¿Cuándo fue la última vez que rezaste mi niña?-

-hace mucho tiempo padre, tanto que solo es un recuerdo borroso-

El saca la cruz que guarda en su collar y lo toma con la mano derecha y habla con su voz calmada y con un tono suave.

-Dios no abandono a los cuervos a su suerte en este mundo para que sufrieran las penurias solo ellos y más nadie. El los mando para que cargaran con la esperanza y la fe de las personas. Son la luz que guiara a la gente-

Me rio por lo que dice, no lo disimulo. Una sonrisa sarcástica pintada en mi cara cuando le respondo al sacerdote mirándolo directamente.

-Ojala la gente brindara tal apoyo a los cuervos. No nos engañemos padre, usted sabe que los cuervos son tan bienvenidos en las ciudades como las noticias de una nueva epidemia. Nos ven como un mal necesario, somos la amputación de un miembro que no es viable. ¡Somos los cuervos que se comen a los cadáveres de los campos de sangre de las guerras humanas!-

Me levanto exaltada, molesta, irritada por sus comentarios. No somos héroes, somos simplemente la limpieza, eso es lo que siempre he pensado, era lo que quería pensar. No quiero el peso de las esperanzas de otros sobre mí. No soy una heroína, no puedo serlo. El sacerdote se ríe y me mira con una sonrisa y dice con un tono amistoso y una sonrisa sincera.

-Pero sonríes al saber que tu trabajo salvo a una persona. Te entristece saber que por llegar tarde vidas no fueron salvadas. No importa lo mucho que quieras huir de lo que eres, nada cambiara el hecho de que eres una cazadora. Nuestra primera línea de defensa contra cualquier ente dañino y nuestra primera medida diplomática-

Se levanta con un poco de esfuerzo pone ambas manos en mis mejillas.

-Dios no ha abandonado a sus hijos, tampoco a Caín y mucho menos a sus cuervos. Busca a tus compañeros, preparen sus armas, preparen sus protecciones, recen a sus dioses, hagan las paces con ustedes mismos. La cacería comienza esta noche-

El baja sus manos, me bendice y se retira a sus aposentos a descansar.

~ Dios no me ha abandonado... ~

Los cuervos de CainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora