Raoul está recogiendo las cosas de su taquilla para el fin de semana, y parece que es el último en salir de su instituto, porque no tiene fuerzas para ir más rápido. Ha pasado un mes desde la charla con sus padres, y él todavía no tiene teléfono móvil. Así que no sabe nada de Agoney. Se había enterado de varias peleas que hubo en el ala oeste, con unos camellos de los que Agoney le había hablado alguna vez, con los que tenían ciertos problemas (pero tampoco le había contado todo porque, bueno, Raoul se preocupaba). Y no sabe si él está bien o no. No sabe nada. Y Alfred le intentaba consolar, yendo a su casa más veces de las que iba antes, para entretenerle y que dejase de pensar en ello. A veces lo conseguía.Y la selectividad estaba a la vuelta de la esquina, al menos para él, que había aprovechado su tristeza para sumirse en los libros y apuntes, y seguir sacando las mismas notas de siempre. Y, por supuesto, lo hacía en su casa, bajo la atenta mirada de sus padres, porque no le dejaban ir a la biblioteca, por si les mentía y se escapaba a algún otro lugar. Y Alfred lo animaba todo lo que podía, porque él estaba en un curso menos (había repetido primero), diciéndole que pronto tendrá dieciocho años, y sus padres no podrán obligarlo a nada. Pero Raoul sabe que mientras viva bajo el mismo techo que ellos, lo van a obligar a lo que sus padres quieran. Y, en cierta medida, razón no les faltaba.
—¡Ey, Ra, vamos!
Raoul mira hacia su izquierda y es Alfred, el único que queda en el pasillo del instituto, con el pelo revuelto y la mirada del Director Núñez clavada en sus rizos negros. Y Raoul ahora ve que no es que a Alfred le diera igual que le echaran la bronca, sino que lo hacía a propósito, para que lo notaran. Pero, claro, el padre de Alfred es la persona de la que el instituto recibe más dinero, por lo que no pueden permitirse expulsarlo (y él se había enterado hace poco de eso). Así que Alfred se rebela a su manera. Y, de hecho, tiene puesta su camiseta favorita: Soy reina sin coronar 🤟 en letras rosas. Ahora también es la camiseta favorita de Raoul, junto a su polo rosa del uniforme. Sus padres ni se habían dado cuenta, y tampoco les había avisado. No es que hablara mucho con ellos, realmente. Pero eso no era algo nuevo.
Cierra la taquilla y va a pasos lentos hacia su amigo, que lo recibe con un abrazo sobre sus hombros, y una sonrisa real. Porque Alfred ha sonreído más últimamente, pero de verdad. Y Raoul teme que solo sea para que él no tenga que preocuparse más. Pero él lo hace. Se preocupa siempre. Porque los ojos de Alfred no engañan.
—¿Eres feliz? —pregunta Raoul, una vez que atraviesan el umbral de la puerta principal y están en la calle.
—¿Qué? —Alfred frunce el ceño— ¿Por qué me preguntas eso?
—Porque nunca te lo pregunto.
—¿Y quieres saberlo?
—Quiero que seas feliz. —Raoul suspira— Y para eso es necesario saber en qué nivel estás ahora.
—No creo que sea el lugar para hablar de eso, Ra.
—Nunca es el lugar, Al. —Raoul frena sus pies, lo que hace que su amigo le imite— Siempre esquivas mis preguntas, indirectamente. —Hace que Alfred se gire hacia él, apoyando las manos en sus hombros— Y esta vez te lo estoy preguntando directamente. ¿Eres feliz?
—Sí, ¿por qué preguntas eso? —Los párpados de Alfred tiemblan, pero Raoul solo puede ver la oscuridad que hay más allá de sus pupilas.
—Porque quiero saber la verdad. —Raoul suspira— Eres mi amigo desde que teníamos dos años, y a veces creo que estás conmigo solo para protegerme y que no me hagan daño. Pero yo también estoy aquí. Y he llegado a pensar que incluso te caigo mal. No hemos sido compatibles en nada nunca. Yo creo que ni siquiera crees en Dios.
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Tú eliges || Ragoney
FanfictionRaoul ha tenido pocas opciones en la vida, así que acata las normas de unos padres ausentes, de un colegio ultra católico y de un Dios en el que le han impuesto creer. Y ninguno de los tres aprobaría las cosas que piensa hacerle a Agoney entre sába...