•El hombre moribundo•

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El hombre moribundo.

Es  la noche más fría de todo el invierno, hoy me mandaron a mi a patrullar por el campo, se escucho en la sala de notificaciones que un grupo de indios estaban usurpando tierras y usándolas para dormir. No creo que este mal pero tampoco que este bien, esas tierras tienen dueño, esas tierras son de alguien que trabajo por ellas o que su padre lo hizo.

Estoy en el campo de la familia Díaz , ellos son los nietos de un viejo gruñón que sólo pensaba por él mismo y "desgraciadamente" murió.
Todos esperaban la muerte de ese viejo aunque varios lo negaron.

La noche esta tranquila, el viento sopla despacio y cada golpe que da en mi uniforme me hace tener escalofríos.
He escuchado historias de que los indios son salvajes y que matan a la primera de cambio, no estoy listo para morir y ahora me encuentro solo. Inmerso en la inmensidad de la noche. - La muerte asecha a los distraidos- pensé.
A lo lejos puedo ver el reflejo de una luz, una luz de fogata, decido ir despacio, mientras más cerca estoy más me agacho y decido que ir cuerpo a tierra será lo mejor. Dejo mi chaqueta al lado de un árbol, me escondo detrás de unos matorrales y espero, observando hacia la luz y el ajetreo.

-¡Un campamento de indios!- exclamó eufórica mente, rapido me callo y trato de fucionarme con la oscuridad que me rodea.
Tienen caballos y carpas, un grupo de mujeres canta y un hombre alto y flaco toca algo parecido a un tambor. 
Atrás de todo el festejo se ve un hombre. Esta atado de manos y duerme fuera de las carpas; tiene una vestimenta arapienta, tiene la piel curtida por el sol y un tamaño grande, es corpulento.
Pero no podía hacer conjeturas así nomás y menos podía permitir que salvajes tomarán de rehén aún hombre obviamente productivo.

Me escabullí sigilosamente por detrás del campamento y me arrastre hasta el cuerpo del hombre moribundo y cuando por fin pude ver su rostro lo reconocí de inmediato, era ese hombre de la pulpería, el hombre que apuñalo al presumido negro

Empece desatando sus muñecas del agarre y de golpe el hombre se despertó y en acto  reflejo golpeo mi cara con su puño, pero sus fuerzas eran muy débiles y solo fue un choquesito, para luego desmayarse. Un pequeño niño de la tribu me vio y empezó  a gritar, eso alarmo a los demás y yo corrí lo más que pude lejos del campamento.
Cundo pude llegar a donde había dejado mis cosas rápidamente eche un vistazo atrás para ver si ellos estaban cerca, pero no vi a nadie, nadie me seguía, estaba solo y la luz que podía ver antes ya no estaba.

Mi generan hablaba por el comunicador y repetía la misma frase una y otra vez
-no indios, despejado - todavía no había contado lo que pase esa noche. La sorpresa de ver a uno de los nuestros atado y moribundo y como en los ojos del niño se veía terror.

Tuvieron qué pasar muchos años hasta que pude enterarme que ese hombre moribundo y que conocí por accidente en la pulpería era Martín Fierro , y pasaron muchos años más y cuando cumplí mis 80 años supe la verdad de toda su historia y como sí lo hubiera podido ayudar hubiera cambiado muchas cosas.

Un paso puede hacer la diferencia de una gran historia.

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