XII: Secretos

24 5 0
                                    


Una semana después y habiendo prometido que no volverían por un rato a la mansión, Illya Gimondi le indicó al chofer que le dejara a unas cuantas cuadras de la vieja mansión de Wadim, intentando no pensar mucho en la promesa que estaba rompiendo y en lo molesta que Odile se pondría si se enteraba que había regresado a ese lugar.

Illya no estaba listo como para alejarse de su búsqueda y mucho menos Luca, que al parecer había pasado la noche en la mansión y le había llamado en cuanto había salido el sol, urgiéndole a dirigirse al lugar y ayudarle hasta que encontrasen algo útil.

Cuando se encontró con su hermano, se sorprendió al ver su estado. ¿Hace cuánto tiempo que no había bebido ni una sola gota de sangre? Por la piel rojiza alrededor de sus ojos y las prominentes venas oscuras en su cuello, calculaba que quizá unos dos días.

—Te ves como la mierda —comentó Illya, haciendo que Luca frunciera el ceño y bufara; no quería sonar así de grosero, pues en realidad estaba bastante preocupado por su hermano mayor, pero a veces ser cortante con él simplemente era algo natural entre ambos. — ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

—Volví unas horas después de que te dejé con las humanas. — o sea que su hermano no había pasado una sola noche en el lugar, sino había vivido allí por toda una maldita semana.

Illya resopló y caminó por la habitación de Wadim, observando con disgusto la forma en la que Luca —sin cuidado alguno— había dispersado los libros y pergaminos por todo el suelo; su hermano mayor se encontraba sentado en el piso rodeado de los libros del fallecido vampiro mientras sostenía entre sus manos temblorosas un libro rojizo con letras doradas. Illya ladeó la cabeza para intentar leer lo que decía y frunció el ceño, para luego sonreír burlonamente.

— ¿"Las flores y sus enseñanzas"? — se burló— ¿en serio estás buscando respuestas ahí?

Luca hizo un esfuerzo titánico por ignorar las burlas de su hermano, pero le fue difícil cuando miró por el rabillo del ojo su estúpida sonrisa socarrona que siempre le había irritado muchísimo. El mayor de los Gimondi lanzó el libro con fuerza a su lado, llamando de inmediato la atención de su hermano; Luca se quedó ahí sentado, cruzó los brazos sobre su pecho y miró a Illya con furia, haciendo que éste de inmediato borrara esa sonrisa.

— ¿Ya has encontrado algo, genio? —le cuestionó, usando su típico tono mandatorio que usualmente le funcionaba para mangonear a otros. — No has hecho absolutamente nada desde la primera vez que vinimos a investigar, te has mantenido alrededor de esas mujeres como si fueses un perro. — cuando Illya abrió la boca para defenderse, Luca continuó, no queriendo escuchar nada salir de la boca de su hermano menor. — Es claro que esto no te importa, siempre estás a la expectativa de que los demás resuelvan los asuntos complicados mientras tú buscas meterte en los pantalones de alguna pobre chica como Odile que piensa que te importa un comino, cuando la realidad es que sólo te preocupas por ti mismo. Desde que volviste a casa sólo estás tú, tú y luego tú. Estoy cansado, Illya; realmente cansado.

Illya simplemente no esperaba aquella reacción, por lo que en un principio no supo cómo responder, provocando que la habitación se hundiera en un silencio sepulcral durante varios segundos.

—Podría darte decenas de razones por las cuales estás equivocado, hermano. —comenzó Illya, su voz no denotaba enojo ni tristeza, de hecho, Luca no sabía muy bien qué pensar de la expresión en su rostro. —El tiempo que he pasado contigo me ha demostrado que no importa cuántos argumentos alguien te dé para demostrarte tu error, tú nunca escucharás razones. — Illya caminó hacia su hermano mayor, se detuvo frente a él y le siseó lo siguiente: — Pero voy a romperte la cara si hablas así de ella otra vez ¿entiendes? Sabes muy bien que puedo hacerlo, Luca.

De Hombres y BestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora