Prólogo

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Prólogo

El trueno hizo retumbar todos los cristales de la casa. Eran las tres de la mañana y aún faltaban dos horas antes de que el despertador sonase anunciando que tenían que ir a trabajar cuando un grito les despertó.

—¡Papaaaaaa!  

—Tranquilo, ya voy yo —le dijo Karen medio adormilada—. Odio estas noches de tormenta.

—No pasa nada cielo —comentó Nelson mientras se ponía en pie y buscaba sus zapatillas—. Es mi turno y tú necesitas dormir.

—¿Seguro que no te importa?

—También presumo de niño cuando vamos al parque, ¿no es así? No tardo —prometió.

La sonrisa que mostró su esposa al tumbarse de nuevo, merecía el esfuerzo.

—Eres el mejor —concedió, mientras dejaba que Morfeo volviese a atraparla entre sus garras.

Con desgana, Nelson caminó por el pasillo en completa oscuridad hasta llegar a la habitación de Marco. La tenue luz del quitamiedos que había sobre la mesita, iluminaba lo bastante como para esquivar los juguetes desperdigados por el suelo y dar un aspecto fantasmagórico a los payasos con los que estaban decoradas las paredes.

Sobre la cama, sentado con la manta cubriéndole la cabeza, su hijo de cuatro años esperaba consuelo.

—¿Cómo está mi pequeño gigante? —Con cariño, empezó a bajar las mantas dejando al descubierto un pelo castaño y una carita asustada—. ¿Te asustan los rayos?

Cuando el niño afirmó con la cabeza se le rompió el corazón

—¿Quieres venir a dormir con mamá y conmigo al cuarto? —le preguntó.

—No puedo —la respuesta del chiquillo solo era un hilillo de voz.

—¿Por qué no?

—El monstruo me cogerá.

—Yo no le dejaré. Vamos, que te llevo en brazos.

Cuando el pequeño se negó con la cabeza, suspiró cansado.

—En ese caso no me dejas más opción. Tendré que dar en el culo al monstruo por portarse mal y asustarte. Donde está ¿en el armario? —Al abrirlo, la ropa en las perchas bailó como consecuencia de la brusquedad del movimiento—. ¡Ah! El maldito me tiene miedo y se ha ido.

—No papá —le informó Marco—. Está debajo de la cama.

─ ¿Debajo de la cama?

El niño asintió.

Nelson se acercó con lentitud exagerada evitando hacer ruido.

─ ¿Viste algo? —preguntó el chico.

─Shhh… no hagas ruido ─le pidió llevándose un dedo a los labios─. No queremos que el monstruo se nos escape.

El pequeño sonrió confiado y siguiendo sus órdenes, no gritó. Ni siquiera cuando, junto al sonido de un trueno, vio desaparecer a su padre bajo la cama.

El despertador sonó levantando a Karen a la que le extrañó no encontrar a su marido a su lado. La tormenta había amainado, aunque lo más seguro era que se hubiese quedado con su hijo para que pudiese dormir tranquila.

Salió del cuarto y al entrar en la habitación para despertarle, se sorprendió de no encontrarlo ahí. Por el contrario, Marco estaba despierto, quieto, mirando al suelo con paciencia.

—Hola cariño —le saludó acariciándole la cabeza llenas de rizos—. ¿Y papá?

—Papá está debajo de la cama dándole al monstruo en el culo por asustarme —la informó orgulloso.

—¿Debajo de la cama?

Cuando Marco se lo confirmó, Karen se puso de rodillas. Levantó parte del edredón que arrastraba en el suelo y miró.

Allí no había nada. ¿Se habría ido sin despedirse?

—¿Está el monstruo? —preguntó Marco con un asomo de duda en la voz.

—No cariño. Papá le dio tan fuerte que ha debido cambiar de casa. Ahora duérmete.

—¿Y si está en el armario?

La mujer le miró con paciencia. Apoyó la mano derecha en la cama para ayudarse a levantar y fue caminando hasta el armario.

Echó un último vistazo a su hijo para después, abrir las puertas del armario. En su interior, las perchas volvieron a bailar.

—¿Ves? Papá cuando echa a un monstruo lo echa de verdad —el niño parecía más seguro ahora—. Aún es muy temprano para ti. ¿Qué te parece si nos quedamos en la cama durmiendo un poquito más?

Tras meditarlo durante un momento, Marco movió su cabeza arriba y abajo.

—Vale, pero luego juego con el balón.

—De acuerdo —respondió mientras le volvía a arropar—, luego jugarás con el balón.

—Hasta cansarme.

Sonrió. Eso no sería mucho tiempo.

—Hasta cansarte.

—Hasta luego mamá.

—Hasta luego mi amor.

Karen salió dejando la puerta cerrada. Le costaba entender por qué Nelson no se había despedido si se había ido a trabajar, o por qué no apagó el despertador.

Al entrar en el cuarto, sobre el suelo, descansaba una de las zapatillas de andar por casa de su esposo.

—¿Cariño? —le llamó insegura—. ¿Estás aquí?

Nadie la respondió.

Al coger la zapatilla, le llamó la atención una mancha roja que había en un lateral. Un sonido proveniente de debajo de la cama la sobresaltó. Era como si alguien estuviese royendo algo.

—¿Eres tú cariño?

Insegura, se agachó a mirar.

A ella si le dio tiempo a chillar cuando algo la agarró de la cabeza arrastrándola a la oscuridad.

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No sé si recordaréis que tenía pendiente la historia por la que votásteis en mi blog. Prometí hacer de ella un libro en cuanto tuviese oportunidad y ahora, que terminé y puse a la venta "No sin besarte", tengo ese tiempo para hacerlo. Comienza una nueva aventura con noches de tormenta... ¿estáis preparados?

Como siempre, aprovecho la oportunidad de este espacio para agradecer a todos los que siempre tenéis un segundo para votar después de leer y a los que os tomáis la iniciativa de comentar. Me hace mucha ilusión saber lo que pensáis y me ayuda a la hora de seguir adelante.

Recordad que ya tenéis mis libros en amazon.com/author/gaelsolano (o si lo preferís basta con poner Gael Solano en amazon para verlos)

Y si os apetece leer aún más, pasaros por mi perfil de Facebook o por mi blog en:

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Hasta la próxima.

Noche de rayos y truenosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora