Parte 1- [Llegó la hora de contarle ]

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Detalles:

Dorian- 15 años (secundaria)

Abraham- 17 años (secundaria-último año)

Iván -18 años (universidad- primer año)

***

DORIAN

¡Maldita sea!

Salí de mi casa hecho una furia. Detestaba a mi padre. Era un maldito imbécil. Si no fuera por mi hermana, ya me habría ido hace tiempo de ahí. 

Al principio caminando sin rumbo, luego mis pasos terminaron llevándome a la casa de mi mejor amigo, no le dije que venía, pero daba igual.  Abraham sabía que siempre llegaba sin avisar cuando había problemas en mi hogar.

—¡Dorian! ¡Hola! —me saludó con un tono más alto de lo necesario. Sobre su hombro vi, en la sala, sentando en el sofá,   estaba un compañero de su aula también sorprendido de verme.

<<¿Que hace ese tipo aquí? >>

—¿Qué pasa? ¿Planearon una fiesta sin invitarme?
—No, nada de eso—negó Abraham y se acomodó los lentes. Lo conocía bastante bien como para saber que hacía eso cuando algo lo ponía nervioso y lo miré entrecerrando los ojos tratando de descifrar el por qué—. Es que le mostraba a Josué los nuevos juegos del Wii. 

Claro que no era eso. Aunque sea lo que fuese que quería ocultarme, sentí que este no era momento para tocar el tema y solo le seguí el juego. 

—El Wii es para maricas. Deberías comprarte el Xbox —camino a la sala,  me senté en el mueble a la vez que Josué se levantaba del mismo. 

—Creo que debería irme —dijo el chico. Parecía un poco molesto por mi presencia.

<<Que se joda>>

—Sí, será lo mejor— respondió Abraham, tan amable como siempre. Se alejaron un poco y murmuron algo en la puerta que no logré escuchar pero supe que me mencionaron porque el tal Josué me hechó una mirada lastimera por un segundo.

Cuando cerró la puerta, Abraham se dirigió hacia mí, preocupado. Su cabello era negro, de ojos café y piel blanca, más blanca que la mía; y aunque se supone que era mayor a mí por dos años, no lo parecía.  Debía ser porque él y yo veníamos de mundos distintos. Por mi lado, era un atleta, y debido a la tensión que siempre había en mi hogar pasaba la mayor parte de mi tiempo fuera de la casa jugando fútbol con los chicos del barrio, haciendo barras o trotando en el parque, mientras que él era más tranquilo, talentoso para escribir y pésimo en los deportes, dado a eso, su contextura era más delgada y ciertamente más frágil. No por nada era yo quien tenía que defenderlo en una pelea. Abraham no era del tipo que  se metía en problemas, pero si alguien lo molestaba, yo estaba ahí para enfrentarlo. A cambio, él era para mí una especie de refugio; su apasible carácter me ayudaba a relajarme. 

—¿Qué sucedió ahora?— se sentó a mi lado con una expresión sinceramente preocupada.

—¿Qué fue eso? —gruñí en vez de responder a su pregunta. 

—¿Que fue qué? —levantó las manos sin culpa.

—Todo ese murmullo de mierda.

Entornó los ojos y suspiró adquiriendo paciencia.

—¿Puedes tranquilizarte un poco? — frunció las cejas —. Solo le dije a Josué que necesitabas hablar conmigo porque tenías problemas. Ahora, no intentes cambiar el tema y cuéntame lo que sucedió. 

Contuve las ganas de seguir echándole bronca a mi amigo. A veces yo tenía la mala constumbre de desquitarme con las personas equivocadas cuando estaba de mal humor, pero debía recordar que  él no tenía la culpa de que mi vida fuera un desastre.

El secreto de mis amigos (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora