Capítulo ll

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Ciertamente extraño todo en el. Intento olvidarlo y seguir con mi vida pero se me vuelve imposible soportar el hecho de que se ha marchado y ni siquiera sé a dónde o por qué.

Me alejé de la grabadora, y me fui rumbo a mi habitación, el día ha sido pesado y mi cuerpo ya ha de necesitar un descanso. Abrí la puerta de mi habitación –“Hogar dulce hogar”- ya estaba extrañando la calidez de mi alcoba, mi cama se ve tan acogedora como todos los días, la lámpara que mamá me dio en mi quinto cumpleaños…  Esa lámpara… -Suspiré- cómo extraño a mamá, extraño esas palabras que me daban fuerzas para seguir adelante después de un día agotador, las mismas que ahora mismo necesito y ya no puedo escucharlas; Y papá… amaba todo en el. Él era el tipo de padre que todo hijo quería tener. Aún recuerdo las últimas palabras de él dentro del tren aquel día –“Cariño, no tengas miedo ¿sabes lo mucho que te adoro? Lo sabes, ¿verdad? –se formó una sonrisa nerviosa en su rostro- eres el sol de mis días y sin ti no habrá más días soleados por el resto de mi vida”- Realmente se me rompe el corazón al saber que más nunca podré escucharlas de nuevo. La peor parte de todo fue que yo no respondí a sus palabras. No le dije cuanto lo amaba, no le dije lo que significaba para mi tenerlo presente en mis días, no le dije nada, sólo… Sé marchó sin mis palabras.

Las lágrimas se desplazan por mi rostro, debo limpiarlas, no me agrada llorar, aún si todo ser humano lo hace. Me voy a darme una ducha tibia. Debo dormir para olvidar todo, si, eso necesito…

Al día siguiente me dirigí al cementerio del pueblo, allí yacen los cuerpos de todos aquellos que fallecieron en el accidente del tren. Todavía lo recuerdo, a pesar de haber sido hace un gran tiempo. El tren se dirigía hacía Nothwell. Mis padres y yo nos encontrábamos aquel día en la estación, ya estábamos un poco retrasados. Arribamos dentro del tren. Estaba a punto de anochecer. Mis padres me sentaron en el medio de ellos. Yo estaba asustada, era mi primera vez dentro de un tren, es decir, cualquier niño de seis años de edad dentro de un tren debería de estar exaltado y con una sonrisa de oreja a oreja, pero yo no era de esas al parecer –“¿Qué sucede cariño? ¿No disfrutas tu primer viaje?”- preguntó m mamá – Yo sólo moví mi cabeza a ambos lados en señal de negación a su pregunta –“No te preocupes cielo, todo saldrá bien”- Besó mi frente y sonrió mirando a través de la ventana. Yo realmente creí sus palabras y comencé a calmarme. Ya había oscurecido, encendieron las luces y repartieron la cena para las personas que se encontraban dentro del vagón. Chocolate caliente y galletas. Me encantaba esa cena, y a decir verdad, sigue siendo una de mis favoritas. Ya era la hora de dormir, y eso lo sabía porque los parpados de mis grandes ojos comenzaban a cerrarse sin previo aviso. Me apoyé a los hombros de mi madre, no sin antes mirarla; Ella se encontraba leyendo su libro favorito, yo tenía poca edad pero de igual manera ya había perdido la cuenta de las veces que ella había leído ese libro. Por otra parte mi padre solo miraba hacia el vacio, pensativo y serio. Después de echarle un vistazo a ambos, me rendí y caí en un profundo sueño, lo siguiente fue un chillido espeluznante, eran los frenos del tren.  Gente corriendo por todos los vagones, madres llorando y aferrándose a sus hijos, incluso mis padres me abrazaron fuertemente, se aferraban a mí. Papá me miró –“Cariño, no tengas miedo ¿sabes lo mucho que te adoro? Lo sabes, ¿verdad? –se formó una sonrisa nerviosa en su rostro- eres el sol de mis días y sin ti no habrá más días soleados por el resto de mi vida”-  No entendía lo que estaba sucediendo. De repente sentí  como el vagón flotaba.  Cerré mis ojos con fuerza deseando despertar y que todo hubiese pasado… el tren se salió de las vías y caímos al vacio de un cañón que unía a ambos pueblos.

Cuando recuperé la conciencia, varios médicos estaban examinando mis signos vitales,  levanté mi cabeza tratando de buscar a mis padres, pero los médicos acostaron mi cabeza de nuevo –“¿Dónde están ellos?, ¿Dónde están ellos?”- pregunté- “Todo estará bien” - me dijo una enfermera mientras acariciaba mi cabello. Lo siguiente fue oscuridad absoluta. Al despertar me encontraba en un pequeño hospital, ocho camas dentro de una habitación, personas pálidas acostadas en ellas y enfermeras ejerciendo su labor, yo tenía vías intravenosas colocadas cuidadosamente en mi brazo izquierdo, por el cual me estaban suministrando una especie de medicamento,  no tenía la fuerza necesaria para levantarme, sentía que la mitad de mi cuerpo estaba adormecido, estaba verdaderamente débil, la única cosa que podía hacer era quedarme tendida mirando hacia el techo, esperando a que alguien llegase y me respondiera mi pregunta acerca de mis padres.

La hija de la desolaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora