Capítulo Tres - 30 de diciembre

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3. 30 de diciembre.

Decide salir de la casa a dar una vuelta. Siente que las paredes le van a aprisionar. Su habitación nunca ha sido muy grande, y si se añade el hecho que está la persiana bajada y la luz encendida, ahí no hay quien se meta. Coge la primera chaqueta que encuentra, sin pensar que fuera se está a temperaturas más bajas de cero.

Encogido sobre sí mismo, comienza a caminar. No tiene un destino fijo; deja que sus pies decidan el camino. Se pone la capucha y se mete las manos en los bolsillos. Maldice para sí, se arrepiente de no haber cogido nada más gordo.

Tras unos minutos, angustiado por el frío, se detiene. Se sorprende al ver que se encuentra en frente del sendero que lleva al árbol. Se queda mirándolo unos segundos, escuchando el sonido de los árboles meciéndose al viento y el sonido de los pájaros sobrevolando el cielo. Todo está en silencio. Ni por un momento piensa tomar esa dirección. Se hizo la promesa de no volver allí solo jamás, y está decidido a cumplirla.

Entonces, el silencio es roto por el sonido de unas botas haciéndose hueco entre la nieve. Zach se gira, sobresaltado, y divisa una persona caminando hacia él, con un gorro sobre su cabeza, unas botas de nieve y una tabla de snowboard bajo el brazo. Se pregunta qué hace allí; al fin y al cabo, se encuentran en una carretera bordeada de vegetación. La montaña queda lejos.

Por algún motivo, no es capaz de despegar la mirada de aquel extraño. Si este ha notado que Zach le mira, no lo demuestra. El desconocido parece absorto en sus pensamientos.

Ya ha alcanzado a Zach y se aleja lentamente de él en dirección al pueblo. Zach aprecia que tiene el cabello rizado y claro, entre castaño y rubio, está delgado y mide prácticamente lo que mide Zach, que no es mucho. Siente el impulso de darse a conocer, de hablarle, aunque no entiende por qué. Como si el desconocido notara su mirada, se gira y le mira; y le reconoce.

Intercambian miradas durante una fracción de segundo. Zach es incapaz de sostenerle la mirada, así que la aparta rápidamente en dirección al sendero moteado por la nieve. Aún sigue el vestigio de las pisadas de esa mañana.

—Me pregunto qué tiene de interesante —dice una voz a sus espaldas.

Zach se vuelve a girar y se sorprende al ver que el desconocido se ha acercado. Ha apoyado la tabla sobre el suelo y se descansa sobre ella. Le mira expectante, con las cejas arqueadas.

—¿Qué?

—Digo que qué tiene de interesante ese sendero. Llevas minutos mirándolo.

Zach frunce el ceño en su dirección.

—No es asunto tuyo.

Al desconocido parece divertirle la situación. Para desgracia de Zach, no aparenta querer marcharse. Está reclinado sobre la tabla. Un rizo rebelde sobresale del gorro y le oculta parte del ojo. Tiene las mejillas y la nariz sonrosadas a causa del frío y los ojos brillantes, llenos de diversión.

—¿No me vas a decir qué le pasa al sendero?

—Repito que no es asunto tuyo.

—No habrás puesto trampas, ¿no? La caza está prohibida en esa parte del bosque.

—¿Es que eres gilipollas?

—Eh, sin faltar.

Con una mueca, Zach se aleja de allí. Siente que la rabia crece en su interior. Ese sendero es suyo y de nadie más. Los dos comparten un secreto que les une más que nada le ha podido unir nunca, y no le gusta que un desconocido comience a hacer preguntas estúpidas sobre él. ¿Trampas? ¿Por qué iba a poner trampas?

Desafortunadamente, se encuentra en una carretera de un solo sentido en medio de la nada y el pueblo queda a unos cientos de metros. No ha podido desaparecer de su vista tan rápido como deseaba. Sólo espera que no le siga.

—No entiendo por qué te pones así.

Otra vez esa voz. Efectivamente, le ha seguido. Se ha puesto a su lado y camina a su mismo ritmo, como si fueran juntos. Zach, aún con ceño, no responde.

—Es sólo un sendero.

Sigue sin responder.

¿Acaso lleva a algún sitio secreto? ¿Una casa del árbol, tal vez?

Zach se centra en las montañas nevadas que se ven a lo lejos. El desconocido sacude la cabeza, como quitándole importancia.

—Ayer te vi. En el coro.

—¿Eres hermano de alguien? —pregunta, dispuesto a alejar el tema del sendero todo lo posible.

—Qué va. Me picaba la curiosidad y me acerqué allí. Parece que llevas mucho tiempo cantando.

Zach se encoge de hombros.

—Unos años.

El silencio se interpone entre ellos dos. Comienzan a ver pequeñas casas esparcidas por la montaña. Al cabo de tiempo estas casas aparecen cada vez más juntas, hasta que aparece acera a ambos lados de la carretera indicando que han entrado al pueblo. Aunque su casa se vea desde el árbol, la distancia aparente es completamente diferente a la distancia real.

Llegan a un cruce. Cuando el desconocido ve que Zach toma una dirección diferente a la suya, se para y le tiende la mano.

—Soy Jack Avery, por cierto.

Zach observa la mano durante una fracción de segundo, vacilando. Al fin, acaba aceptándola.

—Zach Herron.

Diez Letras ||  Jachary || Why Don't We || TERMINADA y EDITADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora