Desde hace meses corría el rumor que el Ejército había logrado desarrollar bombas nucleares del tamaño de un maletín.
Y, en voz más baja y a muy pocos oídos, se susurraba que un grupo terrorista había robado una de ellas.Pero Ana no estaba pensando en ninguna de esas cosas.
Estaba pensando en muchas cosas, en la mediocridad de las fuerzas militares como para que fuese ella, una científica nuclear civil, quien les ayudara a desactivar la ojiva nuclear.Estaba de cuclillas, viendo e intentando reconocer el mecanismo de la bomba y comparándolo con lo que ella sabía.
A diez metros de ella estaban agentes de Fuerzas Especiales, rodeándola y ahuyentando a los pocos curiosos que quedaban en el centro comercial.Le preguntaron como iba.
Respondió que mal, el indicador marcaba treinta minutos antes que la bomba estallase, y está había sido diseñada para no desactivarse ni sabotearse.Veintidós minutos.
Fuera, en las calles, todo era histeria, pues se había ordenado evacuar la ciudad.
Ana escubrió que podía detener la cuenta regresiva, si mantenía unidos dos cables. Dos cables que no podían unirse ni soldándolos ni de ninguna otra forma que no fuese sostener los cables con la mano. Un diseño en verdad macabro, pensó Ana.
El agente a cargo se permitió un suspiro y comunicó por radio el descubrimiento a sus superiores.Ana pensó en donde estaría Gerald, su esposo; en ese momento. Rogó para que hubiese recogido a Emma de la escuela en cuanto se dio la amenza de bomba.
Ana intento recordar como había conocido a Gerald. No pudo precisarlo. Era como si siempre hubiese estado allí.
Desde la primaria, cuando los otros niños le gritaban "Ana Hitler" o "Ana la Nazi" por su acento alemán. Gerald no había sido de los que la insultaban, había sido de los que la defendían.Si, se dijo. Recuerdo eso.
Gerald, quien era siempre alegre y risueño, frunciendo el ceño y golpeando a los otros niños, hasta a sus propios amigos, por humillarla.
Ana recordó cuantas veces le pidió que no lo hiciera, pero él siempre se negó.
Eres mi amiga, solía responderle.En la adolescencia, cuando las chicas bonitas lucían ropas estupendas, ella se enfundaba en amplias ropas negras y se volvió aún más introvertida.
Y Gerald seguía ahí.
Recordaba como él lloraba de frustración al descubrir que ella había vuelto a cortarse a sí misma y como le hacía prometer que no volvería a hacerlo.Fue en esa epoca en que se apasionó por la física nuclear. Empezó por Demócrito y sus cuatro elementos y terminó con el bosón de Higgs y la antimateria.
A los quince años le pidio a su padre que la llevará al LHC de CERN, cosa que cumplió cuando ella tenía dieciséis.Fue también en esa epoca en que la pasión de Gerald por las estrellas aumentó.
A los diez años levantaba la vista al cielo y mencionaba los nombres de las tres estrellas del cinturón de Orión. A los diecisiete ya era capaz de calcular paralajes y la masa de las estrellas.
No, se corrigió Ana, a los ocho años decía los nombres de las estrellas del cinturón de Orión, y una de ellas no es una estrella, sino una nebulosa.En la secundaria salían a jugar juntos basquetbol y voleibol. En preparatoria, eran inseparables. Ana pensaba que Gerald era brillante, en todos los sentidos, mientras que ella misma se consideraba apagada y sin brillo.
Los siguientes años fueron todo un reto, pues fueron a universidades diferentes y en esquinas opuestas del país.
Siguieron en contacto, y cada vez que podían pasaban las vacaciones juntos.Ana sintió que se sacudía. Miro a su alrededor confusa. Ya no estaba arrodillada en el centro comercial. Estaba en un avión militar, con la bomba sobre su regazo.

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Brillo
القصة القصيرةHistoria corta de una científica que debe desactivar una bomba nuclear.