Se ajustó el cinturón. Otro agujero más, había vuelto a adelgazar.
- Mierda -pensó-, a este paso me ingresarán…
Aún así, era incapaz de comer: no tenía hambre y, si la tenía, se sentía culpable después de comer.
Pasó su cabeza por la camiseta negra, que también le quedaba algo más ancha, y se miró fijamente al espejo, examinando su largo cabello pelirrojo, su piel de un blanco enfermizo, sus pecas, sus ojos azules, su cuello, su marcada clavícula, sus enclenques brazos, sus muñecas… Paró en seco. Se puso sus muñequeras sin dejar de mirar las cicatrices que cubrían. Miró el reloj.
- Llego tarde -pensó, y se colgó la mochila al hombro-.
Encendió el reproductor de música y esbozó una ligera sonrisa al escuchar a su grupo favorito.
Comenzó a caminar en dirección al instituto. Era el primer día en aquel curso que tanto había temido: 4º de ESO. Comprobó las listas de las clases: estaba en el C. No conocía a más de la mitad de la clase. Se encaminó al salón de actos imaginando los nuevos insultos que podría recibir este curso.
Este definitivamente iba a ser un año duro.