22. 9 de enero
Su profesor de física, además de ser el director, es un completo pelmazo. Zach está sentado al lado de la ventana, apoyando su mejilla sobre la palma de su mano y siguiendo los movimientos del profesor con ojos cansados. La noche anterior no durmieron mucho, y ahora está sintiendo los efectos. Todos sus compañeros parecen enfrascados en el tema, concentrados, tomando apuntes y realizando operaciones con sus calculadoras. A Zach se le ha olvidado en casa y tiene el cuaderno cerrado delante de él, intacto. Aunque es el primer día después de las vacaciones de Navidad, han empezado fuerte debido a que están en el último curso, el de preparación para la universidad.
Por qué ha escogido ciencias y no letras es un completo misterio para él mismo. No le atrae ni la física ni la química, y mucho menos el dibujo técnico.
Pasa su mirada al chico rubio en primera fila, el que parece estar más interesado en la materia. No ha hablado más que dos frases con él, pero sabe que su pasión por la física y las matemáticas superan el límite. Corbyn no-sé-qué.
—El flujo del campo eléctrico —empieza a explicar el profesor, escribiendo una fórmula llena de símbolos y letras— es proporcional a la suma de todas las cargas encerradas en su interior, no influyendo en él las cargas que existan en el exterior. Así, según la Ley de Gauss...
Encuadra la fórmula y sus compañeros rápidamente la copian en sus apuntes. Zach consulta la hora. Quedan escasos minutos para que toque el timbre.
—En forma no vectorial —pregunta Corbyn, levantando la mano al aire—, ¿se debería multiplicar los coeficientes por el coseno del ángulo que lo forman, como hacíamos en el campo gravitatorio? —
—Sí, claro. Esa es la correcta expresión matemática.
En ese preciso instante, el timbre suena. Zach suspira aliviado y guarda el cuaderno en la mochila. De ella saca el bocadillo, puesto que es el descanso, se cuelga la mochila del hombro y abandona la clase. No entender nada le preocupa, porque no sabe cómo demonios va a pasar el curso suspendiendo esa asignatura. Se está planteando pedir ayuda a Corbyn.
Baja las escaleras y se dispone a salir del edificio. Sin embargo, escucha una voz que le llama y se gira. Ve que Luis le saluda con la mano, sonriente, y le indica que se acerque. Zach nota la herida casi curada de su labio. Suspira y se dirige a él.
—Ven conmigo —le dice, pasando un brazo alrededor de sus hombros. Le dirige al baño, echa a los que están dentro y cierra la puerta, bloqueándola con un tope de madera que se encuentra en una esquina. Después, se vuelve hacia él con una sonrisa plasmada en su rostro.
—No sabes cuánto te he echado de menos —comenta—. ¿Tú a mí no? Te juro que hasta he soñado contigo. Tranquilo, no era uno de esos sueños. Eso a mí no me va. Pero he oído que a ti sí, ¿me equivoco?
—¿Qué quieres, Luis? —pregunta, dando un mordisco a su bocadillo de jamón.
—¿Te incomoda este tema? Porque si lo hace, lo dejo a un lado. No quiero causarte ni vergüenza ni nada por el estilo.
—No me avergüenza ser gay, si es a lo que te refieres.
—Eso está muy bien. Muy, muy bien. Si alguna vez necesitas alguien con quien hablar, aquí me tienes, ¿vale? Pero recuerda que yo no soy de esos. Me gustan las chicas. Las tetas. Ya sabes, ¿no? Debes conocer esas partes del cuerpo.
—No sé por qué lo piensas, pero no por ser chico me vas a gustar. ¿Me vas a decir qué es lo que quieres?
—Uh, vale, eres un poco impaciente. ¿Te acuerdas del otro día? ¿El día en el que te pegué esa paliza?
—¿El día en el que te aprovechaste de que estaba inmovilizado por tus matones? Sí, sí la recuerdo.
Luis aprieta los puños a ambos lados de su cuerpo. Zach vuelve a tomar otro bocado. La sonrisa de Luis decae por una milésima de segundo; sin embargo, rápidamente vuelve a esbozarla.
—Ese día te ofrecí un trato. Uno que aceptaste. ¿Te acuerdas de los detalles? Ibas a ser mi transporte personal.
—Siempre que me pagaras dos mil.
—¿Ah, te dije dos mil? Bueno, pues no me refería a eso. Verás, lo vas a hacer totalmente gratis.
Zach alza las cejas, sorprendido. Sabe que ha cambiado de opinión por haberle contestado así. Niega con la cabeza.
—Entonces, la remota posibilidad que había de hacerlo se ha esfumado. No lo hago si no recibo nada a cambio.
—Oh, sí que recibirás, créeme, pero recibirás si no lo haces. De algún modo, si lo haces es una especie de recompensa, ¿no crees?
—No tienes a tus matones aquí. Estamos en el instituto. ¿Cómo piensas obligarme?
—¿Te crees que dependo de dos estúpidos? Por el amor de Dios, no sabía que fueras tan idiota.
Sin previo aviso, Luis empuja su antebrazo contra su garganta y aprieta, empujándole contra la pared. La espalda de Zach la golpea y el bocadillo se le cae de las manos. Le pilla totalmente por sorpresa. Tanto, que es incapaz de moverse durante unos segundos, unos angustiosos segundos en los que siente la presión del brazo de Luis contra su garganta, impidiéndole respirar. Entonces, reacciona y, apoyándose contra la pared, estampa sus botas contra el vientre de Luis y le empuja hacia atrás. Ambos caen al suelo. Zach se golpea en la cabeza y la visión se le nubla durante unos momentos, momentos que el rubio aprovecha para posicionarse de modo que inmoviliza a Zach.
Se hace el silencio, tan sólo roto por sus jadeos. Luis, aún sujetándole, saca algo del bolsillo: otro paquete.
—Este viernes, a las cuatro, en el mismo sitio de la semana pasada.
Zach se toma su tiempo para recuperar la respiración.
—Y una mierda.
—¿No has visto de lo que soy capaz? —quiere saber Luis, aún con la sonrisa estampada en la cara. Zach tiene ganas de borrársela de un puñetazo.
Se miran de hito en hito unos instantes, que se alargan hasta parecer horas. Al final, Zach acaba suspirando. Intuye que tiene las de perder.
Y Luis lo sabe.
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Diez Letras || Jachary || Why Don't We || TERMINADA y EDITADA
Teen Fiction--TERMINADA-- A Zach le falta el aire. Siente que se ahoga, y por un momento cree que sus pulmones le van a estallar. Siente las llamas que los envuelve, las lenguas de fuego que los rodean y le asfixian. Sin embargo, sigue hundiéndose, y su cuerpo...