Eran las diecinueve y treinta horas y el mucamo corrió presuroso para atender el teléfono.
Es que ya hacia tres días, que no tenía noticias de su patrón el señor Arregui.
Levantó el auricular y se produjo el siguiente dialogo:
< Hola Rogelio, habla Juan José.
< Ah… por fin señor. Ya estaba preocupado. ¿Está usted bien?
< Si Rogelio no te preocupes, es que tuve que emprender un viaje inesperado y me ausentaré no sé bien por cuanto tiempo.
Todos los días me voy a comunicar con vos para pedirte que hagas algunas cosas que me quedaron pendientes.
Detrás del cuadro que está en mi oficina, escrita en el marco, vas a encontrar la clave de la caja fuerte, allí tendrás suficiente dinero para unos meses.
Podrás disponer de él para las cosas de la casa, y por supuesto para tu sueldo.
En el Banco Nación que está en la esquina de casa, tengo una caja de seguridad. Las llaves, el número de caja y una credencial que te autoriza abrirla, también las vas a encontrar en la caja fuerte.
Menos mal que hace ya bastante tiempo, se me ocurrió hacerte este poder, por si se presentaba alguna vez una situación como esta.
En la caja de seguridad, hay acciones de distintas empresas importantes, bastante dinero y algo de oro, vas a manejar todo esto según mis instrucciones.
Siempre confié en vos.
Bueno por hoy es bastante y no quiero atolondrarte con mas recomendaciones.
Por ultimo te encargo que les avises a mis amigos, los muchachos del club; que no voy a poder ir más por un tiempo todos los martes y jueves, a jugar tenis como de costumbre.
< Bueno señor, muchas gracias por su confianza y espero no defraudarlo.
< Mañana te llamo nuevamente. Chau Rogelio cuidate y gracias.
Todos los días, a las diecinueve y treinta en punto, Arregui se comunicaba con Rogelio, para que este le pasara el parte de las novedades del día, y darle las directivas pertinentes a estas.
Nunca mencionaba en donde se encontraba, solo decía que aún no había llegado a destino y que quizás en unos pocos días más… Es que el camino es muy malo e intrincado…
– Decía Arregui. –
Así pasaron seis meses, hasta que Arregui por fin dijo haber llegado. Pero no dijo donde.
Habiendo ya concluido todos los asuntos pendientes que había dejado en Buenos Aires, con la colaboración de Rogelio, dejó de hacer su llamada diaria de las diecinueve treinta.
El mucamo a estas alturas ya era virtualmente el dueño de casa y hacía y deshacía a su gusto y parecer.
Luego de varias semanas, a las diecinueve treinta en punto suena el teléfono.
Rogelio atendió:
< Hola Rogelio. ¿Cómo estas? >
< Bien señor. Hacía mucho que no llamaba. ¿Que pasó?>
< Nada. Sólo estuve tratando de conseguir donde instalarme, y me llevó un tiempo.
Allá en Buenos Aires, ya queda poco y nada por hacer, y yo te necesitaría acá con migo que me serías de más ayuda.
¿ Te parece bien si te mando a buscar en un par de semanas? >
< Si señor, como usted diga. Pero… ¿En donde queda el lugar en el que usted está? >
< Mirá Rogelio, no se como explicarte. Pero es lejos, prepárate para un viaje largo.
< Chau Rogelio. Nos vemos pronto. >
< Chau señor. >
El mucamo fue preparando a lo largo de dos semanas su equipaje.
Al finalizar la segunda semana, casualmente enciende el televisor faltando pocos minutos para las diecinueve y treinta.
En el informativo, dan la noticia de un campesino que caminando por la orilla de la ruta, vio en el fondo de un precipicio tapado por unos arbustos, un automóvil en cuyo interior, se encontraba el cadáver de un hombre en avanzado estado de descomposición.
La noticia capturó la atención de Rogelio, y se paró frente al aparato para escuchar bien de que se trataba.
Mientras mostraban las imágenes del lugar, el locutor seguía leyendo:
“Fuentes policiales informaron que al parecer, el cuerpo habría estado allí por más de seis meses, y los documentos encontrados en él, pertenecerían a un tal Juan José Arregui importante empresario de Buenos Aires. Quién habría caído al precipicio, por causa de un reventón en uno de los neumáticos del rodado.”
Al escuchar semejante noticia, el mucamo invadido por una mezcla de pánico y estupor, siente una puntada aguda en su pecho, mientras que su corazón late a la velocidad de un caballo descontrolado.
Su respiración se hace cada vez más dificultosa, y tomándose con ambas manos el costado izquierdo, intentando desesperadamente tomar algunas bocanadas de aire cae muerto sobre el sillón que tenía a su espalda, exactamente a las diecinueve y treinta horas.
Tal como le dijo Arregui… Puntualmente en dos semanas lo mandó a buscar.