Nacida en la época equivocada.

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Descargo responsabilidad: Los personajes pertenecen a Richelle Mead de su fabulosa saga, Vampire Academy. La historia aquí narrada si es solo de mi autoria.

...

- Rose, el carruaje está listo - mi padre entro en la habitación caminando con la elegancia digna de un rey. El suave terciopelo de su abrigo se ilumino bajo la luz de las velas que colgaban en los candelabros. Su elaborado traje era digno de la elegancia de un líder, de un ser de poder. La tela de su abrigo era de un azul zafiro y el suave lino de sus pantalones blancos era la combinación justa para hacerlo lucir impecable y elegante. Su espada bien enfundada a su cintura y en su cuello una cadena gruesa de oro con el emblema de la familia, una serpiente, para ser más específicos un Mamba negra, la más venosa del áfrica y más veloz de su especie, a veces, comparaba a mi padre con ella, su forma de gobernar; aunque era pura, cuando se topaba con algún peligro eminente lo destrozaba hasta no dejar rastro alguno de él, al igual que la Mamba.

- Lo se padre, en unos minutos más estaré lista - a pesar de que mi voz fue educada y cordial, no pude dejar de escapar un poco de veneno.

Mi padre me miro y entrecerró sus ojos, no se le escapo nada mi postura ni mi voz, él sabía que no estaba feliz, pero no le importaba ¿o sí? ¿no lo sé? Él actuaba como que no le importaba. Mi madre siempre dijo que él me amaba más que a cualquiera de sus tesoros, yo siempre aceptaba educadamente, aunque no le creía; mi padre era un rey y un jugador, y él apostaba todo a lo que más riqueza le diera, incluyéndome a mí. Él camino hasta donde mí y cuando estaba lo suficientemente cerca paso su mano enguantada por mi rostro, mire sus ojos y vi un poco de calor humano y hasta un poco de amor.

- ¿Sabes que todo lo hago con una razón? - pregunto aun con su mano en mi rostro. Quería gritarle que sí, que la única razón era porque quería enriquecerse más, pero me detuve, no por el hecho de que fuera mi padre y el rey me daba el derecho de faltarle al respeto, al final del día era una mujer que había nacido en la época equivocada.

- Lo se padre, y por ello tus deseos son mis órdenes - di una reverencia y el sonrió orgulloso de ver la hija que había criado o solamente sonrió porque si ¿Quién sabe?

- Te veré en el carruaje, tu madre no espera - asentí con educación y él se marchó no mirando hacia mí.

Me senté en mi gran tocador iluminado por una única vela, me mire en el espejo y detalle cada parte de mí. Ser hija de un rey me daba ciertas atribuciones que muchas doncellas no tenían; como preciosos vestidos, peinados elaborados, las mejores fragancias importadas, y por si fuera poco, las mejores joyas del mundo, cada una traída de un lugar exótico; más de una me la había dado un pretendiente, pero la mayoría eran regalos de mis padres cuando iban a nuevas tierras, tierras que parecían sacadas de mundos mágicos.

Mi madre me había vestido con un precioso vestido color negro, a mi padre no le gustó mucho ya que parecía de funeral, pero unas cuantas palabras con mi madre y me lo dejo usar, al fin él era el rey. El vestido, a pesar de su color tan amargo, estaba elaborado en terciopelo y varias joyas lo adornaba; el corset iba pegado a mi cintura y en el había diminutas perlas entrelazadas con cintas y sobre mis pies caía una falda hasta llegar a los suelos de piedra; en mi cuello era un elaborado collar de diamantes y rubíes, y sobre mi cabellera iba una hermosa tiara llena de piedras preciosas y de esta se desprendía un velo cayendo hasta mis pies y ocultando gran parte de mi cabello.

Tome mi libro y camine hasta la entrada, no di un último vistazo a lo que había sido mi habitación por los últimos 18 años, no había porque, sabía que no volvería, y si lo hacia esta ya no será mi habitación. Desde pequeña aprendí a no apegarme a nada, sabía que algún día tendría que dejar todo, hasta mis padres y por ello, aunque los amo, no me dolerá no volverlos a ver en largo tiempo, un mujer tiene que hacer lo que tiene que hacer y mi obligación era la que me había impuesto mi padre, eso sí, aunque no me apegase a nada no podía abandonar mi libro, el único que tenía hasta el último de mis pensamientos, si alguien lo leyese me podría acusar de traición, de blasfemia ¿y por qué no? Hasta de adulterio.

1500 -Lealtad & Traición.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora