Tú por mí, yo por ti

620 91 41
                                    


"El amor comienza como un sentimiento, pero continuar es asunto de elección. Y me encuentro escogiéndote, más y más cada día". -Justin Wetch.


Desperté desnuda junto a ti. A pesar de que el sol me llegaba en la cara, me sentía muy feliz. Dicen que el amor es la droga más fuerte para nuestro cerebro, y lo es. Estaba tan embobada que me reía sola. Era mucho mejor que la felicidad pasajera que te brinda el alcohol o las drogas. Te observé mientras escuchaba tu respiración relajada, aún estabas durmiendo. Me encantaba tu carita. Mira esas pestañas, esa nariz, esa boca. Me impresionaba lo mucho que me gustabas.

Ya no somos nuevas en esto, llevamos años caminando juntas. Recuerdo que una vez me dijiste; "esto es un amor para toda la vida, tú estás hecha para mí, como yo estoy hecha para ti". Yo me reí, te dije que eras muy cursi cuando querías serlo. Tú te avergonzaste y yo no pude resistir el impulso de besar tu cuello y darle un pequeño mordisco.

Así como ahora no podía resistir el impulso de acariciar tu espalda, sentir tu piel suave, el calor que se formaba al contacto, era lo que probablemente me mantenía tan drogada de ti. Cuando comencé a hablar contigo, jamás me imaginé que me enamoraría de ti. Muchas personas estuvieron a mi lado, pero nunca fueron suficiente o en realidad, nunca fueron para mí.

Cuando me harté de las relaciones "amorosas" que tenía, pensé en estar soltera por siempre, literalmente. Eso intenté, hasta que apareciste en mi vida. Estábamos en el mismo lugar de trabajo, haciendo diferentes tareas. En algún momento, intercambiamos números, y yo, por simple curiosidad, comencé a hablarte. Desde entonces nunca dejamos de hablarnos. Teníamos demasiadas cosas en común; el humor, los gustos en comida, cine, series e incluso juegos.

Tuvimos varias citas que para nosotras no eran citas, eran simplemente salidas en pareja. No podía evitar reírme cada vez que pensaba en eso. Cada vez me gustaba más estar contigo. Era cómodo, era como estar en tu hogar, era confianza. Podía confiar en ti, apoyarme en ti y aprender de ti.

Pero en ese momento, cuando comencé a salir contigo, pensaba que eras mi amiga. Lo quise pensar por más tiempo, pero no pude negar la atracción que sentía hacia ti. Cada vez era más fuerte. Era como si tuviera fuego en mi interior, que todo mi cuerpo emanaba. Yo literalmente me calentaba cada vez que te veía, física y emocionalmente.

Entonces ya no me conformaba sólo con abrazarte, quería que me besaras, que me tocaras y te fundieras conmigo. Pero no quería dar yo el primer paso, porque nunca pude estar segura al cien por ciento si tú sentías lo mismo por mí. Parecía simplemente que "te dejabas querer", cuando en realidad tú pensabas que no eras de mi gusto.

Mi idea de mantenerme soltera se fue a las pailas. A esas alturas ya se me había olvidado, mi corazón y mi mente te pertenecían. Me encantaba hablar contigo. Hablábamos por horas, nos costaba despedirnos incluso. Me gustaba hacerte reír. Mi humor, desagradable para los demás, para ti era perfecto.

Recuerdo que una vez fuimos a una fiesta con otros compañeros de trabajo. Todos nos molestaban y nos preguntaban que cuándo nos "comeríamos". Yo sólo me reía y te miraba de reojo. Tú tampoco decías nada, sólo me devolvías las miradas. Esa noche cambió todo. Con un par de tragos encima, como dice el dicho: "se nos soltaron las trenzas". Yo te abracé por atrás, tu te diste vuelta y me besaste. Fue un beso intenso, de esos que has esperado mucho tiempo por tenerlos. Estuvimos besándonos el resto de la noche. Nuestros compañeros se burlaban cada vez que podían, a nosotras no podía importarnos menos.

Desde entonces seguíamos saliendo, tan seguido como antes, sólo que ahora nuestros sentimientos habían sido liberados. Al cabo de un par de meses nos declaramos novias, y todo el que conocíamos nos decía "siempre lo supe" cuando se enteraban que estábamos juntas. Parecía que todo el mundo sabía que nos gustábamos menos nosotras, lo cual era gracioso en cierta forma.

Un día, paseando por uno de los parques centrales de nuestra ciudad, me dijiste que estabas enamorada de mí, un poco avergonzada. Esa vez fue la primera vez que te dije que te amaba, y aún sigo haciéndolo.

Hicimos algunas cosas cursis como besarnos debajo de cada farola, caminar por horas incluso estando cansadas, sólo para estar juntas. Incluso la gente en la calle nos decía que nos veíamos muy lindas y enamoradas. Era extraño que nadie nos insultara. Nuestro amor fue creciendo y echando raíces en nuestros corazones. Nunca pensé que mis sentimientos por ti se mantendrían igual que el primer día. No me aburría nunca el estar contigo, pasar tiempo junto a ti. Lo quería todo contigo. La casa, los perros (aunque me gustaran más los gatos), la boda. Me proyectaba contigo, y aunque al principio tenía algo de timidez, al final admití que me gustaría casarme contigo. Ya compartíamos tantas cosas, sólo faltaba compartir un anillo, y ser esposas ante la ley. Me agradaba cómo se había desarrollado nuestra relación, estaba orgullosa de todo lo que habíamos logrado juntas.

Ya no podía imaginar un futuro sin ti. Tú eras la persona con quien iba a envejecer. A menudo pienso que tuve mucha suerte. La suerte de encontrarte a ti, al amor de mi vida, mi compañera, mi amiga, mi destino. Solía decir que el hilo rojo del destino nos unió, pero tú sólo te reías, ya que para ti era un simple mito.

El año de nuestro quinto aniversario, no aguanté más e hice unos preparativos muy especiales para pedirte matrimonio, un poco anticuado, pero quería hacerlo un recuerdo imborrable. Te veías tan hermosa esa noche, tú pensabas que iríamos al matrimonio de una amiga. Me divertí mucho al ver tu expresión desconcertada al notar que estábamos solas. Mis amigas me habían ayudado con todo, así que todo quedó tan perfecto como yo quería. Las velas, la música, el sonido del mar de fondo, la luz de la luna y las estrellas, creo que fue una buena idea haber ido a la playa. Me sonreí al recordarlo.

Tengo tantas experiencias que contar, tantos viajes, tantas risas, llantos, dolores, todos de alguna manera fueron buenos para ti y para mí.

Contigo a mi lado yo era más fuerte, me ayudaste cuando tuve problemas con mi familia, no sólo fuiste un hombro sobre el cual llorar, sino que también una gran consejera.

Comenzamos a construir sueños juntas, a trabajar por cumplirlos. No fue fácil, muchas veces nos sentimos agobiadas por las deudas, por las responsabilidades que teníamos. Pero de alguna manera, salimos adelante. Por eso sé que estar contigo es lo correcto. No me quedé atrás, avancé contigo. No me caí, porque me apoyé en ti. Al principio pensaba que te aburrirías de mí, de mi mal carácter, de mis problemas familiares. Pero en vez de eso, me sonreíste y estuviste ahí para mí, ya sea con palabras, con gestos o con apapachos.

No era de extrañarse que después de tanto tiempo para todo nos pusiéramos de acuerdo. La base de nuestra relación era hablarlo todo, desde el pasado hasta el futuro. Aunque usualmente no nos costaba, a veces teníamos nuestras diferencias. Pero de alguna manera lo arreglábamos, nunca tuvimos una pelea fuerte, lo que me hacía pensar que quizás por eso nunca nos ganábamos la lotería cuando jugábamos. Ya habíamos ganado demasiado.

Nuestra boda, a pesar que no contó con la presencia de toda mi familia, fue hermosa de igual manera. No me arrepiento de haber elegido una temática medieval. Fue divertido ver a todos nuestros amigos disfrazados, comiendo y celebrando con nosotras. Además, hubo competencias y concursos que la hicieron aún más inolvidable.

No me arrepiento de ninguna decisión o elección que hice contigo. No me arrepiento de tomar tu mano, y salir a marchar por nuestro orgullo en la larga alameda de Santiago. No me arrepiento de besarte en público, aunque nos miraran con morbo o asco. Tampoco me arrepiento de haberme mudado contigo al poco tiempo de conocernos. No tengo porqué arrepentirme de escoger la felicidad, aunque la religión, la sociedad y mi familia estén en contra.

Por fin despertaste, yo te di un beso en la frente de saludo. Aún tenías sueño, pero el hambre fue más fuerte y me preguntaste qué desayunaríamos. Te miré de esa forma que se nota que te amo. Tú me devolviste la misma mirada, para finalmente acercarte a darme un suave beso en la boca. Te levantaste para ir al baño y yo seguía sumida en mis recuerdos.

Yo decidí ir a la cocina para preparar nuestro desayuno, y de paso saludar a nuestros gatos. Aquello era otra cosa que nos unía: nuestro amor por los gatos. No llevábamos ni un año juntas cuando adoptamos a nuestro primer gato. Y ahora teníamos cuatro. Me encantaba divagar sobre nuestros recuerdos juntas, era algo que me animaba muchísimo, por alguna razón.

De pronto comprendí porqué había despertado tan feliz, cómo pude olvidarlo entre tanto recuerdo. Hoy se cumplían diez años junto a ti. Era nuestro aniversario, mi amor.

Tú por mí, yo por tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora