Hyukjae ver.

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—Relájate —susurró, mientras cerraba las esposas alrededor de las muñecas de Donghae, que mantenía contra su espalda—. Sólo tienes que dejarte llevar.

—¿Dejarme llevar?

—Por las sensaciones —explicó—. ¿Confías en mí?

—Por su puesto.

—Perfecto —sentenció, pasando la venda negra sobre los ojos de su novio y amarrándola en la parte de atrás de su cabeza.

Rodeó al menor y se paró frente a él, admirando el trabajo que había hecho con él, como si fuera una obra de arte.

Quizá sí lo era.

Sin embargo, le pareció que faltaba algo. Decidió liberar algunos de los largos mechones castaños que habían quedado atrapados bajo la tela, haciendo que cayeran desordenados alrededor del rostro de Donghae, dándole un aspecto desaliñado y salvaje.

Ahora sí, una obra de arte perfecta.

Sentado en medio de la cama, luciendo únicamente un par de bóxers negros y una venda sobre los ojos del mismo color.

Sus gruesos hombros, junto a su fornido y marcado torso estaban completamente al descubierto, tal y como a Hyukjae le gustaba. Se mordió el labio de impaciencia. Moría por llenar toda su piel bronceada de marcas. Mordidas, chupetones y rasguños pronto cubrirían la suave piel del menor.

Lo marcaría como suyo.

Y lo iba a disfrutar muchísimo.

Se miró al espejo, repasando su delgada figura, enfundada apenas en un par de calzoncillos negros, que contrastaban contra su pálida piel. Sólo restaba una cosa.

Caminó hasta el clóset y tomó una camisa de seda carmín, brillante y suave, que había estado guardando para una ocasión especial. Esta era, sin duda alguna. La deslizó por sus brazos y hombros, y la cerró sólo hasta la mitad de su pecho, antes de volverse a mirar al
espejo.

Amaba el rojo. Amaba cómo se sentía tan sensual usándolo. Amaba la forma en la que Donghae lo miraba siempre que usaba prendas rojas. Con tanto deseo, con sus ojos llenos de pasión. Por eso sólo reservaba sus camisas rojas para ocasiones especiales, pues cuando las usaba siempre acaban en besos que lo atrapaban, tan envolventes y profundos. Besos húmedos que los hacían terminar sudados en la cama, desnudos, excepto por la prenda roja que Donghae se aseguraba de dejar en su cuerpo. Y era por eso, aunque nunca lo hubiera dicho, que sabía que Donghae también amaba verlo de rojo.

Tomó una gargantilla negra de cuero, que tenía un aro de metal plateado en el medio. Sería perfecta para ponerle una cadena y dársela a Donghae para jugar con ella, pero eso sería en otra ocasión. Ahora el que mandaba era él. Hoy, la gargantilla era meramente decorativa.
La abrochó. Se pasó la mano por el cabello, desordenándolo un poco, lo suficiente como para que Donghae deseara meter sus manos en él y se relamió con una sonrisa. Estaba listo.

Caminó hasta el castaño, vendado y esposado, que esperaba sentado en la orilla de cama. Cuando lo tuvo a centímetros no esperó ni un latido, pasó sus piernas por encima de las ajenas y se sentó a horcajadas sobre él. Sus miembros, apenas empezando a despertarse, se rozaban sobre la tela de ambas ropas interiores, comenzando a enviar sensaciones placenteras por los cuerpos de ambos.

Donghae levantó el rostro hacia donde suponía que estaba su cara y Hyukjae admiró sus labios delgados, rosados y entreabiertos por un segundo, admirando la belleza de su novio, justo antes de atacarlos vorazmente. Enterró sus dedos entre las hebras castañas y presionó, profundizando el contacto lo más que podía. Apenas consiguió una abertura, introdujo su lengua en la cavidad ajena, explorándola a gusto, sintiendo el atractivo sabor de su amante. Mientras, lo sometía a su ritmo salvaje lleno de mordidas y jadeos con apenas segundos para respirar. Mordió la sinhueso y la chupó, deleitándose con los quejidos que iba soltando el castaño contra su boca.

Lo que tú Quieras (HaeHyuk) [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora