Capítulo 2: Malcolm

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Desde el interior de su habitación, Layla, entonaba una dulce melodía, debido a que se encontraba exageradamente feliz.

Esta tarde tendría una cita con Malcolm, uno de los chicos que conoció en la página de citas a ciegas, llevaban más de dos semanas escribiéndose, él parecía tener todo lo que ella buscaba en una potencial pareja.

Se encontrarían en una pequeña cafetería situada en el centro de la ciudad.

Como de costumbre, Layla había llegado cinco minutos antes de lo acordado, sí por algo se caracterizaba era por ser una persona puntual.

Malcolm, le había pedido a Layla que usara un vestido rojo para poder reconocerla, él llevaría un ramo de rosas rojas.

Habían transcurrido 20 minutos desde la hora acordada y Malcolm seguía sin aparecer.

Layla, observaba con afán cada dos minutos la hora en su celular.

¿Acaso pensaba dejarla plantada?

Eso temía, hasta que lo vio.

Layla, se había quedado sin palabras, a medida que más se acercaba mejor podía apreciar la belleza de aquel chico. Medía al rededor de un metro ochenta, su tez era algo pálida, su cabello puramente rubio, con pequeños mechones cayéndole en la frente.

¿Qué hacía un chico como él en una página de citas a ciegas? ¿Cuál era su defecto?

Sin embargo, no tenía dudas que era él, llevaba consigo el ramo de rosas rojas y, trataba de divisarla entre las personas del lugar.

Ambos no dejaban de sonreír, Layla se levantó de su asiento para recibirlo, pero Malcolm pasó a su lado sin siquiera determinarla.

¿Qué había pasado? Giró en su dirección.

—Tú debes de ser Layla Ring, ¿verdad? —Lo escuchó inquirir a la chica de la mesa de atrás, quien también vestía un vestido de color rojo.

En ese momento sintió como si le hubiesen dejado caer una cubetada de agua fría. En su interior se libraba una batalla, una parte de sí sentía tantas ganas de llorar y salir corriendo en ese mismo instante, pero otra no quería llamar la atención y causar lástima.  

Malcolm, se volvió hacia ella escaneándola de pies a cabeza, Layla se sentía patética.

Había notado la decepción en su mirada, ella no representaba ni la cuarta parte de lo que él se esperaba.

Cuando intentó acercarse, ya era demasiado tarde, Layla se estaba marchando.

Al llegar a casa, se paró en frente del espejo de su habitación, recitando con amargura todos y cada uno de los que suponía sus defectos, si bien le decían:

«—Layla, tu cintura es demasiado ancha y tus piernas muy delgadas.

»Layla, tienes muchos granos, no deberías comer tantos chocolates.

»Layla, tus orejas son muy grandes, ¿has pensado en operarte?

»Layla, deberías teñirte el cabello.

—»... Layla, eres un asco».

Con cada comentario despectivo que recordaba por parte de sus compañeros, más lágrimas brotaban de su interior.

¿Acaso nunca sería suficiente?

¿Acaso siempre la observarían con desdén?

¿Acaso nunca nadie la amaría?

Buscando el amor fue que me encontré © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora